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La última extinción de las cabinas telefónicas

Telefónica inició este jueves la eliminación de las 33 últimas de Cádiz, en absoluto desuso y en muy mal estado

El próximo año 2028 se habría celebrado el centenario de la primera cabina en España pero ya no existirá ninguna operativa

NACHO FRADE

P. L. G.

Cádiz

Nadie, o casi, guarda ya cartas, recuerdos y fotos de papel en cajas metálicas de galletas o pastas de té. Pero durante más de un siglo fue costumbre universal. La memoria ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. El mismo material que vivía en esas latas descansa ahora en teléfonos, tabletas y discos duros. El signo de los tiempos, que nunca se están quietos.

De forma similar, la nostalgia que los mayores (de 40 años, más o menos) tengan de las cabinas telefónicas se ha mudado para siempre esta semana en la ciudad de Cádiz. En realidad, hace años que las conversaciones (ahora también millones de mensajes de texto) ligadas a esos viejos artefactos se trasladaron, cambiaron de forma y domicilio: de los habitáculos con auricular en la calle saltaron a cualquier aparato diminuto gobernado por un algoritmo.

Nadie las usa hace mucho tiempo así que cualquier melancolía será puro vicio. «Está ahí para coger suciedad. No sé la de años que hace que no veo a nadie usarla. Para lo único que sirve es para coger suciedad y para que la gente que saca al perro lo ponga a mear. Está asquerosa. Mucho han tardado en quitarla», afirma José Alberto que regenta un negocio de alimentación a pocos metros de la que sobrevive en García de Sola.

«Como mucho sirven para que la gente cuelgue algún anuncio de esos con el número de teléfono puesto en tiras de papel para arrancar. O para la publicidad cutre. Mira, mira cómo está», incide Antonia –con edad de haberlas usado mucho– desde la parada de autobús, en Ana de Viya. Si se sacuden los recuerdos anecdóticos, una vez descartada su antigua utilidad, que fue enorme, han quedado como foco de suciedad. De hecho, un vecino sexagenario interrumpe: «Si ninguna funciona hace muchos años. Lo que pasa es que nadie lo sabe porque nadie intenta llamar», se ríe.

Y es que hace unos 20 años que comenzaron a ser una rareza, primero, y un abandonado atrezzo, después. Fósiles metálicos en el paisaje de pueblos y ciudades. Apenas se hizo el cambio de siglo se empezaron a difuminar sus pintadas, a borrarse las conversaciones y las utilidades que encerraron durante los 50 años anteriores. Todos los mayores son ahora como José Luis López Vázquez en aquella memorable película para televisión. Una parte de todos se queda atrapada dentro. Llevarán las cabinas hasta algún misterioso almacén para que pasen la eternidad allí, apiladas.

En realidad, se quedan esos locutorios públicos con una parte de los puretas, minúscula pero señalada: alguna conversación amorosa, aquel recado laboral, ese aviso importante. Porque hubo un tiempo en el que las cabinas eran necesarias, cerca de ser imprescindibles, omnipresentes. Por fortuna, no tanto como el sucesor móvil o portátil que las ha aniquilado (como al teléfono fijo doméstico y a la guía de páginas amarillas o blancas) pero interpretaban un papel esencial. Hace mucho de aquello.

En 1928 fue presentada la primera cabina telefónica en España. En 1948, a pesar del brutal impacto de la Guerra Civil, su implantación era ya asombrosa por extensión y uso popular. En 1998 empezó a enfermar por vía digital. En 2028 ya no habrá centenario que celebrar. Las que sobrevivan estarán en un museo.

El WiFi mató a los cinco duros

Pero hubo un tiempo -«érase una vez» para los menores de 30 años- en el que eran frecuentes hasta las colas ante las cabinas. En días de concentración festiva en la calle, en jornadas de celebración, a determinadas horas de la noche, eran tan demandadas que había que guardar turno ante su puerta corredera.

Cuando aún no se había oído hablar nunca de 4G, datos compartidos, aplicaciones y WiFi, el utillaje era otro. La tecnología era más simple. Por ejemplo, era necesario llevar cambio adecuado (monedas de cinco pesetas, llamadas 'duros', o de 25, los célebres 'cinco duros').

La picaresca hizo que, durante un tiempo, desde los últimos años 70 a los primeros años 90, cientos de usuarios usaran una moneda atada con un fino cordel que permitía echar, pagar, recuperar con un tirón y volver a pagar con la misma moneda.

«Yo recuerdo haber dado crónicas, bastantes, de partidos de fútbol, enteras, desde una cabina, con un compañero al otro lado del teléfono que tecleaba lo que le decía, pero echando todas las monedas, sin amarrar una con cuerdecita», recuerda entre risas Francisco Javier, periodista deportivo jubilado. Tenían un gran protagonismo en la vida laboral.

