Tribuna

Tras las huellas del Teatro en Cádiz

LICENCIADO EN DERECHO Y DOCTOR EN HISTORIA. MIEMBRO DE LA ASOCIACIÓN 'CÁDIZ ILUSTRADA' Actualizado: Guardar
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Al contrario de lo que sucede en otras ciudades más amantes de su historia, apenas si quedan en Cádiz vestigios de los grandes teatros que enriquecieron la vida social y cultural de la ciudad en los siglos pasados, sin que exista al menos una modesta placa que los rememore. Nada recuerda al Corral de Comedias, conocido después con los nombres de Coliseo Español y Teatro Principal, cuyo último sucesor el Cine Municipal terminó convertido en un multicine, un comercio y un centro social. Tampoco al Teatro de la Ópera Italiana de la plaza de las Flores que corrió parecida suerte, ni al Teatro de la Comedia Francesa, antigua sede del Diario de Cádiz, aunque la instalación de este último en el Cádiz ilustrado supusiera uno de los acontecimientos más interesantes, por novedoso y aperturista, del mundo cultural español del siglo XVIII.

Pero paseando por la ciudad, a pesar de las transformaciones y de los cambios sufridos por el callejero, todavía podemos descubrir rastros que nos hablan de la anterior existencia en sus inmediaciones de locales teatrales que llenaron en otras épocas los ratos de ocio de los gaditanos. En la calle Feduchy vemos una placa con su anterior nombre Calle Comedias, llamada así por las que se celebraban en el corral de dicha calle, construido por un cordobés de Priego, el médico titular de la ciudad Gaspar Toquero. Este teatro llegó a ser tan importante y famoso en el siglo XVII que incluso los empresarios del teatro del Hospital Real de Lisboa vinieran a Cádiz para contratar a las compañías de cómicos que en él actuaban. Todavía en la calle Valverde leemos la placa de "calle del Vestuario", también conocida como Vestuario de las Comedias donde se encontraba la puerta de entrada de los cómicos, a la espalda de la plaza del Palillero donde se concentraría el tráfico de las personas que a pie, en carrozas o en sillas de mano acudían a disfrutar con las obras de Lope o de Calderón.

En la calle Ceballos se puede leer la placa con su antiguo nombre calle de la Bomba, por la más famosa casa de vecinos que había en su época, que se derribó para en su solar construir el Teatro Francés, y en cuya cercana calle Navas, antes del Ángel del Mentidero, residían muchos de los franceses que trabajaban en él, músicos, actores, bailarines y personal del teatro. Si usamos nuestra imaginación, al escuchar los acentos franceses de los Erasmus que frecuentan en nuestros días los bares del Mentidero, podemos evocar los de sus antepasados, comerciantes de la calle San Francisco o empleados de las casas comerciales francesas de la calle de la Carne, que esperaban platicando en el café Le Petit Versaille, instalado en la esquina de la calle Hércules, la hora de comienzo de los espectáculos para entrar por la puerta principal que daba a dicha plaza.

Pero en Cádiz no sólo actuaban las mejores compañías de la época, a lo largo de todo el siglo XIX llegaron a la ciudad numerosos espectáculos circenses de la mano de compañías que llevaban nombres franceses como Haribeau, Tusieres o Tournier o ingleses como Thomas Price, quien descubrió España en Cádiz actuando varias temporadas con su compañía ecuestre antes de instalarse definitivamente en el Circo de Madrid.

Estos circos volanderos ya no podrán instalarse en la Plazuela de las Barquillas de Lope porque en su solar se encuentra la Facultad de Ciencias Económicas, antiguo Hospital Mora, tampoco en los jardines de los conventos en su día desamortizados de Candelaria o de los Descalzos, convertidos en jardín público el primero y en el mercado de la ciudad el segundo, ni en la Plaza de San Fernando, donde ahora se levanta el Gran Teatro Falla. Pero hacia la mitad de la calle María Arteaga, la antigua calle de las cererías gaditanas, está la calle Circo, llamada así por el Teatro del Circo que levantó a espaldas del Hospital de Nuestra Señora del Carmen, el popular Hospitalito de Mujeres, el empresario Juan José Iglesias con la idea de que permaneciera como un circo estable dada la afición de los gaditanos por estos espectáculos.

En la plaza que ocupó el desamortizado convento de la Merced sobrevive al paso de los años el esqueleto de hierro del Teatro del Parque, que de su primera ubicación en el paseo del Peregil pasó a esa plaza sirviendo durante muchos años de armazón de su mercado y que ahora vuelve al mundo del espectáculo prestando las mismas funciones en el moderno Centro Flamenco.

Para finalizar, en el Campo del Sur podemos ver todavía una pequeña puerta rematada con una cruz, era la puerta de acceso al teatro del Colegio de la Mirandilla, como el que había muchos pequeños teatros escolares, de asociaciones e incluso caseros montados en las accesorias y en las plantas bajas de las casas de vecinos, en los que actuaban compañías de aficionados que mantuvieron viva hasta ayer mismo la afición teatral gaditana.

Por ello en una ciudad como la nuestra tan llena de lápidas y placas conmemorativas no creo que estorbe una más que recuerde nuestra antigua historia teatral.