Joan Margarit recopila sus poemas
Joan Margarit recopila sus poemas - inés baucells
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Joan Margarit: «La independencia de Cataluña es imposible, no se la creen ni los que hablan de ella»

Se publica la edición bilingüe de «Amar es dónde», su último libro, y una recopilación, por vez primera en español, de su producción entre 1975 y 2012

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Joan Margarit (Sanahuja, 1938) repiquetea con los dedos sobre la mesa al hablar de «Todos los poemas» (Austral), recopilación, por primera vez en español, de su producción entre 1975 y 2012. Este volumen coincide con la edición bilingüe por Visor de su entrega más reciente: «Amar es dónde» (2015). Premio Nacional en 2008, este poeta de profesión arquitecto prefiere abrir su Obra Completa por el último tramo, cuando aprendió que «saber estar triste es una fortaleza». Al igual que la arquitectura, la poesía de Margarit se atiene a un cálculo de estructuras: una sólida «Casa de Misericordia» donde refugiarnos de la intemperie. Así tituló el poemario de 2007 que anticipaba la mediocridad de nuevos ricos que nos llevó en volandas a la crisis económica, moral y cultural: «Es el final de un sueño.

Ahora toca / hacer democrático el arte. Ningún árbol alto / Espantosamente ricos y, por esto, / espantosamente pobres».

–¿Cómo suenan esos poemas escritos en catalán en castellano?

–Lo importante es la sutileza. El título «Des d’on tornar a estimar» se convierte en «Amar es dónde», una expresión que se repite como un leit motiv en varios de los poemas. ¿Por qué ese cambio? Si hubiera traducido literalmente, «Des d’on estimar» sería «desde dónde volver a amar», que parece el título de un bolero... malo. Cuando recogí mis primeros veinte años de poesía, de 1975 a 1995, titulé el volumen «Els primers freds». En catalán esa expresión tiene sentido, pero en castellano –«Los primeros fríos»– suena a meteorología: al final opté por «El primer frío».

–Usted comenzó escribiendo en castellano, una muestra de esa cultura bilingüe que, a ambos lados del Ebro, algunos se empeñan en abordar como problema en lugar de valorarla como una riqueza…

–Algunos… Vaya usted a la web de la Real Academia Española y verá que le sale en castellano, inglés y francés. Si la RAE ya no se acuerda de las otras lenguas que se hablan en España, mala cosa…

–Pero eso sucede también en determinados ámbitos de la Cataluña nacionalista, cuando algunos actos o rótulos informativos se presentan en catalán y en inglés obviando al castellano…

–De acuerdo, pero convendrá conmigo en que cuando se produce un conflicto entre dos entidades –sean lingüísticas, personales, económicas–, y una es grande y la otra pequeña, la mayor responsabilidad recae en la grande. Es como si el director de la fábrica se queja de no tener una relación fluida con el conserje… ¿Suena raro, no? En este aspecto yo estoy con Machado, que distingue la gente que labora de la que van apestando la tierra. Estos segundos no me interesan nada: sean castellanos, catalanes, de derechas o de izquierdas… El poderoso debe ser generoso, aunque el más débil pueda ser maleducado y sucio.

–Después de cuarenta años de poesía, ¿cómo se revela la biografía de Joan Margarit?

–Los poemas nacen de la vida del que los escribe... De todas formas, no todo vale dentro de mi vida, hay muchas cosas que no son interesantes. Por eso, he de buscar «los universales», todo aquello que pueda compartir con otras personas. Solo así puedo empezar a escribir el poema. Después viene la fuerza de los versos y la palabra poética que necesitaría todo el diccionario para explicarla y, aún así, se quedaría corto. Si consigo que el lector se identifique, diga «este o esta soy yo», y lo incorpore a su vida tendremos un buen poema.

–¿Y no se reencuentra con un Margarit personaje?