Muchos avisos y encargos se daban o recibían gracias a la única modalidad de teléfono que existía fuera de los domicilios, los locales, edificios públicos, oficinas o empresas. Por supuesto, han sido esenciales en miles y miles de emergencias. Desde los años 40 hasta finales de siglo fueron la más accesible y cercana vía de comunicar una emergencia, de solicitar ayuda. De hecho, en todas había un listado de números a los que pedir auxilio, a los que alertar de alguna desgracia, además de la guía telefónica convencional o las 'paginas amarillas', dedicadas en exclusiva a empresas y comercios.

Las cabinas también tenían usos ajenos al telefónico. En los años terribles de la heroína, de mitad de los 70 a mitad de los 80, se convirtieron en ocasional 'narcosala' pese a ofrecer poca intimidad, con sus paredes de cristal. Los grandes carteles publicitarios que los cubrían compensaban el exceso de transparencia. Algún episodio erótico, romántico, también recordarán algunos en su interior pero cualquier práctica que buscara clandestinidad, privacidad, era absolutamente minoritaria.

Eran teléfonos públicos en vías públicas y más allá de batallitas de la mili que puedan contar los 'boomers', la inmensa mayoría del tiempo de uso se dedicaba a conversar, a hablar y escuchar a distancia: 'tele' y 'phonos', como dejaron dicho los griegos.

Esa función básica, troncal y seminal se fue diluyendo, día a día, según avanzaba imparable el teléfono móvil, o portátil. Aparato incómodo, fallón y exótico a partir de 1995, empezó a dar pasos imparables con los primeros años 2000. Diez años después estaba en una cantidad de manos, bolsos y bolsillos impensable. Pocos objetos han alcanzado, en menos tiempo, mejor evolución técnica, más implantación en mayor porcentaje de población en todo el mundo.

El secretario de Estado de Telecomunicaciones e Infraestructuras Digitales, Roberto Sánchez, incluso hablaba de la desaparición total de todas las cabinas telefónicas antes del 31 de diciembre pasado. En Cádiz, y en otras muchas poblaciones españolas, esa eliminación se ha extendido durante 2022. Esta semana le llega el turno a la capital gaditana.

Según datos facilitados por Telefónica, en España, al cierre de 2020, había 14.824 cabinas de teléfono repartidas por todo el país. Cada una de ellas, según el registro tecnológico, era utilizada 0,17 veces al día. Es decir, una vez por semana. En 2018, ese registro decía que se usaban entre dos y tres veces por semana. La secuencia da idea del progresivo y rápido desuso.

Ya eran un estorbo sin función concreta para los usuarios hace más de 15 años. Como dato aclaratorio, en 2020 el 88% (casi nueve de cada diez habitantes) de la población reconocía no haber usado nunca ninguna cabina en las últimas dos décadas, caso de tener más de 40 años. Jamás en el caso de tener menos edad.

Mantenerlas en funcionamiento (porque algunas funcionan aunque nadie lo comprobase) suponía en 2018 hasta 4,5 millones de euros anuales de coste según Telefónica. Inútiles, sucias y caras. Estaban sentenciadas. De hecho, en el resto de Europa fueron desmanteladas mucho antes que en España. En 2014 empezaron a desaparecer y dos años después apenas quedaban unas decenas, estratégicas, o reconvertidas en atractivo turístico, especialmente en Reino Unido y Gibraltar.

Eso sí, la Ley de Telecomunicaciones, garantiza que todos los ciudadanos tengan acceso al menos a un teléfono público y gratuito en poblaciones con más de mil habitantes. Debe añadirse un teléfono fijo más por cada 3.000 habitantes más en el padrón. Que se acaben las cabinas no quiere decir que desaparezcan los teléfonos públicos. Otra cosa es que los usuarios sepan dónde están para usarlos y que alguna vez los necesiten por la, improbable, falta de un móvil a su alrededor.

Las últimas 33 cabinas de Cádiz

Avda. Ana de Viya, 9 y 17; Plaza Marinero en Tierra, 11; Plaza de la Constitución, 1; Paseo Marítimo, 25; Avda. Beatriz Cienfuegos, 6; Calle Concepción Arenal, 3; Calle Poeta Nieto, 1; Glorieta Ana Orantes ; Avda. Cayetano del Toro; Calle Pintor Zuloaga; Avda. Guadalquivir, 1, 21 y 26; Plaza de Santo Tomás; Avda. Segunda Aguada, 7, 24; Calle Héroes de la Aviación Española; Calle Sagasta, 112; Calle García de Sola, 44; Calle Cooperativa, 13; Calle Regimiento de Infantería de Cádiz, 10; Avda. 4 de diciembre de 1978; Avenida del Puerto, 1; Plaza de San Antonio, 1; Plaza de Mina, 5; Calle Sor Cristina López García; Plaza de Falla 7; Plaza de la Catedral; Plaza Martínez Campos y Avda. de las Cortes de Cádiz.

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