Los toros de Fuente Ymbro han protagonizado el primer encierro de San Fermín 2016
Los toros de Fuente Ymbro han protagonizado el primer encierro de San Fermín 2016 - EFE
Sanfermines 2016

Corredores de encierros: entre el miedo y la gratitud

Cada día, entre el 6 y el 14 de julio, unas 2.000 personas arriesgan su vida para correr delante de los toros

PAMPLONA Actualizado: Guardar
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En su libro «7 de julio», el periodista y corredor de encierros Francisco «Chapu» Apaolaza cataloga el día de San Fermín como el Día Mundial del Miedo. Y cuenta que este le entra seis meses antes de que suene el primer cohete en Pamplona: «No lo escucho venir, y de pronto ya lo tengo encima: en la redacción, en el parque, en el coche...».

El matador de toros Luis Francisco Esplá define los miedos «como niños caprichosos. Son unos hijos de puta, la verdad. Cuesta dormirlos. Aparecen cuando les da la gana y son unos impertinentes». Y Juan Pedro Lecuona, uno de los mejores corredores de encierros que ha dado Pamplona (y mulillero en la corrida de la tarde), lo analiza de una manera más sosegada: «Es normal que se tenga miedo a algo en lo que sabes que puedes perder la vida.

El que diga que no lo tiene, o va muy pasado de alcohol y drogas o es un insconsciente. Lo importante es no entrar en pánico porque entonces ya no eres dueño de tus actos».

Minutos antes de que suene el cohete y se abran los corrales con seis toros de Fuente Ymbro con cuernos que parecen llegarles al cielo, el miedo se palpa en un local de la calle de Santo Domingo, que sus dueños prefieren que no sea identificado. Allí acuden decenas de corredores. Van a dejar sus pertenencias antes de echar a correr delante de la manada, pero, sobre todo, van a ganarle la partida al miedo. Aunque solo sea un año más, un encierro más.

En este refugio, hay de todo: jóvenes con rastas y pendientes, y canosos cuyo cuerpo tuvo mejores épocas. Los hay que no paran de moverse y los hay sentados, algunos hasta en cuclillas con la cabeza gacha y las manos entrelazadas. El rezo es lo único que a muchos les alivia en esos instantes previos al encierro. «Antes del encierro vas pasando por altibajos. Yo, que soy muy creyente, rezo muchísimo y procuro abstraerme», dirá Lecuona a ABC en los días previos al 7 de julio.

Cuando faltan pocos minutos para que suene el cohete, el refugio se queda vacío y los mozos salen a la calle para correr delante de los toros. Señal inequívoca de que han vencido al miedo. Otra vez. La que no logra quitárselo es la dueña del local. Al echar el cierre, enciende el ordenador y pone Televisión Española. Una acción inútil porque no mira el ordenador, aunque quizás solo sea una superstición. Un especie de amuleto para que no ocurra una desgracia.

Cada día que hay encierro, la dueña se pone detrás de la puerta y solo escucha. Sufre en silencio, mientras oye el violento sonido de la manada por las calles de Pamplona. Al principio, sí veía el encierro desde el balcón, pero desde hace unos años ya no puede. «Les tengo demasiado cariño a los chicos», dice.

La mayoría son extranjeros

Cada año, entre el 7 y el 14 de julio, unos 2.000 personas se juegan a diario la vida en las alegres calles de Pamplona. La mayoría de los que corren (un 54 por ciento, según los datos del Ayuntamiento) son extranjeros. Uno de ellos es Bill Hillmann, estadounidense, budista y exboxeador curtido en mil peleas callejeras, al que «Fiesta», el famoso libro de Hemnigway, le «cambió la vida».

Quiso conocer esa cosa tan exótica que nos gusta a los españoles y, con más de una década de experiencia, ha publicado recientemente «Corriendo con Hemingway» en el que trata de explicar los encierros a los «guiris». Hillmann sigue la estela de otros ilustres corredores extranjeros, como Matt Carney, Joe Distler, Noal Chandler o Robin O'Connor, al que un toro le dio tal paliza que le salvó de morir: pasó tres días en la UCI y perdió el avión que le debió haber llevado de vuelta a casa. El avión se acabó estrellando.

Entre los corredores españoles, uno de los mejores es Sergio Colás, de 36 años y con 20 de experiencia. Sergio es un habitual de las cámaras de televisión cuando los toros enfilan la última parte de Estafeta y entran en Telefónica. A pesar de que muchas veces los pitones le rozan la camiseta, nunca ha sufrido una cornada. Esta semana, se ha estrenado un documental sobre él debido a que es sordo (que no mudo). Lejos de ser un problema, Sergio cree que en el encierro es una virtud: «Siempre me he guiado por la vista y las vibraciones, con lo cual no tengo ningun problema para correr. Quizás mi sordera me ayude a concentrarme mejor que otros corredores».

¿Por qué?

Cuando el encierro acaba, todos los corredores coinciden en una palabra: Gracias. Gracias porque no ha pasado nada y aquí seguimos, vivos. «Y das gracias por la vida, y llamas a tu mujer y a tu madre, y quieres abrazar a todo el mundo, y sientes que has nacido de nuevo», dice «Chapu» Apaolaza. Para Juanpe Lecuona, el encierro es «exponer tu vida para recrecerte en ella. Lo más grande que hay es ir después de correr a abrazar a tus seres queridos. Es lo que realmente vale».

Sin embargo, la última pregunta siempre es: ¿Por qué? «¿Por qué haces esta 'gilipollez'?» Eso es lo que le dijo su mujer a Bill Hillmann después de que en 2013 se formara un tapón a la entrada de la plaza y un crío de Vitoria, que ni siquiera tenía 20 años, estuviera a punto a morir asfixiado. Hillmann no supo qué responder a su esposa, pero sigue corriendo los encierros.

Ningún corredor daría la respuesta exacta. Probablemente, «Chapu» sea quien más se acerque: «No se aún si la vale la pena ponerse delante de un toro. Quizás habría que preguntárselo a los 16 (muertos en el encierro) que ya no están aquí, pero ellos no hablan».

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