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¿El fin de la hegemonía del apellido García?

A partir del 30 de junio, los padres no solo deberán elegir el nombre con el que inscribirán a su recién nacido, sino también el orden de los apellidos

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«No se vaya a equivocar con mis apellidos, que son claramente ingleses», bromea más de una vez Jaime García García cuando se identifica como fotógrafo de prensa en algún evento. Al otro García García de la redacción de este diario, que no solo coincide con él en apellidos sino también en nombre, algunos le sonríen al ver su Documento Nacional de Identidad. «Son muy típicas las coletillas de «García al cuadrado» o «García bis», señala este Jaime, que por azares de su vida profesional acabó adoptando como firma su tercer apellido Mora, sintetizando su doble García en una G. intermedia. Ni a ellos ni a los otros 79.999 españoles que García como primer y segundo apellido les habría afectado la reforma del Registro Civil por la que el paterno dejará de ser el primero «por defecto».

El Pleno del Senado aprobó ayer eliminar la preferencia del apellido paterno en los hijos, una medida que, tras la ratificación final del Congreso, entrará en vigor el 30 de este mes. Los padres tendrán que hacer constar expresamente el orden de los apellidos con los que quieren inscribir a su recién nacido.

«La libre elección del orden podrá favorecer una mayor diversidad de apellidos en nuestro país», sostiene Antonio Alfaro de Prado, presidente de la asociación de genealogía Hispagen y autor del blog « Genealogía Hispana». Es previsible que en muchos casos, los padres opten por anteponer el apellido menos común de los dos, «una tendencia que contribuirá tanto a evitar que se pierdan apellidos en vías de extinción como a que disminuya la abrumadora presencia que tienen los apellidos más comunes en España», afirma.

De los casi 42 millones de españoles que figuran en el padrón, 1.470.005 se apellidan García, 925.678 González y 924.955 Rodríguez, según los datos del Instituto Nacional de Estadística. Les siguen los Fernández (917.924), López (871.146), Martínez (833.673), Sánchez (817.482), Pérez (778.876), Gómez (491.254) y Martín (489.958). Estos son los 10 apellidos más frecuentes de España y las cifras corresponden solo al primer apellido.

El académico de la Historia Jaime de Salazar y Acha, numerario -y antiguo director- de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, cree que «se primará por un lado la vanidad, porque se tenderá a elegir el apellido considerado más elegante, la distinción» y por otro lado, también favorecerá una discriminación en algunas comunidades autónomas porque prevalecerán los apellidos del lugar, como los vascos o catalanes. «¿Cuáles son las ventajas? A efectos prácticos, ninguna. Es una cuestión política. No hay demanda social», considera el profesor de Historia del Derecho de la UNED y autor, entre otras obras, del «Manual de genealogía española» (2006). Salazar y Acha se muestra prudente cuando se le pregunta por las consecuencias que se pueden derivar en el futuro de esta medida. «No sabemos si va a tener éxito», dice.

Albert Turull, profesor de Onomástica en la Universidad de Lérida y miembro de la Sociedad de Onomástica, considera que «sí se va a notar» pasadas varias generaciones. Turull recuerda que ya se podía presentar una solicitud para que el apellido materno figurara como el primero, «pero no era habitual». Solo se han registrado unos 3.000 casos, apunta. Ahora las parejas se verán obligadas a debatir no solo qué nombre darán a su recién nacido, sino también cuál será su primer apellido.

«Al igual que el nombre propio nos singulariza (aunque muchas veces se nos imponen nombres de familiares cercanos), los apellidos tienen una carga muy importante» porque «son el principal vínculo que públicamente nos une a nuestras familias, que no es poco» y «nos vinculan también a un país o territorio aunque hayan pasado siglos desde que un antepasado, supuestamente, procediera de allí», destaca Alfaro de Prado. El experto en genealogía cree que hoy «confundimos el uso de apellidos, absurdamente, con la defensa de la honra familiar» cuando en el Siglo de Oro, una época en la que estaba omnipresente el honor, «no encontramos reproches a la elección de apellidos».

