El escritor noruego Karl Ove Knausgård, fotografiado ayer en Barcelona
El escritor noruego Karl Ove Knausgård, fotografiado ayer en Barcelona - Inés Baucells

Karl Ove Knausgård: «A veces el éxito no tiene que ver con la calidad»

El noruego, máximo exponente de la autoficción y fenómeno de alcance global, presenta «Tiene que llover», quinto tomo de la saga «Mi lucha»

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Es lo más parecido a una estrella del rock que ha dado la literatura contemporánea; un autor convertido en hombre-anuncio de sí mismo y de su propia vida al que jalean los más prestigiosos suplementos literarios y de cuyas rutinas no pierde detalle la prensa de su país. «Fue un gran shock ver que de pronto aparecía en los periódicos por haber salido a cortarme el pelo», explica Karl Ove Knausgård (Oslo, 1968), escritor noruego transfigurado en fenómeno global gracias a algo tan aparentemente prosaico como convertir su vida en una novela despiezada en seis monumentales entregas. 3.600 páginas de nada en las que relata con todo lujo de detalles –y no necesariamente en este orden– su infancia, la vida conyugal, matrimonios y divorcios, excesos de juventud, cicatrices existenciales y, siempre en primer plano, la muerte de su padre completamente alcoholizado. «Es una lucha constante con la idea que tengo de mi padre», apunta.

Hiperrealismo

Una apuesta a todo o nada por el hiperrealismo y la autoficción que Knausgård publicó en Noruega entre 2009 y 2011 bajo el título genérico de «Mi lucha» y de la que ahora se publica en España el quinto título, un «Tiene que llover» (Anagrama; L’Altra Editorial en catalán) en el que el autor se autorretrata en su veintena, justo cuando se instala en Bergen persiguiendo su sueño de convertirse en novelista y acaba coleccionando fracasos en casi todos los frentes. «Es el más divertido y ameno de todos, el tipo de libro que hubiese querido escribir con veinte años, solo que lo escribí con cuarenta», explica.

Así, mientras algunos de sus amigos lidiaban con la crisis de los cuarenta «comprándose kayaks o escalando montañas», Knausgård hizo lo propio rememorando algunos de sus más sonados batacazos y viajando al momento exacto en el que empezó a pensar en serio en hacer de la escritura su oficio. «Es un libro sobre un joven que quiere escribir una gran novela y acaba perdiéndose en ese pensamiento», relativiza el noruego, de paso por Barcelona para someterse a un tercer grado en el CCCB en una de las jornadas flotantes del festival Kosmopolis. Ese joven Knausgård, el mismo que viaja sin una corona en el bolsillo y escucha compulsivamente cintas de XTC y Roxy Music, se presenta como otro robusto pilar de carga, el quinto ya, sobre el que el autor de «La muerte del padre» ha querido edificar una monumental y desbordante reflexión sobre la identidad y sus mecanismos. «Está claro que ese es el tema de los libros: cómo somos y por qué somos como somos», subraya. Una idea que, en su caso, entronca directamente con la convicción de que, como ha intentado plasmar en todos los libros, el escritor no nace, sino que se va haciendo poco a poco; paso a paso y tropiezo a tropiezo. «Quería ser escritor a toda costa, pero no lo conseguía. Leía a muchos autores y trataba de aplicar su lenguaje, pero había algo que no acababa de encajar», explica.

Siguiendo este método de ensayo-error y tanteando sus posibilidades como novelista, escribió y publicó sus dos primeras novelas, «Ute av verden» y «En tid for alt», ambas inéditas en castellano, pero fue la trágica muerte de su padre, fallecido tras una borrachera letal, lo que le llevó a enterrar la ficción bajo toneladas de autobiografía y arrimarse aún más a la realidad. «Lo que empezó todo este proyecto es que quería escribir sobre la muerte de mi padre y, por alguna razón, la ficción no funcionaba. El giro se produjo cuando decidí que todo tenía que ser real; tenía que describir la vida de la manera más real posible. Es así como he llegado a escribir 3.600 páginas sobre mi vida así que, en este caso, el lenguaje es más importante que los hechos», relata el escritor noruego.  

