EL MAESTRO LIENDRE

LA RED SOCIAL

La película de Fincher y Sorkin logra transmitir potencial y miserias de nuestra nueva vida web

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La película tiene la innegociable virtud de contectar con lo universal desde lo local y lo particular. Un grupo de estudiantes de una universidad elitista norteamericana, entre raros, brillantes y soberbios consiguen parecernos portadores de sensaciones que muchos, cada vez más, tratamos de torear a diario al margen de ser de pueblo o haber estudiado FP en un centro de medio pelo. 'La red social', de David Fincher, tiene -entre otras virtudes cinematográficas que no vienen al caso- eso tan manido pero imprescindible de ponernos ante un espejo. En este caso, nuevo.

Conviene aclarar conceptos, antes de atravesar la pantalla. Todos los que la vean, una abrumadora mayoría por lo menos, están ya atrapados por la red. No podemos vivir sin ella. En muchos casos, ni queremos ni sabríamos.

El rechazo sistemático, frontal y absoluto a estas nueva forma omnímoda y ubicua de comunicación (llamémosle internet pese a todas sus variantes de blog, redes, información en webs...) resulta ya impresentable. El que pretenda aislarse es muy libre. El que quiera oponerse tiene las mismas posibilidades que al tratar de frenar una ola de diez metros con las manos.

La mayoría de los que la vean tienen bitácora o siguen unas cuantas (las que proporcionan risa y paz al leer me parecen las mejores), perfil en Facebook (no tengo miedo de que nadie vea lo que hay) y en twitter (de cariz más profesional). O son bichos raro a los que les encanta leer y escribir correos largos. Al menos, reciben y rebotan esos odiosos reenvíos y cadenas chorras. Muchos espectadores, en la sala o en sus casas, tras una descarga bien entendida, son también de esos que pierden la noción del tiempo cuando encienden el ordenador y se acostumbraron, no sabe cuándo, a repasar diez periódicos de diez vistazos en diez minutos que se convierten en cien porque siempre hay qué leer. Muchos compartirán que el papel aún tiene un atractivo insustituible, sobre todo cuando se trata de novela. Ni el video mató a la estrella de la radio ni el teclado, al boli.

Cada observador de la cinta tendrá una combinación parecida o distinta de preferencias digitales pero casi todos tienen algunas, las suyas, las que sean, pero que incluyen mil hábitos a los que no estamos dispuestos a renunciar y que empiezan por triple 'w'. Por tanto, nada de internet no va conmigo, qué horror, la privacidad, a dónde vamos a llegar, antes un tacto rectal (que dijera Clooney) ni rechazos de otro tipo.

Pero los adictos a la saludable costumbre de dudar, a través de este largometraje, ven de otra forma el fenómeno, de proporciones gigantescas, que deja en patucos a lo que fue la tele. Despierta un temor frío y sordo, que cada usuario tiene guardado. La película deja el poso de la incompatibilidad entre una vida virtual total y una real, entre píxeles y sensaciones, entre la inteligencia racional y (como dicen los gurús) la emocional.

Lejos de ser una biografía, una hagiografía que habría sido insufrible puesto que apenas ha cumplido los 30, el guión consigue dibujar en el (presunto) creador de Facebook una nueva y atinada caricatura de todos nosotros, de lo que somos o, podríamos llegar a ser si, como el tal Zuckerberg, llegamos a permitir que nuestras venas se conviertan en cables y nuestras vivencias en una compulsiva necesidad de vomitar pequeños textos y fotos movidas, sobre la nada. Nunca como tras ver esta película (probable aspirante a algún Oscar) se aparece que la diferencia siempre estará en la mano, nunca la herramienta. Si el que escribe no 'reserva' unas horas para vivir, ya puede dar teclazos... Si se sabe tan cobarde que debe recurrir al anonimato... Si la noticia está deformada por la prisa... Si el autor de un blog de coleccionismo no acaricia sus piezas y no recorre estantes... Si no nos despegamos de la pantalla... Si no aprendemos a darle un lugar y un tiempo... Si dejamos que semidesconocidos parezcan amigos... Si utilizamos ese prodigio de comunicación para suplir, en vez de complementar...

Entonces se hará real ese personaje fabulado, un desgraciado de manual, que representa el riesgo que nos presenta el abuso. El peligro de suplir la carne humana. Consigue encumbrar su (?) idea, levanta un imperio, forrarse se forra, pone en contacto a millones de personas (las más afortunadas, ya lo estaban por otra vía) pero el protagonista sigue como al principio: sin nada que decir ni nadie a quién decírselo.

Porque, con Facebook o con pluma y tintero, viene a contar que seguimos hechos de odio, ambición, venganza, celos, envidia, generosidad, talento e ira. Aquí y en Harvard. En el siglo XV y en el XXII. De Shakespeare a Bill Gates.