Editorial

Desempleo e inflación

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Las estadísticas del ministerio de Trabajo reflejan que en el mes de mayo el paro ha descendido en 70.000 personas y que el número de afiliados a la Seguridad Social subió en más de 80.000 personas, el 0,44% más que el mes anterior. El número de cotizantes en nuestro país se sitúa así por encima de los 18,5 millones de personas en el cuarto mes consecutivo en el que ha bajado el desempleo, situando el número de parados en poco más de 2 millones. Además, en este pasado mes se firmaron 1,6 millones de contratos laborales con un 10% de indefinidos, lo que le convierte en uno de los mejores de nuestra historia laboral.

La primera reacción del partido de la oposición ha sido la de acusar de triunfalismo al secretario general de Empleo. Pero los datos son bastante elocuentes y, aunque es cierto que hay una cierta estacionalidad en las cifras presentadas, la tendencia es evidentemente positiva. Ahora bien, haría mal el Gobierno atribuyéndose el crédito de unos resultados por los que en realidad ha hecho muy poco y muy tarde. Es posible que haya habido algún efecto psicológico en la contratación como resultado de las pocas medidas tomadas en la última reforma laboral, pero todo apunta a que son fuerzas autónomas las que tiran de los contratos y, por lo tanto, el Gobierno no debería aquí atribuirse el mérito en exclusiva. Además, hay otra variable -la inflación-, que no se suele incluir en los análisis y que, sin embargo, es determinante para la evolución futura de los niveles de empleo, especialmente en una economía abierta como la nuestra. Cuando el diferencial de inflación con los principales socios comerciales se mantiene o agranda, hay pocas soluciones para que no crezca el paro. Una sería que la oferta de productos españoles fuese tan específica que los clientes mantuviesen las compras a cualquier precio; otra, que el cambio técnico y el capital humano y físico redujesen los costes por unidad producida a pesar de los altos precios españoles. Pero sabemos que esto no se está produciendo, y sabemos también que la economía española se está internacionalizando no sólo en el sector de las grandes multinacionales, sino en los productos menos llamativos y que no atraen la atención de los analistas, pero cuyas empresas sí que dependen de los mercados competitivos internacionales para mantener sus márgenes y su nivel de empleo. En ausencia de ese cambio técnico reductor de costes unitarios, la inflación pasa a ser otra forma de decir desempleo en una economía abierta, y aquí el Gobierno sí está haciendo bien poco. Inflación y desempleo no deberían ser analizadas como anomalías diferentes de nuestra economía sino como dos síndromes distintos del mismo mal.