«La Península Ibérica es el único lugar de Europa donde las mujeres no han perdido su apellido»
Jaime de Salazar y Acha

«Creemos hoy que los apellidos han sido inmutables y que, por respeto, estamos obligados a transmitirlos, pero no es más que una fijación impuesta por el Estado que sorprendería, y mucho, a nuestros antepasados», añade Alfaro de Prado aludiendo a la ley de 1870, cuando se estableció el modelo actual de doble apellido. «En el fondo fue una ventaja del Estado de Derecho», a juicio de Salazar y Acha, porque todos los españoles, sin distinción de clases, contaron a partir de entonces con los dos, el del padre y el de la madre. El sistema del doble apellido «fue aceptado incondicionalmente porque expresaba la idea, ya existente, de la inclusión no sólo de la línea patriarcal sino de todas», explicaba el profesor de Historia de la Brigham Young University George R. Ryskamp en su estudio sobre « La Transmisión de Apellidos en España y Latinoamérica (1500-1900)». Porque la sociedad hispana «no veía, ni ve, a la familia extendida en una línea patriarcal dominada por el varón como sucede en la sociedad anglosajona», subraya.

«La Península Ibérica es el único lugar de Europa donde las mujeres no han perdido su apellido, donde no tomaron el apellido del marido», resalta Salazar y Acha. Históricamente, añade, «los españoles han usado mucho el apellido de la madre», incluso cuando «el orden era un capricho» sobre todo entre las clases nobles, que elegían sus apellidos de entre los de sus ancestros con mayor libertad.

En el pasado los apellidos «eran más flexibles y en regiones como Galicia y Extremadura las mujeres llevaban el apellido de la madre y no el del padre», corrobora a ABC por correo electrónico George R. Ryskamp. El experto estadounidense recoge diversos ejemplos de esta libertad de elección, como el de los hijos de uno de los capitanes de confianza de Hernán Cortés, Andrés de Tapia, e Isabel de Sosa: Cristóbal de Tapia, Alonso de Sosa, Pedro Gómez de Cáceres, e Inés de Tapia.

Alfaro de Prado explica que «cada persona al llegar a la edad adulta solía tomar uno de los apellidos de la familia: el del padre, la madre, algún abuelo, combinándolos, etc, pero no había normas». Solo se perseguía si había ánimo de fraude. A partir de 1600 «ya lo más frecuente es escoger entre los apellidos familiares únicamente» y «durante el siglo XIX se va extendiendo la costumbre, pero no en todos los lugares por igual, de usar apellido paterno y materno, algo de lo que van haciéndose eco las disposiciones legales ya que el Estado ve que es muy útil para identificar a los individuos», continúa el genealogista.

Los patronímicos, los más frecuentes

Para la mayoría de los expertos consultados, la reforma no supondrá un problema para los genealogistas, acostumbrados a indagar orígenes en esos siglos donde los apellidos variaban de forma, en muchos casos, impredecible. Tampoco vaticinan el fin de la hegemonía de los apellidos ahora más frecuentes, como García. «La presencia de los grandes apellidos patronímicos es tan fuerte en España que tendrán que pasar varias generaciones para que se vaya notando la reducción y aún así seguirán siendo los más habituales. De hecho, al ser una elección personal, muchos padres querrán, legítimamente, mantenerlos», apunta Alfaro de Prado.

INE
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No es casualidad que los diez apellidos más frecuentes de España sean patronímicos. Sánchez era el que se le daba al hijo de Sancho, González, al de Gonzalo o Rodríguez, al de Rodrigo. Fueron de los primeros apellidos que surgieron a partir del siglo XI, cuando el sistema de nombres heredados de los visigodos entró en crisis. Turull explica que hasta entonces, la gente tenía un solo nombre porque existía una gran dispersión de la población y los nombres visigodos (que se creaban con combinaciones) ofrecían tal variedad que apenas se daban confusiones. La estabilización del territorio en la Reconquista llevó a un aumento de población en las ciudades. Al mismo tiempo la influencia de la Iglesia, cada vez mayor, recomendaba nombres que correspondieran con santos, lo que reducía el abanico. «Había más gente, con menos nombres y comenzaron a generalizarse los sobrenombres», resume el profesor de Onomástica.

El patronímico, formado en la mayoría de los casos añadiendo el sufijo -ez- al nombre de pila del padre, fue el recurso más empleado, aunque también se distinguía a unos de otros por su oficio (Zapatero, Herrero...), su procedencia (topónimos y gentilicios como Aragonés, Catalán o Navarro), por algún accidente del terreno o edificación (Collado, Castro, Castillo...), parentescos (Sobrino, Nieto) o por su apodo nacido de alguna cualidad física o moral (Calvo, Delgado, Bueno, Moreno, Cabezudo...), de su parecido con algún animal o de anécdotas de algún ascendiente, circunstancias personales...

