El Papa lavó los pies de mujeres y hombres que han cometido graves delitos
El Papa lavó los pies de mujeres y hombres que han cometido graves delitos - reuters

El Papa lavó los pies a doce reclusos en la cárcel de Roma

También pidió que rezasen por él, «pues yo también necesito ser lavado por el Señor, que el Señor lave mi suciedad»

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Después de arrodillarse con dificultad, por sus problemas de articulaciones, el Papa Francisco comenzó a lavar delicadamente los pies de una reclusa nigeriana en la cárcel romana de Rebibbia. La joven tenía en el regazo a su hijo, y el Papa lavó también los piececitos del pequeño. La madre rompió a llorar.

Era el rito de Jueves Santo, que Jorge Mario Bergoglio celebra desde hace muchos años en cárceles, hospitales y lugares de sufrimiento. Esta tarde acudió al complejo penitenciario de Rebibbia, donde cumplen condenas 2.100 hombres y 350 mujeres. Ninguno es inocente. Todos son culpables de delitos, algunos muy graves.

Pero en el momento de lavar los pies a la reclusa nigeriana, para Francisco había solo había dos personas en el mundo.

Esa mujer, cuyo pie besó delicadamente antes de levantar la mirada y dedicarle una sonrisa encantadora, y su hijo, de casi tres años, que ni siquiera sabe que está viviendo en una cárcel.

Probablemente, todo le parece bien, como a los otros catorce niños, algunos de los cuales se movían por los pasillos durante la misa y jugaban en algún momento bajo el altar. En la capilla había quince madres son sus hijos, y los lloros que aportaban de vez en cuando una música de fondo, recordaban otro ceremonia muy distinta pero también muy humana, el bautizo de niños cada año en la Capilla Sixtina. El drama es que al cumplir los tres años, los pequeños tienen que salir del penal, y las madres quedan destrozadas.

Servicio de esclavos

Había dos nigerianas entre las seis mujeres cuyos pies lavó el Papa. También una congoleña. Francisco sufre serios problemas de columna y articulaciones, por lo que dos ayudantes tenían que levantarle a pulso cada vez para desplazarse medio metro y arrodillarse ante el siguiente recluso o reclusa.

Entre las mujeres predominaban las extranjeras, pues había, además, una ecuatoriana, pero solo dos italianas. Los hombres, en cambio, eran todos italianos excepto un brasileño y un nigeriano.

El Papa utilizaba una jarra y una jofaina de plástico blanco. Daba la impresión de disfrutar el momento más feliz del año al repetir un gesto de Jesús que, como les dijo en la homilía, «prestó un servicio, el de lavar los pies, que realizaban solo los esclavos».

Los trescientos reclusos y reclusas en la capilla miraban con envidia a los doce afortunados. En el momento en que, después de lavarles y secarles los pies, se los besaba, casi todas la mujeres y parte de los hombres rompían a llorar. Quizá era el único gesto de ternura recibido en meses. Y era del Papa argentino, «venido del fin del mundo».

Saludo musulmán

Francisco estaba conmovido pues, a su llegada, había saludado a otros trescientos presos en el patio de la cárcel. Algunos le dedicaban un gesto de saludo musulmán, pero la mayoría le tomaban las manos, le abrazaban y le daban dos besos.

Caminaba sin prisa a lo largo de la valla, como si en cada momento no tuviese nada más importante que hacer que apretar la mano de esa persona, besarla, bendecir el rosario que le presentaba uno, la fotografía de la familia que le enseñaba otro…Jorge Mario Bergoglio lleva media vida yendo a las cárceles.

Le siguen escribiendo presos de Buenos Aires y, algunos domingos, les llama por teléfono. En su primer Jueves Santo como Papa, fue a la cárcel de menores de Roma, donde lavó los pies a muchachos y muchachas, incluida una musulmana.

Algunos se escandalizaron, pero casi todo el mundo entendió que era el gesto apropiado en una ciudad cada vez más multiétnica y multirreligiosa. También habían criticado a Jesús por cosas parecidas.

En la cárcel de Rebibbia se palpaba el espíritu del Evangelio. Aunque lo ordenaba la ley de Moisés, Jesús no se alejaba de los leprosos. El Papa sabe muy bien que muchas de las 150 mujeres que estaban en la capilla y que al final de la misa le abrazaban y le besaban, habían tenido que hacer muchas cosas desagradables en la vida.

Muchos romanos ni siquiera les dirigirían el saludo. El Papa, en cambio, les había besado los pies porque, como dijo en la homilía, «Jesús no se cansa nunca de amar a nadie. Dio la vida por cada uno de nosotros. Por ti, por mí. Por cada uno, con nuestro nombre y apellido».

«Que el Señor lave mi suciedad»

Les explicó que, en la noche de la Última Cena, también los apóstoles estaban sorprendidos por la inesperada ocurrencia de Jesús, y algunos, incluido Pedro, no querían que les lavase los pies. Francisco recordó que «los discípulos no lo entendían, pero Jesús le dijo a Pedro: "lo entenderás más adelante"».El Papa añadió que «cuando el Señor nos lava los pies, nos lava todo, nos purifica, nos hace sentir su amor». Y les pidió que rezasen por él, «pues yo también necesito ser lavado por el Señor, que el Señor lave mi suciedad. Para que yo sea vuestro siervo, para que sirva a la gente como hizo Jesús».

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