Juan Sebastián Elcano, en la intimidad: «Aquí sólo nos tenemos a nosotros»

El histórico velero de la Armada española atracó en La Habana y recibió la visita del José Manuel García-Margallo

MADRID Actualizado: Guardar
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«Aquí sólo nos tenemos a nosotros. Fuera del Juan Sebastián Elcano sólo está el mar». Estas son las palabras de uno de los últimos 259 tripulantes que viajaban el año pasado a bordo del histórico velero de la Armada Española. Se trata de uno de los más de veinte mil guardias marinas que, desde hace 87 años, han recorrido decenas de veces los océanos y mares de África, América y Europa, navegado más de tres millones de kilómetros y arribado en más de 200 puertos con la bandera de España en su popa. «La huella que deja en todos los que hemos tenido la oportunidad de navegarlo es incomparable», aseguraba su comandante, Enrique Torres Piñeyro, en «La vida a 5 nudos», el documental estrenado en 2015 que consiguió sumergirse en la intimidad de uno de los buques más emblemáticos del mundo.

El pasado 11 de mayo atracó en La Habana, donde ayer fue visitado por el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, dentro del que es su 87 crucero de instrucción, esta vez con 261 tripulantes a bordo, entre ellos 80 guardiamarinas que completan en un crucero de cuatro meses su formación como oficiales de la Armada. A primera hora de hoy el buque, que ya ha hecho escala en otras ocasiones en la isla, partirá hacia los puertos estadounidenses de Miami y Baltimore.

Una experiencia que suele marcar a sus tripulantes de por vida desde que en 1925 realizara este primer viaje de instrucción, con el permiso del Rey Alfonso XIII, quien también realizó el primer tramo de la primera travesía entre Cádiz y Málaga. «Navegar es bello, muy bello, pero también es duro... más que duro», explicaba el cura del Juan Sebastián Elcano, Carlos García Recary, al que todos los guardias marinas llaman cariñosamente «Pater», en el documental realizado por la periodista Laura Gómez Vega y el director de cine Alejo Moreno. Después de varios años embarcando en el buque, sabe que el primer día siempre sufre «una pájara» y se pregunta por qué se ha metido en una aventura como esta, donde «el riesgo siempre está presente».

Una «actividad frenética»

La actividad a bordo del Juan Sebastián Elcano es «frenética». El buen rumbo del velero depende de la perfecta coordinación de un grupo de marineros, civiles, oficiales, suboficiales y guardias marinas, entre los que antaño estuvieron el Rey Don Juan Carlos y el Rey Don Felipe. Todos compartiendo una embarcación de 113 metros de eslora, donde la vida transcurre sin parar día y noche, con periodos de casi un mes sin ver tierra. Un tiempo en el que los jóvenes se quedan con la sensación de que «la instrucción previa no vale para nada, porque se ha recibido en un buque de guerra y éste no lo es. Llegamos aquí y lo aprendemos todo prácticamente de cero», cuenta un guarmarina.

Pasan los días en alta mar disfrutando y padeciendo los reveses que implica navegar en un gran buque a vela, tal y como se hacía antaño, recorriendo miles de millas a una velocidad de cinco nudos durante seis meses. Allí aprenden a manejar el tiempo, tan importante en un espacio tan pequeño y hostil, donde la vida transcurre a un ritmo muy diferente al de tierra. Duermen en estrechas literas a las que «cuesta acostumbrase», con apenas un palmo hasta de espacio el techo; hacen guardias en la cubierta de cuatro a ocho de la madrugada, «con el frío, la lluvia y el viento acentuándose mucho»; realizan reparaciones en los mástiles a cincuenta metros de altura, «donde la inseguridad inicial se transforma en adrenalina»; tienen que calzar los platos con una simple miga de pan, para evitar que el vaivén del mar tire la comida al suelo; llevan a cabo maniobras complicadísimas de más de media hora para hacer virar la embarcación, en las que hay que emplear a tres cuartas partes de la tripulación; reparan las maderas podridas del barco, o cosen las velas rotas por el temporal.

El cura «psicólogo»

«El mayor pecado que podemos cometer a bordo del Juan Sebastián Elcano es estar tristes. Hay que buscar motivos para estar feliz, aunque sea que ese día nos servirán flan o helado», comentaba el cura, el hombre que, en palabras de Moreno a ABC, «hace las veces de psicólogo del buque», para apoyar a los jóvenes en la parte más complicada del viaje: la distancia con la familia. «Lo más duro es la incapacidad de los jóvenes para solucionar un problema que se ha producido en tierra. Para eso está el 'Pater', porque la distancia con la familia no tiene solución y no es lo mismo si no puedes estar al lado apoyando», explicaba.

En esa lucha, sin embargo, también hay espacio para hacer ejercicio, estudiar, charlar sobre las llamadas de los familiares, tocar la guitarra, jugar al dominó, cocinar, ver un partido de fútbol en una televisión sobre la cubierta o improvisar una pequeña fiesta, con banda incluida, si no es interrumpida por la lluvia. Así es la vida a bordo del buque escuela, que fue botado el 5 de marzo de 1927, en Cádiz, convirtiéndose en todo un símbolo de España.

«Estoy deseando ver a mi familia, pero estoy seguro de que, cuando baje de aquí, lo voy a echar de menos. Es una sensación agridulce», confesaba otro guardamarina tras finalizar éste el viaje de su vida.

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