Antonio García Barbeito - LA TRIBU

Naciones

Para ti era una nación tu barrio, y una provincia tu calle

Antonio García Barbeito
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Entonces, cuando los límites de España eran una cantilena vespertina en la umbría escolar, algo así como un rap de colegial, «…al norte con el mar Cantábrico y los Montes Pirineos, que la separan de Francia; al este, con el mar Mediterráneo…», para ti no había más verdad cartográfica que la que pisabas, y España era una nación muy pequeña que limitaba al norte con un cerro plantado de olivos, y al este con otro cerro, más olivos y algún cortijo, y al oeste con una elevada lejanía de calmos, y al sur con la alameda por donde el río se iba, camino nunca adivinado, con la querencia al mar. Pero ese era el país del campo; había otros países para ti, otras naciones, tan importantes como aquella pintada de eras como tonsuras cereales, de lindes y de caminos, levantada de choperas o de vallas de pitas, o de fincas cerradas donde los pájaros cantaban como vivas notas musicales en el espinoso pentagrama de la alambrada.

La pequeñez de la tribu, aquella insignificancia que en el mapa del colegio apenas ocuparía el espacio de una mínima peca, estaba llena de países, de naciones, o de regiones, o de más tribus, pero dividida. Para ti era una nación tu barrio, y una provincia tu calle —«¡Vente a mi calle!», se retaban los niños en territorio hostil—, y un castillo tu casa. Todo el pueblo, un enorme mapa del que desconocías bastantes territorios; por eso organizabais partidos de fútbol con otros barrios, y por eso había guerras entre calles apartadas entre sí, guerras con calendario —«¡Mañana hay guerra con los de la calle de la Marisma…!», y por eso defendíais a las niñas de los niños de otros barrios. Eran países los barrios y eran provincias las calles. Te parecían bárbaros, cuando irrumpían pidiendo hueco en los sitios de vuestros juegos, aquellos chiquillos que a lo mejor sólo querían un rato de comunes travesuras. Incluso los mayores, cuando hablaban de unos niños que habían hecho cualquier trastada, decían: «No eran de por aquí; por lo que le oí a uno, tenían que ser de la calle de las Campanas…» Naciones, países, regiones, provincias. Si ya la tribu estaba dividida por dos bandos, dos colores, dos vírgenes y dos festivos, y dividido en tres o cuatro Cruces de Mayo, ¿cómo para los niños iba a ser un solo país? Hoy, todas aquellas lindes te parecen lo que en el fondo eran, o un juego o un liviano asunto de hermandades. Lo que te asusta es cuando ves venir a algunos que en el nombre del más pobre, incendiario y equivocado extremo quieren romperte el viejo rap escolar e impedir que España siga limitando con lo que limita. ¡Valientes rompemapas…!

antoniogbarbeito@gmail.com

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