LA CRUZ Y LA MERCED. El Padre Felipe se sometió al amparo de la Patrona y de la Cruz, símbolo principal de su fe. / JUAN CARLOS CORCHADO
SEMANA SANTA

La Cruz iluminó un pregón inolvidable

El Teatro Villamarta se llenó para recibir con cariño al Padre Felipe Más de hora y media de pregón, con un ritmo vibrante y una lírica mágica

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Buscaba el pregonero ser sincero, dejar a un lado el olor del incienso y la luz de los guardabrisas para dar a Jerez un mensaje profundo, que calara en el corazón del cofrade, en la hondura de la fe.

Y lo consiguió. Con un verso delicado, fino y elegante, y una prosa con un ritmo siempre vibrante, el Padre Felipe Ortuno se acercó al corazón de los cofrades hablándoles en cofrade, en su propio idioma. Comenzó su presentador, el también mercedario Jesús de la Puebla Viso, detallando la vida del pregonero, dando muestras de su cercanía con la Iglesia y con la fe que, desde las tablas del Villamarta, quiso contagiar Felipe a los cofrades de la ciudad que le esperaban.

Porque eso quiso hacer el pregonero. Desde el más riguroso paladar cofrade y capillita, fue desgranando su fe para hacerle ver a los jerezanos que era la misma que la suya, pero expresada en la catequesis andante que es la Semana Santa. Se metió al respetable del teatro desde el primer minuto en el bolsillo, gracias a los versos dedicados a la Patrona de la ciudad: Hoy pongo en ti la balanza,/ imploro Merced por todos/ porque ya no haya otros modos/ que vivir en tu Esperanza.

Comenzó el pregonero con la humildad de quien tiene que enseñar a Jerez lo que Jerez ya sabe, y contagió al público gracias a las alabanzas que hizo del compás, del arte y del buen hacer del jerezano, en unos versos en los que deseó ser de la ciudad y sentir como propias las raíces de la tierra: Que quiero ser de Jerez/ y en este instante lamento/ no tener los documentos/ no tener los documentos/ para cambiarlos también.

Y explicó la simbología de los elementos que adornaban el escenario del Villamarta, una de las grandes incógnitas hasta la fecha de ayer. Elementos universales, que no fueran de ninguna cofradía en concreto y donde todas estuvieran representadas. Y los encontró en una cruz y en un cuadro. El cuadro, de la Patrona de la Ciudad, gloria que ampara el resto de penitencias, y la cruz, luminosa y eje vertebrador del pregón del Padre Felipe: Desde la Cruz,/ el simple trazo,/ desde la sencillez de aquel madero,/ trazando estoy este sendero/ y andando voy tras esos pasos.

Amparado en un orden cronológico de los hechos ocurridos hace dos mil seis años en Jerusalén, el pregonero quiso tocar todas y cada una de las cofradías de la ciudad, dando muestras de un conocimiento profundo del sentir de los cofrades de la ciudad. Fue por tanto la Borriquita la primera en ser nombrada, y arrancó una atronadora ovación cuando, con una prosa tan cuidada que cualquiera diría que era verso, dijo de ella que le gusta «la Borriquita... porque nos da la esencia de Dios, y explica a cuatro patas lo que la altivez humana no puede entender con dos».

Su amplio concepto cristiano y la importancia de la Eucaristía en su vida se notaron en su pregón, alejados de lo estético de la cofradía del Lunes Santo para buscar la profundidad del misterio que se representa desde San Marcos. En un largo poema, el pregonero desgranó los nombres, las definiciones, los frutos y las vivencias de la Eucaristía, para terminar con una breve reflexión sobre la hermandad que radica en el centro de la ciudad, en lo que fue una definión perfecta del estilo profundo de pregón que el Padre Felipe quería mostrar.

Sin darnos cuenta, el pregón avanzaba por sus medianías, y el pregonero abordó la oración en Getsemaní, dando un «grito de amor» que reclamaba para las cofradías «más evangelio y menos subterfugio para que no sirva de abrigo a los treadores».

De ahí al final, una alabanza clara a las bondades de las hermandades de la ciudad, con un verso al Cristo de la Expiración que levantó el ánimo del teatro hasta límites inauditos, proclamando que «este Cristo colosal de Jerez ya no cabe en una barca. Necesito un galeón, una nao de envergadura, y si es preciso, una fragata...»

En definitiva, el pregón que necesitaba Jerez, hablando con el lenguaje propio del cofrade las necesidades propias de la Iglesia, y calando, como era el deseo del pregonero, en lo más profundo, en el centro del corazón de los cofrades de la ciudad.