PELIGRO. Los peatones cruzan la avenida Segunda Aguada por unos pasos de cebra que apenas se visualizan puesto que están medio borrados. / ANTONIO VÁZQUEZ
CÁDIZ

El tráfico pesado hace de la avenida Segunda Aguada una ratonera para los peatones

El constante trasiego de camiones hacia el muelle ha convertido a la vía en un peligro y en un foco de contaminación acústica y medioambiental

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Aceras angostas y parcheadas por doquier, pasos de cebra medio borrados, calzadas repletas de huecos debido al constante trasiego de vehículos pesados y desagües y canaletas que lejos de funcionar retienen el agua residual provocando malos olores, es parte del panorama dantesco con el que tienen que lidiar diariamente los vecinos de Segunda Aguada, San Severiano y Lacave. La falta de mantenimiento es evidente, pero lo más preocupante es que pasear por la zona se ha convertido en «un auténtico peligro debido al ir y venir de camiones. Esto es como vivir en una ratonera», afirma una anciana que sale de comprar del supermercado, mientras recuerda el trágico accidente de hace unos meses -una mujer fue atropellada por un camión y tuvieron que amputarle una de las piernas-.

Y es que el peatón aquí tiene que sortear todo tipo de obstáculos, como vehículos que invaden las aceras y camiones que pasan a pocos metros del viandante. Los habitantes de esta zona se encuentran «marginados» en relación a otros barrios de la ciudad. «Nosotros como todos los demás ciudadanos de Cádiz pagamos nuestros impuestos, pero lo cierto es que el camión de la limpieza por aquí aparece cada cuarenta días», afirma Ernesto, un joven vecino que en breve se mudará en busca de una mejor calidad de vida y quien recuerda que «a pesar del soterramiento del ferrocarril las diferencias siguen existiendo. De aquí se ha ido mucha con el fin de vivir mejor», señala.

Diego González, comerciante de una charcutería, lleva 30 años «viendo y escuchando diariamente a los camiones» pasar por delante de su establecimiento. La contaminación que genera el constante trasiego de vehículos pesados es tal que «las cortinas se ponen negras en unos días debido al monóxido de carbono y todo eso nos lo respiramos», afirma.

Begoña García, una frutera, recuerda que el año pasado delante de su establecimiento «un camión mató a un motorista cuando este estaba bajándose del ciclomotor. Se lo llevó por delante, ahí donde están esos contenedores», señala. Y agrega: «Desde entonces cada frenazo que se escucha salimos a la calle pensando lo peor».

Un empleado de gas natural confiesa estar sorprendido por el ruido que soportan los vecinos. «Llevo unos días realizando instalaciones por esta zona y esto es horroroso, termino la jornada con la cabeza como un bombo, no sé cómo pueden soportar los vecinos tantos decibelios», señala.

Alcantarillado

Los camiones también provocan otras consecuencias. «Son muchas toneladas las que pasan al día por aquí y eso no hay calzada ni alcantarillado que lo soporte», comenta Salvador Gómez Amador, profesor de autoescuela que habita en Segunda Aguada. Prueba de ello es que algunos tramos de la calzada dejan ver los vestigios del pasado, como los raíles por donde pasaba el tren con el tabaco.

«Tenemos el alcantarillado de la época de los fenicios», señala indignada una vecina, mientras pasea a su perro.

Gómez asegura que la contaminación a la que se enfrentan es medioambiental y acústica. «No tenemos derecho al descanso, los camioneros hacen tocar sus bocinas porque aquí no existe una señal que lo prohíba. Además, hay que tener en cuenta que al ser una calle estrecha y con edificios altos las señales acústicas se multiplican debido al eco que se produce. Cuando los camiones que vienen vacíos del muelle pisan las tapas del alcantarillado el estruendo es tremendo».