Rosa Martín, este lunes en la casa de sus padres en Toledo
Rosa Martín, este lunes en la casa de sus padres en Toledo - ana pérez herrera
Rosa y Arturo ya están en casa

«¿Qué he aprendido del terremoto de Nepal? Hay que ser más humilde»

La pareja de montañeros toledanos llegó ayer a sus hogares: «Hemos tenido mucha suerte»

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Ya están en casa. Rosa Martín y Arturo García, la pareja de montañeros toledanos que permanecieron varios días incomunicados en Nepal tras el terremoto del 25 de abril, llegaron ayer al aeropuerto de Madrid-Barajas procedentes del país asiático tras una escala en Abu Dhabi. «¿Qué he aprendido? Hay que ser más humilde», sentencia la joven, farmacéutica de 27 años, que sale a la montaña todos los fines de semana y participa en el Campeonato Nacional de Orientación junto con su pareja, Arturo, estudiante de INEF.

Ambos salieron de Toledo a mediados de abril con destino a Katmandú, la capital de Nepal, para practicar «trekking» durante 18 días. El viaje fue una propuesta de ella, aunque a su padre no le gustó mucho la idea.

«Al llegar a Nepal tardamos dos días en hacer los permisos antes de ponernos a caminar», cuenta a ABC Rosa con una taza de café en la mano, sentada en un sofá de la casa de sus padres y después de una ducha. «No sabes lo que se agradece poder ir al supermercado... ¡madre mía, cuántas cosas!», confiesa.

Con las rutas ya establecidas, llevaban 8 días adaptando su cuerpo a las nuevas condiciones de vida cuando ocurrió el terremoto más grave que ha sufrido el país nepalí desde el seísmo de 1934. Rosa y Arturo, también de 27 años, se encontraban a unos 200 kilómetros del epicentro. «Habíamos salido de Dingboche y nos pilló cerca de Lobuche, nuestro destino, a 4.500 metros de altura. Estábamos aclimatándonos para subir al Kalapatar, a 5.550 metros. Nos pilló justo de camino a Lobuche, a unas dos horas a pie. Subimos una cuesta muy grande y creímos que nos habíamos mareado. Pero no, sonó la tierra, se empezó a mover el suelo y nos dimos cuenta de lo que estaba pasando», recuerda Rosa.

Sin internet

El seísmo les sorprendió en el mejor terreno posible. «Una zona llana donde no hay laderas cercanas ni piedras, nada que se nos pudiera caer», describe esta joven deportista. Sin embargo, no sabía con certeza qué había ocurrido hasta que no llegaron a Lobuche, donde vieron caídas algunas construcciones que sirven de refugio a los montañeros y excursionistas. En este popular destino para los practicantes del «trekking», la población varía según la estación del año. «Los edificios están levantados con una estructura de madera y recubiertos de piedras, que fueron las que cayeron al suelo. No había muertos», añade.

«Vimos helicópteros pasar por encima de nuestras cabezas a partir del segundo día, porque el primero no había visibilidad. Había muchísima gente ayudando, pero no sabíamos exactamente qué pasaba», confiesa. «Nos llegaba información de que Katmandú se había caído, que no bajáramos a Katmandú por nada del mundo. Era un continuo intercambio de información sin contrastar. Un sherpa que había traducido a un alemán lo que le había dicho un inglés y que te llegaba a ti. Y luego te encontrabas por el camino a un español, él te contaba una historia y tú a él otra. ¡No sabías qué hacer!», exclama.

Rosa y Arturo permanecieron en Lobuche un día sin saber lo que realmente había sucedido. «A partir de la segunda réplica no se pudo contactar telefónicamente con nadie, no había internet. Todo lo que sabías era lo que te dijera la gente. Nosotros estábamos bien, pero nuestras familias no sabían nada de nosotros», relata.

«Llegábamos a un pueblo y no había internet, y al siguiente sucedía lo mismo. Te decían que no era posible comunicar porque se habían caído las antenas. Como estamos en una sociedad hipercomunicados, que cada cinco minutos puedes recibir un wasap, pues en esos momentos… A lo mejor hace diez años estabas bajando de la montaña y nadie se hubiera preocupado, pero ahora no», reflexiona.

Con los medios de comunicación mostrando imágenes del devastador terremoto, en Toledo las familias de esta pareja de aventureros empezaron a ponerse nerviosas. Llevaban días sin noticias de la pareja. Gracias a un montañero español en Namche Baazar, lograron distribuir por la zona carteles con fotografías de Rosa y Arturo en los que se informaba de que sus familias los buscaban desesperadamente.

«Decidimos bajar hacia Lukla, donde está el aeropuerto para salir del país. Sabíamos que la ciudad iba a estar saturada y estuvimos allí un par de días para ayudar», afirma Rosa. «Veíamos nuestras fotografías por las calles y nos sentíamos abrumados», confiesa.

Los dos jóvenes pudieron llamar a sus familias desde un hotel donde contrataron wifi. Arturo colgó también en su muro de Facebook un mensaje donde decía que estaban bien, aunque «de momento todo es un caos y la información llega a cuentagotas. Solo podemos esperar a mañana a ver si deja de nevar y ver qué podemos hacer».

«No tuvimos sensación de peligro ni problemas para poder comer —asegura Rosa—. Te ofrecían habitaciones en las primeras plantas porque así te daría tiempo a salir a la calle en caso de réplicas. Estas se sentían, vibraba la cama, pero nosotros estábamos bien y sabíamos cómo cuidarnos».

«Los pueblos por los que pasamos se quedaron bastante fastidiados, pero fue un terremoto muy raro. Los daños iban por zonas. Había pueblos que no estaban mal y en otros no quedaba nada en pie, no sé si por la zona donde estuviesen levantados, el tipo de construcción, los materiales...», rememora.

«Volveremos a la montaña»

Conocieron más españoles durante su camino a Lukla, donde la embajada de España adelantó el vuelo que Rosa y Arturo tenían contratado. «Cuando llegamos a Lukla conseguimos salir sin esperar mucho. Tuvimos mucha suerte, porque había gente que llevaba esperando una semana», reconoce.

«¿Qué he aprendido? Hay que ser más humilde para todo. Nosotros hemos tenido mucha suerte y hemos vuelto. Pero allí se queda mucha gente que al día siguiente siguen poniendo piedras igual que las tenían antes», se lamenta. ¿Regresará a Nepal? «Volveré, pero no a corto plazo, sino dentro de años. Ya tengo la ruta de lo que quería hacer y que no pude ver. Pero a la montaña iremos de nuevo, el terremoto no nos ha quitado la idea de volver», concluye Rosa, después de apurar su café en una taza de color rojo.

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