Mayte Alcaraz

La agenda morada de Paco y la bronca de Cospedal

Mayte Alcaraz
Madrid Actualizado: Guardar
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Mariano Rajoy estuvo a punto de matarse en diciembre de 2005 en un helicóptero con Esperanza Aguirre. Él bromea cuando, en privado, lo cuenta: «Salí desconchado del aparato y ella parecía que venía de tomar el té. Luego, cuando me llevaron al hospital de Móstoles, un grupo de sindicalistas me visitaron, tumbado yo en paños menores, para reprocharme las políticas sanitarias de Esperanza. Pedí el alta y me fui». Hasta involuntariamente, la hasta ayer presidenta del PP de Madrid parece marcarle el paso a su compañero en el Consejo de Ministros de Aznar. Ayer lo volvió a hacer: chitón a su enemiga y posible sustituta en el PP de Madrid, Cristina Cifuentes; chitón a María Dolores de Cospedal, con la que se peleó el jueves tras el registro de la UCO del ordenador del exgerente regional, Beltrán Gutiérrez Moliner; chitón a todos de que hace un mes Ignacio González también había dimitido; y chitón, hasta un rato antes de la inesperada rueda de prensa, a Mariano Rajoy.

«Lo entiendo» le contestó por SMS el presidente en funciones.

Sin embargo, en la Moncloa saben que es el penúltimo golpe de la «vecina de la primera planta» para delatar, con su gesto, que seis pisos más arriba habita un presidente, miembro también de la misma generación calcinada por los casos de corrupción, que debe seguir sus pasos. Ya se lo dijo hace unos días: «Este no es tiempo de los personalismos sino de los sacrificios». «J... qué tropa» debió pensar Rajoy ayer evocando el exabrupto de Romanones que ya espetó a Aguirre y a Gallardón cuando quisieron subírsele a las barbas en Reyes de 2008.

Así lo han entendido muchos compañeros de la todavía concejal. Toda vez que, con su marcha, apenas adelanta unos meses una decisión que ya había tomado: no presentarse a la reelección como responsable del PP de Madrid en el próximo Congreso regional, que se retrasa a expensas de lo que ocurra con los pactos de Gobierno. Además, «está la agenda morada de Paco [Granados], su mano derecha, que puede traerle sorpresas al PP de Madrid en los próximos días», revela un alto cargo. En Génova interpretan su marcha por el temor a una citación judicial que pudiera producirse fruto de esas anotaciones del cabecilla de la Púnica, que su socio David Marjaliza está «traduciendo» para el juez.

Seguro que Rajoy hubiera «entendido» esa marcha hace ocho años, cuando Aguirre hizo todo lo posible por moverle la silla en el Congreso de Valencia. Curiosamente, mientras la lideresa madrileña intentó mandarle al Registro de Santa Pola, otra lideresa, la valenciana Rita Barberá, le apuntaló de la mano de Francisco Camps y Núñez Feijóo para que se quedara y opositara a La Moncloa. Hoy ambas están cercadas por la corrupción que anega las dos ciudades que fueron símbolo del esplendor popular. Pero Rajoy solo siente conmiseración por una. Y no es Aguirre. Sí se acercó a ella cuando en febrero de 2011 fue operada de un carcinoma. Año y medio después dijo que se iba. Pero volvió. Lo hizo «para combatir el populismo». Sin embargo, erró en la campaña y terminó colocando de alcaldesa a Manuela Carmena. Hasta ella lo reconoció.

Los enfrentamientos entre Rajoy y Aguirre tienen nombres propios: Alberto Ruiz-Gallardón, Ignacio González, Rodrigo Rato, Alfredo Prada, Luis Bárcenas, Beltrán Gutiérrez Moliner... Si él los quería, ella los echaba; si él los despedía, ella los recuperaba. También le ocurrió a la cuña de su misma madera, la exconsejera madrileña María Dolores de Cospedal, que firmaba cartas de despido a los garbanzos negros Luis Bárcenas y Gutiérrez Moliner, y la vieja guardia, léase Javier Arenas o Esperanza Aguirre (por cierto, dos enemigos declarados) los readmitían por otra puerta.

Cospedal habló con Aguirre antes de las municipales para que se comprometiera a dejar la dirección regional y todo acabó en un «mal entendido», que bendijo Rajoy con su multiusos: «No es el momento». Hasta que hace unos meses la secretaria general echó a Moliner por las tarjetas black y Aguirre lo readmitió. Cuando la UCO entró el jueves en el PP de Madrid, el enfado de Cospedal se oyó en la glorieta de Bilbao. «Que pregunten a Esperanza», dijo. Y ayer contestó.

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