«El reclamo», ilustración de Julio Gros
«El reclamo», ilustración de Julio Gros
125 AÑOS DE «BLANCO Y NEGRO»

Juan Gómez Bárcena: «Horizonte blanco»

¿Y si los personajes de «El reclamo», la ilustración de Julio Gros, estuvieran mirando al espectador, hoy como ayer? Es lo que se pregunta Juan Gómez Bárcena. Su respuesta es terrible e inquietante

Madrid Actualizado: Guardar
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El globo asciende y la mujer cae y nosotros miramos. Lleva cayendo ciento veinticinco años, está cayendo todavía, y seguimos mirando. Siempre envarados en la misma pose, con el mismo sombrero o la misma casaca; presos en el mismo estupor de silla volcada y quitasol que se vuela. La mujer cayendo del globo y nosotros que deberíamos sorprendernos, pero al cabo de cierto tiempo incluso la sorpresa cansa. Es inevitable distraerse, aunque no lo queramos; mirar con el rabillo del ojo más allá de la tragedia. Nuestra atención se desvía hacia el garabato vagamente inconcluso del templete, con trazos que comienzan y terminan en la nada -después de tantos años nos ha sobrado el tiempo para imaginar las líneas que faltan, la orquesta que dentro no toca-.

A veces miramos nuestro horizonte de papel blanco, que amarillea lentamente como un barquillo de los de a una peseta la docena. A veces miramos más allá de los márgenes de nuestra cárcel, hacia el anuncio de la sombrerería o el taller de monociclos; hacia la cura milagrosa del aceite de ricino y el rótulo de «Blanco y Negro». A veces te miramos a ti. Porque es 1891 y también 2016.

Alguien nos mira

Estamos flanqueados por la noticia de Edison patentando el cinetoscopio y de Tesla patentando su bobina, pero también de otras muchas novedades que no entendemos: coches que cabalgan sin caballos y tripulaciones que vuelan sin globos. Mujeres sin refajos y sin sombreros, sin enaguas, sin quitasoles. Bombas que estallan sin que nadie parezca dirigirlas y que después de explotar se quedan más solas todavía. Todo eso lo miramos con admiración, con sorpresa, con horror. Nos preguntamos dónde están el partido conservador y el liberal. Qué se ha hecho de la decencia. De nuestras Exposiciones Universales. De nuestras colonias. Por qué no llevas reloj de bolsillo, ni chistera, ni sombrero de flores. Y si al menos eso fuera todo. Porque no sólo estamos en 1891 y en 2016, sino en todos los tiempos donde alguien nos mira. En 2091, celebrando nuestro segundo centenario; dibujados en otra cárcel que ya no está hecha de tinta y rodeados de cosas más extrañas todavía. Cosas de las que no podemos, no debemos hablarte.

Y también en 2145, impresos por última vez en un país que para ti aún no existe, después de una guerra de la que ni siquiera conoces sus primeras causas, y la mujer del globo que todavía está a punto de caer, y la silla que continúa volcada, y tú que sigues muerto. Y después de 2145 ya no sucede nada, porque en 2145 los periódicos se acaban, o bien es el mundo el que acaba. Cómo saberlo: no podemos mirar tan lejos. Sólo podemos mirarte a ti y luego volver la espalda, porque no nos gusta lo que vemos. Preferimos mirar el globo y la mujer, el templete vacío, el horizonte blanco. Regresar a nuestro gesto de horror, que ya no tenemos que fingir, porque en verdad nos aterra lo que hemos visto. Y en algún lugar de 1891 hay también un hombre que se ajusta su monóculo para mirarnos más de cerca -nuestros cuerpos ondulándose y crujiendo en sus manos con ese ruido de hoguera que no cesa, de incendio que desborda los siglos-; alguien que contempla nuestros rostros contraídos por el espanto y cree que es el globo lo que tememos.

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