Antonio García Barbeito - LA TRIBU

ETERNA MAÑANA

Antonio García Barbeito
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SIGUE ahí el tren, todavía, circulando por aquella vía que fuiste colocando trozo a trozo en el patio, que atravesaba por un túnel las entrañas de un montón de arena, que subía a la terraza enladrillada, que bajaba hasta el suelo terrizo donde habías escarbado un poco y derramado un cubo de agua para que fuera el río; vía que se metía por las plantas del arriate, como parecía que se metía entre los chopos de la vega el tren que cruzaba el puente sobre el Guadiamar, sólo porque necesitabas tener la sensación de que tu tren cruzaba un bosque… Sigue ahí el tren, y tú sigues prestándole con la boca el pitido que anunciaba su llegada a la estación, que la habías colocado al amparo de la tapia, donde fabricaste una casita que simulara la cantina y habías puesto, encima de cuatro palitos, una lata de leche condensada que pareciera el depósito del agua que habías visto en la estación del pueblo.

Sigue ahí el tren…

La mañana se hace eterna en el asombro de las miradas infantiles, esos humanos soles que pueden con todo, con la niebla, con la lluvia, con la noche. La mañana está ahí, loca de juguetes que juegan con los niños y, de cuando en cuando, de niños que juegan con los juguetes. La mañana es eterna en el grabado llanto de las muñecas, en la lactancia de las muñecas que parecen todas hermanas de aquellos ladrillos que las niñas pobres mecían, con enaguado de trapos, en aquel tempranero y largo ensayo de la maternidad. La eterna mañana lo es por los sonidos de ciencia ficción de armas extraterrestres, sonidos que ya no llevan sangre de aquellos mixtos que dejaban en la calle un pequeño y fugaz olor a pólvora, cuando explosionaban en el tambor metálico de los revólveres o cuando los niños los frotaban en las aceras o en las paredes, donde quedaba la rúbrica de la travesura infantil. La mañana es eterna en las ruedas de las bicicletas, las motos, los patines, los carritos de las muñecas… Es eterna en las averías y en el posterior llanto que lamenta la rotura del milagro. Es eterna en los juguetes abandonados, en la tristura de muñecas sin brazos que las mezan, en la soledad de los juguetes sin pilas que los muevan, es el desencanto del niño que no se explica por qué los Reyes no le han traído lo que pidió… Es eterna la mañana en el lujoso recreo de los niños. Y es eterna, para ti, en aquel tren que nunca llegó a la estación de tus deseos. Por eso aquel tren sigue todavía ahí, en la vía y el paisaje que soñaste. Tren de la imaginación con el que sigues jugando por un túnel, sobre un río, por el perfil de los ladrillos, en la eterna mañana de Reyes…

antoniogbarbeito@gmail.com

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