Concha Velasco, en un momento de «Reina Juana»
Concha Velasco, en un momento de «Reina Juana» - Sergio Parra
CRÍTICA DE TEATRO

«Reina Juana», con Concha Velasco: Yo confieso

La obra, escrita por Ernesto Caballero y dirigida por Gerardo Vera, recoge los últimos momentos de Juana la Loca

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Tras varios minutos de aplausos con el público puesto en pie, Concha Velasco pidió silencio para agradecer la calurosa respuesta del respetable y expresar su felicidad por actuar en el Teatro de la Abadía. Pasaban las diez de la noche del pasado viernes y había transcurrido hora y media de monólogo con la atención de los espectadores del estreno en vilo, prendida de la palabra y los gestos de una actriz descomunal transfigurada en un personaje al que la historia ha encerrado en los estrechos márgenes de una etiqueta probablemente injusta.

«Reina Juana» (****)
Autor: Ernesto Caballero. Dirección: Gerardo Vera. Escenografía: Alejandro Andújar y G. Vera. Iluminación: Juanjo Llorens. Vestuario: Alejandro Andújar. Videoescena: Álvaro Luna. Intérprete: Concha Velasco. Teatro de la Abadía. Madrid.

Juana I de Castilla, Juana la Loca para una posteridad que la quiere presa de la demencia causada por una mezcla de devoradores celos patológicos y fervor morboso por su marido difunto, alza la voz en una obra de Ernesto Caballero que trenza el compendio histórico, el perfil psicológico y la interpretación poética en torno a una mujer cuyo carácter independiente fue sistemática y sucesivamente sometido por la voluntad de sus padres, su marido y su hijo.

Concha Velasco tiene la misma edad, 76 años, que tenía la soberana cuando murió en 1555 en Tordesillas después de 46 años de reclusión forzosa, primero por designio de Fernando el Católico, su padre, y luego por el de Carlos I, su hijo, amparándose ambos en una supuesta incapacidad para gobernar a causa de diversos episodios nerviosos, pero en el fondo temerosos de la formación de un partido nobiliario que reclamara los derechos dinásticos de la que, al menos nominalmente, continuó siendo Reina de Castilla y Aragón hasta su muerte.

Caballero la sitúa en el momento en que se confiesa ante el futuro San Francisco de Borja, enviado por su nieto Felipe. Ella, cuya falta de devoción había alarmado a su madre, la Reina Isabel, y a la que su hijo Carlos hizo que la obligaran a escuchar misa y confesarse utilizando, en caso de ser necesaria, la tortura, abre ante el jesuita las páginas de su vida y así van desfilando por el escenario su infancia, el matrimonio con Felipe de Habsburgo, la rebelión de los comuneros, los hijos, los celos («¿cómo se puede una arrepentir de un sentimiento?»), el encierro y los maltratos… Y también los fantasmas que pueblan los recuerdos de una Juana convertida en fantasma de sí misma: el Rey Fernando, Felipe el Hermoso, el Emperador Carlos…

Un retablo sobre el poder, «que transforma a las personas y las convierte en seres sin alma», y sobre el amor, relatado por una mujer rebelde que fue responsable cuando lo tuvo que ser y que, al hacer recuento con sensible conciencia crítica, reconoce haber sido sojuzgada, como esposa, como reina y como mujer, por los hombres importantes de su vida, siempre por razones de estado.

Un texto magnífico del que Gerardo Vera realiza una puesta en escena imponente, confabulándose con el talento natural de la protagonista, sembrando de acciones los tramos del monólogo, firmando con Alejandro Andújar una evocadora escenografía oscura aliviada con puertas y ventanas que abren luminosas perspectivas a la acción. Formidables el trabajo de videoescena de Álvaro Luna, con imágenes que aúnan el carácter narrativo y el apunte dramático, y la iluminación de Juanjo Llorens.

Punto y aparte para el trabajo de Concha Velasco, elocuente, cercana, comunicativa siempre, tanto en la piel de la reina vejada y envejecida como en la de la adolescente que surge impetuosa e ilusionada, encendida por una pasión amorosa inextinguible («de este paraíso ni el Dios de los cielos podría expulsarme», dice su personaje). Un gran trabajo.

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