CORONAVIRUS

Diario de Covid-19 / día 38: «Amor a prueba»

«Cuando la realidad se la interpreta como destino horrible, como maldad de la gente, de la sociedad, como ignorancia de los superiores o pereza de quienes nos han sido confiados, resultará entonces bastante difícil salir de ahí»

Un hombre asomado a un balcón el domingo por la mañana en Sevilla Rocío Ruiz

Javier Rubio

Amaneció un domingo pintado. Un domingo para estar al aire libre, para ir al campo o pasear por la playa, comer en una terraza, echar el día fuera... todo eso que ahora nos está vedado y que añoramos. La mañana, luminosa después de la tormenta insaciable de la madrugada, invitaba a la alegría del domingo. Los balcones se poblaron como nunca. Bueno, como nunca había visto en mi barrio pero la memoria guarda recuerdo de esa vida de terraza, vecinal y sencilla como dejarse acariciar por los rayos de sol, en ese territorio lejano de la infancia.

Pero mi ánimo estaba nublado . No por algo concreto que me estuviera pasando. No exactamente a mí. Un poco como todos. Pronto iba a cambiar. Sucedió entonces una concatenación de hechos que solo contemplados ensartados en el hilo conductor cobran sentido y ganan en belleza lo mismo que un conjunto de perlas salen favorecidas todas cuando se las engarza en un collar. Vamos a ello.

Normalmente, dejo escrito la página de este diario de madrugada o a primera hora de la mañana para, después del desayuno, volcarlo a fin de hacerlo visible. Lo normal es que el texto prevalezca y me limite a corregir. Algún anacoluto, un solecismo, simples erratillas ortográficas, un nombre extranjero con las consonantes bailadas y en ese plan. Pero este domingo, rematando el texto, añadí el final del salmo número 4 que una vez tuve el cuajo de recitar en antena en el programa de Vigorra con el consiguiente asombro de cuantos lo escuchaban en el estudio. «En paz me acuesto, en seguida me duermo, porque sólo Tú, Señor, me haces vivir tranquilo» . Bien, ahí quedó la cosa. No puedo decir que me movió a colar esa frase justo al final de lo que había escrito en torno a las pesadillas, pero algo querría decirme.

A media mañana salí por el periódico y a estirar las piernas dando un evidente rodeo a la manzana antes de llegar al quiosco. De repente, alguien me saludó a mi espalda llamándome por mi nombre pero por más que me esforzaba, era incapaz de descubrir quién me había dado los buenos días con tanto entusiasmo hasta que desde una ventana, una figura de medio cuerpo me sacó de dudas: «Soy Álvaro, el cura» . Hace dos o tres semanas -la noción del tiempo se va perdiendo- recurrí a él, experto exégeta, porque quería orientación en torno al libro de Job como le había prometido a Rocío , la compañera que a menudo edita este diario y que esta mañana me había mostrado ser una lectora atentísima. De las que uno agradece que estén ahí

El encuentro casual me trajo a la mente un librito de meditaciones del cardenal Martini en el que el libro de Job le había servido como base de una tanda de ejercicios espirituales de cinco días en una arriesgada pirueta intelectual y hermenéutica de la que el jesuita -algunos pensábamos que el arzobispo de Milán sería el primer Papa de la Compañía , pero también en eso nos equivocamos- sale más que airoso. Si no llega a ser por ese saludo matinal desde la ventana de su domicilio familiar, jamás se me hubiera venido a la mente la obra de Martini : «La fuerza de la debilidad».

Le pregunté a Francisco por su test y me contestó que había dado negativo en Covid-19. Se había sometido al famoso PCR rápido como el resto de voluntarios que atiende los turnos de comida de la residencia Joaquín Rosillo de San Juan de Azanalfarache . La misma que saltó a la palestra informativa cuando se supo que habían muerto 24 residentes . Me salió la vena de periodista: «¿Cómo están los ánimos por ahí?», pregunté. «Los cuidadores, mal por todo lo que ha pasado. Ha sido muy duro para ellos. Ahora, todo controlado, pero con necesidad de voluntarios porque los ancianos no salen de sus cuartos«. «Cuánto dolor» . No acerté a decirle otra cosa.

Entonces me sumergí en el libro sobre las meditaciones del cardenal Martini con verdadero entusiasmo, con el ansia de quién está convencido de que encontrará algún tesoro escondido en la parcela que le toca excavar. Y vaya si lo encontré. Fui anotando algunos párrafos cuyo eco resonaba más fuerte que el resto. Creo que son cinco. Vamos a ello.

«Es necesario aprender a distinguir, en nuestra vida, la lamentación de la queja . Esta en general es muy común, porque nos quejamos un poco de todo, y cada uno se queja de los otros; [...] Se ha perdido el verdadero sentido de la lamentación, que consiste en el llorar ante Dios. Así, las fuerzas de resistencia, de irritación, de rabia que se agitan en el ánimo, no encuentran su desahogo natural y justo, se desencadenan sobre los que nos rodea, personas o situaciones, y forman la infelicidad de la vida, de la familia, de la comunidad, de los grupos. Sólo Dios, que es padre, es capaz de soportar incluso las rebeliones y los gritos de sus hijos; es la relación con un Dios tan bueno y fuerte lo que nos permite litigar con él. Él acepta este enfrentamiento, como aceptó el de Elías, el de Jonás, el de Jeremías, el de Job . [...] Abrir el manantial de la lamentación es la forma más eficaz para cerrar los filones de las quejas que entristecen al mundo, a la sociedad y a la realidad de la Iglesia, y que no tienen salida porque, vividas a nivel puramente humano, no alcanzan el fondo del problema. Muchas veces, si a quejas estériles, generadoras de nuevas llagas, sustituimos la lamentación profunda en la oración, encontraremos la solución de problemas nuestros y de otros o, al menos, habremos tomado el camino más expresivo y justo para denunciar el sufrimiento y el malestar en la Iglesia«. Cuánto cambiaría nuestra forma de estar en el mundo si sustituyéramos esa queja constante contra el mundo en lamentación, incluso airada, contra el cielo. Porque la lamentación tiene un efecto cauterizador como bien explica Martini.