No debieron pensar lo mismo, sin embargo, los familiares y amigos del escritor, actores secundarios de este desnudo emocional extremo que de pronto vieron cómo su vida y sus miserias quedaban al alcance de cualquiera que entrase en una librería. Así que con el éxito llegaron también los quebraderos de cabeza y las quejas amargas de aquellos a los que no gustó demasiado el retrato excesivamente real que había pergeñado Knausgård. «Con los dos primeros libros fui bastante ingenuo, ya que pensaba que nadie iba a leerlos. Me sentía muy libre, y fue así como escribí de mi padre y de mi familia. No pensaba en las consecuencias, pero las consecuencias llegaron y todo se convirtió en un infierno, así que con los tres siguientes libros dejé algunas cosas fuera e intenté ser un poco más amable», explica.

Eso sí: en el sexto volumen, el que cerró «Mi lucha» en 2011 y que se publicará en España en 2018, reaparece «la crudeza dura». «Vuelvo ahí donde las cosas duelen», insiste un autor que reivindica la libertad como único motor de la escritura. «En todos los procesos artísticos es muy importante que nada interfiera; tener libertad y que nadie te diga “No puedes hacer esto”», sostiene. Los límites, en caso de haberlos, ya los decidirá el propio autor. «Cuando la escritura se convierte en algo físicamente doloroso, ahí es donde está la frontera que no hay que atravesar», ilustra.

El caso es que, con límites o sin ellos, la familia de su padre ha sido la que peor ha encajado que Knausgård explicase con todo lujo de detalles las circunstancias de su muerte: le acusaron de mentir y de inventarse buena parte de la historia, un conflicto que para el escritor no tiene fácil solución. «Ellos siguen pensando que no debería haberlo hecho, pero también es parte de mi historia. No creo que el libro sea más importante que la vida de la familia pero, por otro lado, ¿a quién pertenece la historia de mi padre? ¿Y la de mi abuela?», reflexiona un autor que considera que, si de algo le ha servido «Mi lucha», ha sido para comprender mejor su propia naturaleza y la de su padre. «Mis miedos más fundamentales no han cambiado, pero sí que me acepto más a mí mismo y he aceptado más a mi padre. Ahora entiendo mejor la complejidad humana, pero nada de eso me ha hecho ni mejor persona ni más funcional».

Retirada en Suecia

Visto lo visto, no extraña que, después de despachar 500.000 ejemplares sólo en Noruega, la vida de Karl Ove Knausgård se haya convertido en un objeto de interés público y el autor haya tenido que retirarse al sur de Suecia en busca de un poco de tranquilidad. El revuelo sigue ahí, sí, pero él prefiere hacer oídos sordos. «Cuando tú mismo abres las puertas y lo enseñas todo, resulta difícil saber dónde está la frontera. Si defiendes que no hay límites, luego resulta complejo aplicar todo eso a la vida privada», señala.

Tampoco le resulta fácil pensar en la posibilidad de que algún día uno de sus cuatro hijos decida seguir sus pasos y acabe convirtiéndole en incómodo protagonista de su propia versión de «Mi lucha». «Me pregunto cómo lo manejaría, sí, aunque creo que significaría un fracaso como padre, ya que sólo los fracasados se convierten en escritores», bromea un Knausgård que, pese al éxito global y la veintena larga de traducciones que acumula, sigue exhibiendo flaqueza de escritor inseguro. «A veces me pregunto si los libros son buenos y cuando releo un párrafo me digo: “No, no son tan buenos”. Es un poco incómodo y difícil de manejar, ya que veo que hay otros escritores que han hecho un gran esfuerzo y no han conseguido nada. A veces el éxito no tiene nada que ver con la calidad literaria», asegura.

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