VUELTA DE HOJA

El error

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Se suele afirmar que nada hay más grave que negarse a rectificar los errores que todos cometemos, si bien con diversa repercusión. No es cierto. Mucho peor que no reconocerlos es haberlos cometido. Bush y Blair, antes de al-morzar en privado, han confesado públicamente que se equivocaron en la ocupación de Irak, aunque siguen defendiendo la necesidad de una guerra que, para librar a los iraquíes de Sadam Husein, exigía matarlos a casi todos.

Entre sus principales errores han coincidido en señalar los malos tratos a prisioneros en la prisión de Abu Ghraib, donde los reclusos duraban poco. También califican de «excesos» que una patrulla de «marines» asesinara metódicamente a 24 suníes indefensos, entre ellos mujeres y niños, en «la realidad internacional» de Haditha. Lo más admirable es cómo sonríen los altos dignatarios cuando confiesan sus graves equivocaciones, después de permanecer con las manos unidas mucho más tiempo del que es necesario para saludarse y despedirse. Ambos desearían que su alianza fuese tan duradera como sus salutaciones.

Ninguno de los dos líderes se plantea la retirada de las tropas, pero sus respectivos votantes se están planteando hace algún tiempo retirarlos de la circulación. La invasión fue el error monstruoso que hizo posible todas las monstruosidades. Partió de la descomunal mentira de que Irak almacenaba armas de destrucción masiva, aunque los centenares de inspectores sólo encontraron orinientos alfanjes y herrumbrosas lanzas.

Ahora se ha desguazado la coalición y el problema es cómo se van los que llegaron, con la satisfacción del deber cumplido, que no era otro que dejarlo todo peor de lo que estaba. Era difícil lograrlo, pero han conseguido superar al sanguinario mandatario sólo con el mando a distancia.