Pero había más. Entre otras cosas, mi final del salmo número 4, agazapado esperándome como un cervatillo herido. Reconozco que me emocionó encontrarlo en un párrafo sin desperdicio que bien podríamos aplicar a la España confinada de hoy: «El intento mayor de forzar el conocimiento de la totalidad de los hechos y de prever el curso histórico es el de las ideologías totalitarias, que se derrumban dramáticamente desmentidas por las circunstancias. En nuestro camino de Iglesia, incluso dejándonos influir justamente por las cuestiones de mayor racionalidad, es necesario darnos cuenta que tal racionalidad siempre es relativa y parcial, que requiere de nosotros honestidad, lealtad, capacidad de responder a situaciones tal como las conocemos , recordando siempre la salvedad del Salmo: «Pues tú sólo, Yahveh, me asientas en seguro» (Sal 4,9)«. El autor parte de que Job se irrita cuando demanda una explicación racional, que se amolde a su capacidad de entendimiento, del sufrimiento que le rodea. Pero esa pretensión de controlarlo todo es propia del totalitarismo. Los hombres tenemos que hacernos a la idea de caminar a la intemperie , vivir en precario como decía Albiac en una entrevista en el periódico , conscientes de que la vida es frágil.

Sigo entresacando párrafos interesantes para la situación actual, o quizá para mí mismo, para no caer en el pozo de la mente distraída, superficial, inconsciente de la realidad de sufrimiento sino para disciplinarse en eso que los padres de la Iglesia llamaron acertadamente la obediencia de la mente: « Age quod agis , entrégate a fondo en lo que estás haciendo, ayudándote también de la sensibilidad. Si estás leyendo un libro, siéntelo en la mano, siente su peso, mira sus palabras una tras otra, intenta evidenciarlas a través de los mismos caracteres. Si cantas, canta con todo tu corazón, si escribes, escribe con todas tus fuerzas , si caminas, camina con toda tu energía. No te dejes dominar por los pensamientos parásitos que desearían, con resentimiento, animosidad, miedo y angustia, dominar sobre tu actuar. Parece un medio demasiado simple, y sin embargo es utilísimo, e incluso existen escuelas de psicología fundadas sobre él: una autoconsciencia ordenada parte de la percepción sensible de algunas realidades inmediatas, para después ordenar el hilo de la mente según una línea directa que no se desvíe continuamente a derecha o izquierda«. Y pensé que yo había escrito mucho durante estos 38 días, pero había hablado muy poco de mí , de cómo me sentía, cómo lo estaba viviendo en el corazón

Me costó entender que el nublado que yo sentía oprimiéndome el alma en un domingo tan hermoso era una prueba. Que el confinamiento es, en realidad, una prueba colectiva por la que cada uno tiene que pasar y que, según la respuesta que dé, así le habrá sido de provechosa la experiencia. Porque de tanto sufrimiento acumulado, de tanto dolor como empezamos a ver a nuestro alrededor, a la fuerza saldrá algo bueno: «Cuando uno se da cuenta de que una cierta realidad, un suceso, es una prueba que Dios nos pone, ya ha superado la mitad de la dificultad; cuando, sin embargo, se la interpreta como destino horrible, como maldad de la gente, de la sociedad, como ignorancia de los superiores o pereza de quienes nos han sido confiados, resultará entonces bastante difícil salir de ahí, y los discursos racionales y métodos programáticos sólo en parte podrán resolver el problema. Pero si acepto el aspecto de prueba, entonces surge el grito: «¡Señor, no permitas que caiga en la tentación! Hazme comprender que estoy viviendo un momento importante en mi vida y que tú estás conmigo para probar mi fe y mi amor.»

Solo subrayé un párrafo más. En el que Martini, a la luz de la exégesis bíblica, da la receta infalible para salvar la prueba. No es otra que el amor. Amor gratuito que se da, amor para tocar la llaga supurante de tantos miles de hermanos que van a sentir los efectos económicos de la pandemia. Amor que se da sin esperar gratificación, sin saber si surtirá efecto, tal como fue el amor que llevó al crucificado al Madero: « Al término de nuestros Ejercicios y de nuestras reflexiones sobre el Libro de Job, debemos decir que el problema de Job es también un problema de amor . Un amor que se siente rechazado, pero que cree contra toda esperanza, que lucha, grita, vocea, que sufre porque quiere llegar a desvelar el objeto amado. En la primera meditación introductoria del misterio de la prueba, he hablado del desafío hecho por Satanás al hombre: no existe en el hombre un amor gratuito , no existe una auténtica libertad capaz de entrega«. No podía retratar mejor mi estado de ánimo.

Así pasé la tarde del domingo, entre estas y parecidas reflexiones que quería compartir por si a alguien más le sirven en esto preciso instante.

Para relajarme, acabamos viendo esa obra maestra que es «El padrino» . Cristina ha propuesto un maratón para ver las tres partes y ahí vamos, troceándolas para no acostarnos demasiado tarde. Que el lunes, Santa Inés de Monteoulcino , hay que trabajar.

Nada más por este domingo de la Divina Misericordia. «Tengan cuidado ahí fuera» si van a salir. Queden con Dios.

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