Pero Livingstone ya no podía pensar en detenerse. Su fe en el Creador y en la misión que él mismo se había impuesto era absoluta y nunca dejó de serlo mientras vivió. Con renovado entusiasmo se lanzó a remontar el Shire, tributario septentrional del Zambeze. Y se quedó estupefacto al comprobar que su fuente era un manto de agua de casi 30.000 km² que los portugueses de Mozambique ya le habían descrito: el legendario lago Nyasa, tercero de África y noveno del mundo por su tamaño. Aunque no fue el primer europeo en visitarlo, sería el explorador escocés quien daría a conocer su existencia al resto del orbe.
De entrada, la majestuosa belleza del Nyasa reavivó sus sueños coloniales. Su sugerencia de fundar allí nuevas misiones fue atendida con el envío de una partida de bisoños reverendos, tres de los cuales acabaron sucumbiendo en medio de las guerras tribales y del tráfico de esclavos. Mary, su mujer, que había llegado con las familias de los candorosos misioneros, pereció también el 27 de abril de 1862. Livingstone, consternado, anotó en su diario: “Por primera vez en mi vida, sentí el deseo de morir.”
El lago Nyasa, ahora llamado Malaui, asienta sus riberas sobre tres países: Mozambique, Tanzania y Malaui. En Likoma, una de sus islas habitadas por pescadores y cultivadores de frutas, aparte de sus innúmeros baobabs aún es posible ver la catedral levantada por los anglicanos a principios del siglo XX. En 1980 y en su extremo sur se creó el parque nacional homónimo, el primero del mundo enfocado a proteger la vida marina de las aguas tropicales profundas del valle del Rift. Hoy es el santuario de peces de agua dulce más importante de África.