–El narrador-personaje funciona en la novela, no en la poesía. En el poema manda el poeta y el lector. Si menciono mi infancia quiero aludir también a la infancia del lector, sin caer, por supuesto, en el tópico. De ahí el mérito del poema: no confundir tu visión propia con la universal.

–En Cataluña se ha tendido a utilizar a los poetas en clave política. Me refiero a Espriu, tan explotado en los años setenta o a Miquel Martí Pol, un habitual del nacionalismo… ¿Le ha ocurrido a usted?

–Yo no hago poesía social ni patriótica. Mi poesía apunta a un lado y al otro. Leamos «El saqueo», de «Amar es dónde». En el primer verso hago memoria de la lengua prohibida en los tiempos del «habla en cristiano»: «De niño me quisieron arrancar la lengua / que la abuela me hablaba / cuando volvíamos del campo al caer la tarde». Y el poema concluye con «Salvar la lengua me ha dejado / a merced de una gente que era la mía». Cómo ve, una visión poco complaciente de «los nuestros». La poesía con adjetivos no me ha interesado nunca. Cuando tenía veinte años triunfaba la poesía social, que producía malos poemas en general. Si Blas de Otero era buen poeta trascendía a la etiqueta de «poesía social».

–¿La lengua se preserva mejor con la independencia?

–En absoluto. Cuando Irlanda consiguió la independencia, se dejó de hablar gaélico y ahora todo el mundo habla inglés.

–Pero en 2010, usted parecía simpatizar con el llamado «proceso»…

–En un pregón en el ayuntamiento de Barcelona hablé de una separación administrativa entre Cataluña y España. Desde entonces, no he vuelto a pronunciarme. La separación es imposible, no se la creen ni los que hablan de separación. Otra cosa es que el malentendido y la desconfianza de Cataluña con el resto de España ha durado demasiado tiempo y que, si en 2012, por las razones que fueran, salió tanta gente a la calle había que prestarle atención desde el gobierno español y no dejarlo como un tema exclusivo de la ANC o de aquellos a los que les interesa esa situación para sacar réditos políticos.

–¿Se refiere a Artur Mas y los herederos de Jordi Pujol?

–A mí no me convence ningún político: ni los de allí, ni los de aquí. De estos últimos le diré que, como arquitecto, me encargué de la Biblioteca Provincial que iba a levantarse en el antiguo mercado del Born: cuando descubrimos los restos de las casas de 1714 le dije a mis colegas que no habría biblioteca. Yo voy por libre porque tengo 76 años, aunque la edad de la libertad sólo te la ganas tú.

–Uno de sus títulos más celebrados, «Casa de Misericordia», plantea la poesía como refugio frente a la intemperie moral…

–El ser humano vive en un universo cruel y brutal. Gracias a la Ciencia y la Técnica se defiende de la agresión de ese universo apretando un botón… Pero la intemperie moral nos alcanza a todos: pérdidas, errores, catástrofes personales. La muerte de un ser querido, sentirse abandonado por tu cónyuge… Entonces, ¿qué botón apretamos? Sólo nos quedan las letras, pero leer a Montaigne cuando nos ocurre una desgracia es demasiado tarde, hay que tenerlo leído antes. De ahí la importancia de las Humanidades en la educación.

–Usted se aferró a la poesía a la muerte de sus hijas…

–En «Joana» me atreví a vulnerar un principio poético básico y escribí sobre lo que me sucedía... No me arrepiento.

–La crisis que padecemos es económica y moral…

–Hablemos de la opulencia, que es tener más de lo que necesitas. Antes no iba más allá de una minoría de poderosos, pero desde los años noventa, esa opulencia alcanzó a los de abajo. Cuando la burbuja inmobiliaria, un yesero se presentaba en la obra conduciendo un BMW y se jactaba de tener dos coches más en el garaje de casa… El ser humano es digno en la necesidad, pero cuando pasa de la necesidad a la opulencia, se pervierte. Esa es la enseñanza de la crisis. No renunciar a la opulencia ha sido –y puede volver a ser– nuestra condena: no veo «propósito de enmienda» en nuestros políticos.

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