En un principio el hijo de Juan López (hijo de Lope) podía llamarse Rodrigo Ibáñez o José Herrero podía ser padre de Juan Caballero. En el siglo XIII estos sobrenombres se fijan como apellidos, tal como ahora se emplean, de forma que Esteban de Tudela podía proceder de Logroño. Cuando estos primeros apellidos empezaron a repetirse y se necesitó una nueva distinción surgieron los apellidos compuestos como García Ansoategui, Sánchez Carpintero, González Rubio...

«Mientras que hoy la mayoría de los españoles creen que el sistema del doble apellido ha sido parte de la cultura española desde tiempos medievales, la evidencia documentada indica que este no es el caso. Originado entre la clase alta castellana antes del siglo XVI, el uso del doble apellido no se generalizó entre la gente común de la región hasta el siglo XVIII. Y no es sino hasta el último cuarto del siglo XIX cuando el uso del sistema del doble apellido llega a ser universal a lo largo de toda España. Antes del siglo XIX la mayoría de la gente común usaba solo un apellido, ya fuese singular o compuesto», indica Ryskamp en su estudio.

El éxito de García

Espectacular fue la difusión de García. Casi 3 millones de españoles lo tienen actualmente como primer o segundo apellido. Ander Ros, secretario de la Sociedad Vasca de Onomástica, explica que en su origen «era un nombre navarro, que pudo llegar del ducado de Gascuña» entre el siglo VIII y IX, y desde Navarra se extendió a Aragón, La Rioja, Burgos... «Se ha tenido el apellido por vasco porque se ha relacionado con harz (oso) y con gazte (joven)», pero en el primer caso de «oso», es «hoy en día indefendible», a juicio del experto en onomástica vasca. La vinculación con «gazte» (joven) «aunque tiene problemas varios, se puede mantener como hipótesis de trabajo, si le damos la vuelta» porque «la relación, de haberla, sería la contraria», continúa Ros. El término en francés antiguo «garse» (forma femenina de gars, actual garçon) «podría haber dado, una vez abstraído su género femenino y su carga despectiva, al vasco «gazte» (joven), pero difícilmente al contrario» explica el experto antes de añadir, como curiosidad, que «de un Garzeiz, patronímico de García, podría haber salido Gasteiz, tesis que defendió Alfonso Irigoyen».

«García era un nombre navarro, que pudo llegar del ducado de Gascuña»
Ander Ros

En Navarra, el nombre de García fue muy popular en la Edad Media, seguido de cerca por Sancho. «Era moda y prestigio», añade Ros, aunque advierte del sesgo inevitable de la documentación que se conserva: «Sabemos cómo se llamaban los individuos de las clases altas, pero hay muy poca documentación sobre gente plebeya. Puede que en las clases altas se diera más esa tendencia a imitar nombres». Cuando la concentración de nombres impulsó el uso del patronímico en Navarra, el apellido pasó a ser Garzeiz, que derivó en Garcés (hubo varios reyes de Pamplona llamados Sancho Garcés), pero no así en el resto de la Península, donde García era nombre y patronímico. También ocurrió con otros nombres como Alonso o Aznar, que se mantuvieron igual como apellido.

Alfaro de Prado apunta que García «debió de ser un nombre de pila muy popular en prácticamente todos los reinos cristianos, exceptuando los condados catalanes, en la etapa en que comenzaron a fijarse los patronímicos, de modo que al haber miles de hijos de estos García, pasó de ser "el nombre de moda" al "apellido" de moda». ¿Fue éste el motivo del enorme éxito de que goza siglos después? Salazar y Acha no lo cree así, porque hubo otros apellidos que gozaron de gran difusión desde su origen, como Rodríguez o Martínez y, aunque frecuentes, no alcanzan la popularidad de García.

Quizá el apellido repuntó en los siglos XV y XVI cuando judíos y moriscos se vieron obligados a convertirse para quedarse en España, aventura Turull, porque «escogían los apellidos más frecuentes entre los cristianos, para pasar inadvertidos, y García era muy normal».

Para Salazar y Aza, sin embargo, «no hay ninguna razón más allá de las casualidades de la vida, debieron de ser más prolíficos y se extendieron más».

Jaime G. Mora ni se lo plantea, pero si en un futuro tuviera un hijo, no le importaría que su apellido quedara en segundo plano. A Jaime García García, la reforma ya no le afecta. Sus hijos llevan su apellido y uno de ellos, además, puede que en un futuro le dé nietos que como él se apelliden García García.

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