Escena de la película «La novia de Frankenstein» (1935), protagonizada por Boris Karloff y Elsa Lanchester
Escena de la película «La novia de Frankenstein» (1935), protagonizada por Boris Karloff y Elsa Lanchester

Frankenstein, un icono entre la repulsión y la ternura

La criatura ideada por Mary Shelley hace 200 años protagonizó un curso de la Complutense en el que debatieron Luis Alberto de Cuenca, Cesar Mallorquí o Fernando Marías, entre otros

San Lorenzo del Escorial Actualizado: Guardar
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Un colapso que inevitablemente propicia que la irreflexión se apodere de la mente humana surge cuando ante sus ojos emerge una figura que genera repulsión. Hagan el ejercicio: transpórtense ante aquello que remueva sus tripas y agarrote los dedos de sus pies; una cucaracha en el cabecero de su cama, una escena la que se retrata un asesinato acometido con brutal ensañamiento o, mismamente, el cadáver andante y maloliente del monstruo artificial Frankenstein.

Es la temática que durante la pasada semana dio pie al ciclo Los espejos del monstruo: 200 años de Frankenstein enmarcado en los cursos que la Universidad Complutense organiza en El Escorial. Lo cerró el escritor Fernando Marías, que propuso la ternura que también inspira el mítico personaje de ficción como contrapunto al terror que genuinamente pretende.

Quizá por ello la criatura que nació de la imaginación de Mary Shelley ha terminado por constituirse como una de las más icónicas de la literatura de ficción histórica, dando por descontado que fue la primera que trabajó un género hasta entonces inexplorado.

Fue un hecho casual a ojos del desapegado de las evidencias científicas, la erupción del volcán del monte Tambora en 1815, el que terminaría propiciando el nacimiento de la bestia Frankenstein. Aquel acontecimiento hizo que el de 1816 fuera el periodo estival que perduraría como el verano que no fue. El clima frío fruto la mentada explosión llevó a tres hombres y una mujer que pasaban sus días en la Villa Diodati, una mansión ubicada junto al Lago de Ginebra, a dedicar sus noches a contar historias de terror reunidos en torno a una chimenea. Nunca hubiera pensado Mary Shelley, o al menos así lo manifestó, que aquella actividad germinaría en el nacimiento de una deforme figura que trascendería como seña de identidad de la cultura ligada a lo fantástico. Principalmente porque allí las plumas de enjundia eran las de Lord Byron, John Polidori y Percy B. Shelley, la pareja de Mary.

«Tiene muchísimo glamur y capacidad de enganche, es mítica, pero no es buena desde el punto de vista estilístico y literario como sí lo es Drácula. Frankenstein es mediocre, pero trata unos temas e investiga unos espacios literarios y conceptuales que no se habían investigado hasta entonces», opina Luis Alberto de Cuenca, también presente en el curso sobre la bestia. Cuando César Mallorquí tomó la palabra en El Escorial puso la lupa sobre el mad doctor, ese científico obstinado en demostrar al mundo que su traslúcida locura no es tal, pues a su alcance está el romper las barreras de la naturaleza para moldearla a su antojo. En este caso su nombre es Víctor Frankenstein.

Según explica Marías, hay dos imágenes que influenciaron de manera decisiva la gestación de la obra bicentenaria. «Una es aquella famosa pesadilla de Percy Shelley en la que soñó que los pezones de Mary tenían ojos. La otra es aquella que Mary dice que fue el origen de Frankenstein, cuando en aquellas noches en las que estaba obsesionada por encontrar el personaje, por estar a la altura de Byron, tuvo un sueño en el que un hombre la miraba a través de la ventana del dormitorio, sin saber ella si eso le provocaba terror o pena», cuenta el bilbaíno, que califica esa temblorosa dicotomía como «la esencia de Frankenstein».

De cuenta añade: «La propia Mary se retrata en el monstruo, mientras que él, poniéndonos freudianos, es el padre de la propia Mary. Ella tuvo una relación compleja con él, un filósofo brillante, con el complejo añadido de que su madre muere en el parto. Esa relación paternofilial se plasma en la novela, pues es él quien la cría. Luego el monstruo es alguien por quien Mary siente ternura porque, de algún modo, la encarna a ella. Es alguien que necesita cariño».

Si bien la imagen que podría adoptarse como icono de Frankenstein es la de la película dirigida por James Whale en 1931, su tirón ha generado casi un centenar de filmes en los que se recrea al monstruo, además de series, música u obras de teatro. La última, en 2015, de la mano de Paul McGigan, en la evidencia de que la historia que creó Shelley abarcaba mucho más que a una criatura abominable: los todavía inescrutables caminos de la ciencia o los avances tecnológicos ya estaban presentes cuando la pluma de Mary comenzó a escribir hace 200 años.

Ello provocó que Marías, obsesionado con el universo Frankenstein, fundase en 2010 una «cosa» llamada «Hijos de Mary Shelley». La iniciativa nació con el objetivo de revivir aquellos encuentros entre escritores para relatar historias de miedo que después dieran lugar a libros. Generó seis publicaciones y derivó en una compañía de teatro y, para terminar de dar vueltas al rizo, una agencia de viajes temáticos para que aquellos a los que el cóctel de repulsión y ternura del que bebe Frankenstein resulta irresistible sigan pudiendo revivir al mito.

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