Hoja Roja

El poder de los libros

Fuimos los españoles los que inventamos esto del Día del Libro para promocionar la lectura y la producción editorial

Yolanda Vallejo

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Ahora que cualquiera es capaz de escribir un libro, hasta el ChatGPt, si se lo pedimos, me viene a la cabeza aquella cita –lo siento, soy de citas- de Cicerón que parece escrita ayer: «Estos son malos tiempos. Los hijos han dejado de obedecer a sus padres y todo el mundo escribe libros». Pero como la sobreproducción editorial no va en paralelo a los marcadores de lectura, siguen siendo necesarios días como el de hoy, señalado en el calendario más por el continente –hoy todos los políticos saldrán a regalar libros y a recomendar libros que no han leído- que por el contenido. Por eso, nunca está de más recordar de dónde venimos y aceptar que, a pesar de todo, el libro ha superado «la prueba del tiempo, ha demostrado ser un corredor de fondo», que decía Irene Vallejo en su magistral ensayo «El infinito en un junco».

Porque, aunque parezca extraño, fuimos los españoles los que inventamos esto del Día del Libro. Y digo lo de extraño, porque si revisa usted la nómina de «inventos» que han salido de nuestros cerebros patrios, encontrará cosas que, en principio, nos pegan mucho más, como el futbolín o la navaja; y otras que nos hubiesen cubierto de gloria, si no fuera porque nuestro natural derrotista -y garbancero, para honra de Galdós- nos lo prohíbe, como el submarino o el autogiro. Ya lo sé. No es para tanto. Por eso, resulta extraño, y felizmente curioso, que la celebración de un día como el de hoy, tenga su origen entre nosotros.

Verá. En 1923 éramos -prefiero pensar que ya no lo somos- un país culturalmente mediocre, con unos índices de lectura pésimos y con una producción editorial bastante endeble. Veníamos de una mala racha, y arrastrábamos todo el pesimismo noventayochista y toda la cosa de la intrahistoria, «somos porque fuimos», y ese tipo de consignas de auto conformismo que tan bien se nos dan a los españoles. Éramos la España del Quijote -creo que lo seguimos siendo-, incapaz de distinguir a los gigantes de los molinos. Y en ese contexto, en plena dictadura de Primo de Rivera, al escritor valenciano Vicente Clavel se le ocurrió dedicar un día a la «la fiesta del libro», para promocionar tanto la lectura como la producción editorial del país. La idea tardaría tres años en cuajar, pero en 1926, Alfonso XIII firmaba el Real Decreto del Día del Libro, que incluía la celebración, así como la instalación y ampliación de bibliotecas en toda España, y lo más importante, potenciaba de manera explícita, el fomento de0 la lectura en toda la población. El Decreto -que no tiene desperdicio y que pone en evidencia muchas de nuestras actuales carencias- recoge la obligación, entre otras, de «dedicar en las escuelas cada año una hora, por lo menos, a la explicación de la importancia de la lectura, con fragmentos de obras que difundan el valor del libro como instrumento de cultura y civilización»,- obligación que hace extensiva a «cuarteles, buques y arsenales de la armada», no me pregunte por qué-, así como el compromiso de los Ayuntamientos de destinar una cantidad de su presupuesto en función del número de habitantes «a la creación de bibliotecas populares o reparto de libros en sus establecimientos de enseñanza y entre los niños pobres».

De este modo, el 7 de octubre, supuesta fecha de bautismo de Cervantes -aún teníamos esa cosa de celebrar el nacimiento más que la mortaja- de 1926 se celebró el primer Día del Libro, y se consolidaría en años posteriores, haciéndolo coincidir con la Exposición Internacional de Barcelona y con la Iberoamericana de Sevilla. Sería en 1930 cuando, por la casualidad -o no tan casualidad- de fechas coincidentes con la muerte de Shakespeare y del Inca Garcilaso de la Vega, se trasladaría la celebración al día 23 de abril. Algo que fue bien recibido, especialmente en Cataluña, y que convirtió la celebración del Día del Libro en algo tremendamente popular, sobre todo a partir de la proclamación de la II República. La creación del Patronato de Misiones Pedagógicas, y su incansable labor por acercar la cultura a todos los rincones del país, harían de combustible para que el día del libro, y su carácter festivo, quedaran marcados en el calendario para siempre, y no solo en nuestro país. En 1995 la UNESCO aprobó proclamar el 23 de abril como «Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor», en consideración al carácter de «entendimiento, tolerancia y diálogo» que inspiran los libros, por el «enriquecimiento cultural de cuantos tengan acceso al él».

Por eso, en tiempos en los que el entendimiento, la tolerancia y el diálogo están de capa caída; en tiempos en los que el miedo, la mentira y la corrupción se han hecho fuertes; en tiempos en los que la realidad nos recuerda a todas horas que no somos, como creemos, turistas en el infierno, sino que vivimos en él, es cuando más hay que celebrar días como el de hoy. Porque como dice Alberto Manguel «somos animales lectores», necesitamos entender el mundo a través de las palabras, y necesitamos esa palabra escrita que nos convierte en seres racionales, con criterio para oponernos a la injusticia, a la miseria y al abuso de quienes nos gobiernan. El poder del lector siempre ha suscitado toda clase de temores políticos. En palabras de Mempo Giardinelli, «un pueblo que no lee está condenado a su extinción», porque se hace dócil, se embrutece y se deja convencer por cualquiera.

Los libros son un arma para el progreso, de eso no tengo ninguna duda. No un arma de destrucción, sino de construcción, porque como decía Borges, «de los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo… Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria».

Así que téngalo en cuenta. Cervantes dejó escrito -al fin y al cabo, él es el culpable de todo esto- que «el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho». Y en esto, seguro que estamos todos de acuerdo. Porque nunca hay que desestimar el poder de los libros, incluso de los libros que nadie lee.

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