PAN Y CIRCO

LA MUNDIAL

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Pues nada. Aún sigo frotándome los ojos cada vez que veo el marcador del España-Holanda en cualquier periódico deportivo digital. España, y los españoles parecían afrontar en Brasil el Mundial con más ilusión de su historia, precisamente por la historia que alumbra a dicho país y por el prestigio adquirido durante los últimos años. Un prestigio que sitúa la autoestima general por las nubes pero que aumenta el riesgo de suma decepción en caso de no cumplirse el guión previsto. Y vaya si hubo decepción el pasado viernes 13, fecha de la cual huyeron los brasileños cuando pidieron modificar el calendario inicial del Mundial y cuya superstición cayó como un relámpago sobre la selección española en forma de atolondramiento generalizado que puede costarles regresar prontito a casa, con un brillante currículum, pero no exento de un borrón inexplicable en su expediente. Porque España puede perder con Holanda. Tiene el derecho adquirido a equivocarse, al menos una vez, como proclaman los defensores de Del Bosque, Casillas o Xavi, tantas veces elogiados y admirados y en esta ocasión señalados, pero no alcanzo a entender el nivel de juego ofrecido en la última media hora. Exprimidos, bloqueados, perdiendo la noción del tiempo para saber aguantar el chaparrón a la espera de mejores momentos, incapaces de orientarse en el campo, guardar un equilibrio mínimo como equipo y nerviosos como si tuvieran que enfrentarse al primer examen oral de sus vidas, como si su novia les hubieran dejado tirados en el altar el día de sus bodas. Este último ejemplo puede servir también para explicar cómo se sintieron millones de españoles el viernes al filo de la medianoche. Huérfanos de felicidad en tiempos de crisis y problemas. Aún está por confirmar pero tiene visos de terminar en drama. Trágico o con suspense, pero drama al fin y al cabo, a no ser que los mismos que liaron la mundial en 90 minutos sean capaces de deshacer dicho lío en otros 180.