Los condes de Torlonia con sus hijos Alessandro y Elisabetta, en 1963
Los condes de Torlonia con sus hijos Alessandro y Elisabetta, en 1963 - ABC

Sandra de Torlonia: porte real

La madre de Alejandro Lequio hizo gala de una gran sencillez y de un aire de despreocupación muy chic

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La elegancia no consiste en llevar un nuevo vestido, estrenar prendas cada temporada o variar a menudo de atuendo. Más bien, en todo lo contrario. Desde luego, es algo que se consigue cuando se descartan los detalles superfluos y quedan la sencillez y la sobriedad de un porte afortunado. Pero nadie ha dicho que la vida sea justa. Alejandra Victoria de Torlonia y Borbón, nieta de Alfonso XIII y Victoria Eugenia, tenía un grandioso porte «real» desde su nacimiento. Una herencia personal e intransferible, que le legó una estructura ósea envidiable, unas buenas piernas y unos rasgos faciales de grand class. A esta nada desdeñable herencia, añadió su sencillez, practicidad y ese «olvidar lo que se lleva puesto» que Yves Saint Laurent mencionaba como esencial para ser elegante.

Pronto encontró las claves de su estilo, simple y relajado, con ese aire de «nonchalance», que llaman los franceses a esa apariencia de despreocupación tan chic. Ya el día de su puesta de largo, una impresionante Sandra de Torlonia era retratada por el pintor español Manuel Hernández Mompó. Desde ese momento, conservó ciertas preferencias de estilo para siempre.

LA SENCILLEZ. La ausencia de pompa o de accesorios exagerados, la elección de vestidos monocromáticos, líneas austeras al vestir y pocas joyas, han sido elementos constantes en el atuendo de Sandra de Torlonia. Su vestido de puesta de largo era angelical, sencillo y principesco. Un palabra de honor que en ella quedaba elegante y romántico.

SU PEINADO. Ya en las primeras fotos familiares de Don Alfonso XII rodeado de sus nietos, aparecía con su melena corta de puntas hacia arriba. Con los años permaneció fiel a ese estilo, incluso el día de su puesta de largo. Una vez casada fue aligerando aún más su melena, con un estilo corto y práctico que mantuvo hasta el final.

LAS PERLAS. Sandra recurrió durante toda su vida a las perlas, gran afición de su abuela Victoria Eugenia, aunque en lugar de utilizar los impresionantes collares de la Reina ella se adaptó a los nuevos tiempos con sencillos collares cortos de una o dos vueltas. Le gustaban los famosos chokers, collares de varias hileras ceñidas al cuello.

LAS GRANDES JOYAS. Su madre, la Infanta Beatriz, había heredado de Doña Victoria Eugenia una de las más espectaculares diademas de su colección, si bien no la más valiosa. Se trata de la tiara de aguamarinas, de picos pronunciados, encargo de Don Alfonso XIII a Ansorena. Inicialmente albergaba perlas colgantes, pero la Reina Victoria Eugenia las sustituyó por enormes aguamarinas de Brasil. Cuando la tiara llegó a manos de su hija Beatriz, se remodeló, sustituyendo los picos por una sucesión de arcos. La tiara, parecida a la de esmeraldas de Isabel II de Inglaterra, se puede llevar de modo muy distinto prescindiendo de las aguamarinas. El aderezo compañero a la diadema se componía de pendientes, collar, brazalete, broche y colgante con dos piedras de grandes dimensiones. Tanto Sandra, como su hermana Olimpia, han lucido en bodas reales las distintas piezas del conjunto, siendo Sibilla Weiller, hija de ésta última, la que las ha llevado más recientemente. Pero en general, Sandra Torlonia era mujer de pocas joyas, incluso más aficionada a abalorios curiosos sin gran valor. Solía utilizar collares de inspiración étnica y brazaletes austeros. En los años 60 se aficionó a los broches, que lucía sobre abrigos de excelente corte.

TRAJES SASTRE. En su discreción, fue una «fiel discípula» de las ideas de Coco Chanel sobre el guardarropa femenino: «Para cualquier mujer, conseguir llevar una especie de uniforme es una bendición; repetir entre varios trajes de chaqueta –siempre bien cortados– permite el lujo de vestirse en tres minutos». Faldas de largo discreto, saharianas con pantalones, algún bolso sencillo y zapatos de poco tacón, fueron la única «corona» habitual de esta elegante princesa italiana, de sangre real española y porte de diosa de Botticelli.

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