COMIENZOS. Jiménez con una liebre autómata de los años 30, el primer juguete que compró. / V. LÓPEZ
COLECCIONISMO

Viaje a 'Nunca jamás'

Pepe Jiménez comenzó buscando en la basura coches de plástico y pelotas para regalárselas a su hermano. Hoy guarda en un local de Veedor la mayor colección de juguetes antiguos que se conoce en Cádiz

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Se llama Pepe Jiménez aunque le dicen Pepe del Baratillo y se pone «malo» si le mentan el FIFA 2009. En su cueva de Ali Babá de Veedor, 8 se presenta como un ser de otra era. En la época dorada del usar y tirar pervive como uno de esos curiosos humanos que dedican corazón, tiempo y dinero a sacar tesoros de las basuras de los que nadie quiere ya. Se llaman coleccionistas y a Pepe le dio por los juguetes. Tiene más de mil piezas, algunas valiosísimas, en el mejor almacén de los que se conocen en Cádiz.

Su afición se perdió en el continuo espacio tiempo del consumismo, pero reluce en un local que un día fue una tienda. Convertido hoy en paraíso de los niños que fueron, es un pedazo de la Tierra de nunca jamás que visitan algunos curiosos. «Esto está para que la gente lo vea», dice orgulloso Jiménez, que tiene abierto su mausoleo del juego al que quiera echar un vistazo.

Su mundo guarda una sorpresa para cada uno que se interese por él. En una de las estanterías se sienta Mariquita Pérez, a medio metro de un ejército de comboys de los de a peheta en estática pelea contra los indios, el Hotel Mary, una casa enorme de muñecas con cura, pianola, monaguillo y cartas de amor en los cajones, una Nancy, el Ibertrén, un Super Cinexin -el cine sin fin-, los Madelman y un carretón de los de jugar al toro. Todos fueron en su día la ilusión pasajera de un niño y todos fueron abandonados antes o después.

La parte pragmática de Pepe Jiménez (1955) vende coches desde hace un cuarto de siglo, ahora en Nissan. La romántica comenzó a fraguarse cuando no era más que un niño que vivía en Enrique de las Marinas, 25 y que ganaba sus primeros veinte duros fregando vasos para su padre, camarero en El Telescopio. A falta de unas cuentas familiares que le permitieran darse un gustazo en la juguetería, Pepe Jiménez rebuscaba en los cubos de la basura de su calle. «Siempre había algo: una pelota de goma, un coche de plástico... Todo se lo daba a mi hermano pequeño, que se ponía tan contento...», recuerda. Más tarde, su tía Juana, que servía en Veedor, le regaló «una caja que no servía para nada». Cuando la abrió, se encontró con una flamante cámara de fotos Zeiss. «Me hice coleccionista en ese momento», admite mientras soba con cariño aquella misma caja de cuero negro.

El coche, a los 18

A golpe de ahorro comenzó a permitirse algunos caprichos en los baratillos de España -nunca va de vacaciones a una ciudad sin rastro-. Otras alegrías se las dieron los suyos. «Los Reyes Magos, ayudados por mi mujer Toñi, me dejaron un coche teledirigido cuando cumplí los 18 años y me volví absolutamente loco con aquello». Jiménez conseguía de mayor hacer realidad los sueños que no logró cumplir de niño.

De vez en cuando y pese a que ya es un padre de familia hecho y derecho, vuelve a ser niño. A veces, cuando nadie mira, se permite jugar. Con una sonrisa que esconde melancolía toma en la palma de su mano una liebre de metal que ha perdido parte de su esmalte pardo después de 70 años de batalla. Este Peter Pan al borde de la jubilación da cuerda a una minúscula manija. El simpático autómata arranca a andar y a levantar las orejas. «Esta maravilla es el primer juguete que compré», dice orgulloso.

Después llegaron muchos, algunas verdaderas joyas, como una austera diligencia con la que un niño de 1900 conquistó el salvaje oeste en su cuarto de juegos. Otras cosas costaron su dinero, como una pequeña barquillera que le regaló Toñi y que está valorada en 150 euros. Muchos de ellos fueron intercambios o regalos, como el teatro de Seix Barral de los años 30, hecho de cartón. «Más que lo que cuesta en dinero, importa su valor sentimental».

Pepe Jiménez es consciente de la aplastante realidad social: la mayoría de los niños de hoy en día no sabrían qué hacer con esos juguetes. «La tecnología ha hecho muchísimo daño a la imaginación,ya no se juega... Con la Nintendo terminó todo», dice resignado. El que quiera saber qué había antes de Mario Bros no tiene más que marcar el 678954834 y darse una vuelta por Nunca jamás, calle Veedor, 8, Cádiz.

apaolaza@lavozdigital.es