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EL PORTAVOZ DEL VICARIO

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El jesuita Federico Lombardi, que debe de ser una persona inteligente, no solo por haber profesado en esa orden, sino por haberse mantenido en ella a pesar de casi todos los pesares, ha sido abucheado en la plaza de San Pedro. Voz del pueblo es voz de Dios, pero hay voces que no hay Dios que las aguante. El buen hombre quería demostrarle a su auditorio su solidaridad con los niños y su repulsa con los pederastas que han abusado histórica y tradicionalmente de ellos. Fue abroncado. Hasta el apóstol oyó gritos: «¡Vergüenza!», «¡Basta!», fueron los eslóganes más unánimemente coreados. La concentración en protesta por los abusos sexuales -tanto los consentidos como los disimulados- ya no admite encubrimientos. Se entera hasta San Pedro.

Hasta hace poco tiempo, la astucia eclesiástica optaba por el encubrimiento. Creían que era mejor trasladar de diócesis a los curas pederastas para suministrarles un nuevo harén, que delatarles y expulsarles. Eso se ha acabado, aunque no del todo. Hay que dar la cara y el culo. Las víctimas de abusos sexuales rechazan la solidaridad del portavoz del Papa para mostrarle su solidaridad. El perdón modifica en cierto modo el pasado, pero no repara el esfínter. Una buena parte de las vocaciones religiosas ha estado determinada por la impunidad que se obtenía disfrazando la vocación con la afición a inspeccionar braguetas. Fuera máscaras. Su Santidad ha tardado algo en condenar la conducta de los guarreras que abusaban de los niños.

Por eso han abucheado a su vicario Lombardi y el griterío se ha oído hasta en el celeste altiplano donde reside San Pedro. Que nadie se confunda: no se trata de un ataque a la Iglesia católica, sino a algunos de sus lamentables servidores que suelen hacer una cosa por delante y otra por detrás. Gentuza cobarde y soberbia, que no ha tenido el valor ni para enfrentarse con su propia sexualidad ni con la vida.