El escritor suizo Joël Dicker, fotografiado durante su estancia en Madrid
El escritor suizo Joël Dicker, fotografiado durante su estancia en Madrid - BELÉN DÍAZ

Joël Dicker: «Si escribir fuera fácil, no me produciría ningún placer»

El joven autor suizo vuelve a triunfar con «El Libro de los Baltimore», llamada a convertirse en la novela del verano

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Es el sueño de cualquier escritor desconocido: publicar una novela y que se convierta en un éxito. Fue eso, exactamente, lo que, hace cosa de tres años, le sucedió a Joël Dicker (Ginebra, 1985). Tras la pulcritud del Derecho, que el joven practicaba con poco entusiasmo, perseguía la ambición de publicar un libro. Escribía y escribía, y hasta llegaron a rechazarle un par de editoriales, en varias ocasiones. En esas estaba hasta que apareció en su vida Bernard de Fallois, el patriarca de la edición francesa, que despejó de pájaros la cabeza de Dicker y la amuebló de Literatura.

El resultado fue «La verdad sobre el caso Harry Quebert», novela que, según las cifras que maneja Alfaguara (su editorial en España), ha vendido unos tres millones de ejemplares en todo el mundo.

Este verano, el fenómeno Dicker ataca de nuevo con «El Libro de los Baltimore», donde recupera al personaje de Marcus Goldman, que tan buen resultado le dio.

—Creo que casi no dejó transcurrir tiempo para ponerse a escribir esta historia desde que salió «La verdad sobre el caso Harry Quebert».

—Sí, siempre estoy escribiendo, siempre tengo un proyecto entre manos. Eso no quiere decir que ese proyecto vaya a ser el siguiente libro; tampoco me planteo saber cuál será el próximo. De repente, como tengo éxito, todo el mundo piensa que tengo que escribir un libro cada año. Pero yo escribo porque me gusta y, a lo mejor, en un momento dado, me dedico a pintar o decido regresar al Derecho. De momento, me interesa la literatura y escribo sin parar. Es cierto que en el caso de este libro las ideas me vinieron rápidamente porque tenía ganas de continuar con el personaje.

— Pero no es una continuación.

—No, no, para nada.

—Sólo recupera al personaje de Marcus Goldman. Es decir, confía en él.

—Es bonita esa expresión: «Confiar en Marcus».

—Lo digo con toda la intención, porque estoy convencida de que no es un alter ego.

—Sí, es cierto. Y la palabra confianza es muy certera. Es curioso lo que dice, porque parte de la idea, y estoy de acuerdo, de que uno escribe un libro, se edita e inicia su vida propia.

—Claro, ya no te pertenece.

—Exactamente. Y a partir de ahí uno ya no puede hacer nada, los personajes son los embajadores de la historia que uno cuenta y hay que aprender a delegar en ellos.

—No le gusta que le clasifiquen dentro de un género pero, ¿es consciente del poder de la narrativa para ser inclasificable?

—No hay por qué elegir un género, es una historia que los mezcla todos. Entiendo que se plantee la cuestión del género, porque hay que guiar al lector, pero... ¿acaso no deberíamos tener la posibilidad de no estar obligados a encasillarnos?

—En ese sentido, ¿usted cómo se definiría? Es decir, si alguien preguntara quién es Joel Dicker, ¿qué respondería?

—Mmmmmmm…

—Obviamente, diría que un escritor…

—Sí, pero… Si tengo que elegir una palabra sería artista.

—¿Más que escritor?

—Bueno, ser artista ofrece muchas más posibilidades, así que, si tengo que elegir una palabra, elijo artista. Porque definirme como escritor… No quiero clasificarme sólo así. Pero a los periodistas os encanta clasificar.

—Bueno, simplifica el trabajo.

—Pero creo que al mismo tiempo cierra muchas puertas y yo, como escritor, prefiero dejarme posibilidades abiertas. Cuando decía que quería ser escritor me decían que eso no era un oficio; ahora que soy escritor me dicen que tengo que elegir un género. Es una problemática permanente.

—Antes de publicar «La verdad sobre el caso Harry Quebert» le rechazaron varias novelas. ¿Cómo se rehace alguien de ese rechazo y luego alcanza un éxito mundial?

—Siempre es interesante ver el camino tras el golpe, porque responde a muchas cuestiones. Es cierto que me rechazaron, pero nunca me dije a mí mismo que no servía para nada.

—Pero para eso tiene que confiar mucho en sí mismo.

—No creo que sea una cuestión de confianza, muestra mi pasión por la literatura. Estamos en un mundo donde no hay lugar para el fracaso, cuando el fracaso es indispensable, no pasa nada si uno se confunde.

—El fracaso es indispensable para lograr el éxito, sobre todo en el mundo literario.

—Sí, el éxito viene después del fracaso, es la única forma. Evidentemente hay fracasos y éxitos, y yo he tenido mucha suerte. Quizás más adelante haya fracasos, no se puede estar todo el rato en la cresta de la ola. El éxito es más grato que el fracaso, pero el fracaso tiene más valor en la construcción de uno mismo. El éxito nos fragiliza.

—¿Y cómo se digiere el éxito sin que afecte a su vida personal, sin convertirse en otra persona?

—Yo he tenido suerte en varios niveles. En primer lugar con mi editor, Bernard de Fallois, que ha sido un guía verdadero y me ha mostrado la importancia de la literatura. Además, el éxito llegó después de varios intentos, lo que me hizo ver que está muy vinculado a la suerte.

—De hecho, hay muchos buenos libros que pasan desapercibidos.

—Muchísimos. No se trata sólo del libro, es una cuestión de suerte. Además, viajo mucho y cada vez que lo hago tengo que reubicarme, volver a tomar perspectiva. Eso hace que siempre haya que replantearse todo, nada está logrado de antemano.

—El papel de Bernard de Fallois en su carrera y en su vida es muy importante, porque es una reivindicación de la figura del editor, muy necesaria estos días en el sector.

—Es cierto, porque se ha perdido un poco la figura del editor. Tenemos los libros autoeditados, los e-books… Hay escritores que piensan que pueden arreglárselas solos, que no necesitan a un editor, y han perdido la conciencia de hasta qué punto es importante para poder desarrollarse como escritores. El editor es el entrenador del escritor.

—¿Lee a escritores de su generación o tiene más como referentes a los clásicos?

—Leo, sobre todo, a escritores contemporáneos. Sí leo, de vez en cuando, a los clásicos, pero no de manera constante. Yo sé que hay gente que dice que sólo lee a los clásicos, como si los clásicos fueran mejores que lo que se hace ahora.

—O como si el hecho de leer a los clásicos te hiciera mejor escritor.

—Sí, pero yo, como lector, me guío por mi curiosidad y mi deseo. Es importante estar atentos a lo que se hace en la actualidad, crear una inercia. También hay tiempo para leer a Cervantes y Shakespeare, pero hay que contribuir a la corriente actual.

—Antes ha dicho que no le importaría pintar o volver al Derecho. ¿Se plantea no escribir, que la escritura deje de formar parte de su vida?

—Es difícil imaginarlo. He decidido escribir y si algún día dejo de tener ese deseo, dejaré de hacerlo.

—¿Y ha sentido en algún momento el terror de la página en blanco?

—No, nunca. Tengo otros problemas, con cosas que no encajan, cuestiones sobre el estilo, la construcción de los personajes... Si escribir fuera fácil, no me produciría ningún placer.

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