Alberto García Reyes - LA ALBERCA

Iblis en Las Ramblas

He oteado los muertos, tus muertos, y solo se me ocurre avergonzarme de compartir contigo la especie a la que pertenecemos

Varias personas se paran en el mosaico de Miró en las Ramblas de Barcelona después del atentado ocurrido este jueves EFE

ALBERTO GARCÍA REYES

Yo te acojo, tú me matas. ¿Cómo quieres que te entienda? Generalizar es errar, pero el miedo nunca se equivoca. Lo de Las Ramblas es lo último. Fin. No puedo hacer nada más por ti. La inmundicia humana no cabe por el ancho de la tolerancia. Con sangre no se escribe ningún futuro. Con sangre, no. Europa está exangüe porque tú la sacrificas, como a los corderos de tu fiesta, en un rito de delirios que te arrodilla ante Iblis, única deidad a la que te doblegas, hijo de puta. Que Dios me perdone, pero hoy sólo puedo hablarte así. He visto tu atentado en Barcelona y las primeras palabras que aprendiste en nuestra tierra, que te acogió como tuya, se me han agolpado en los labios como un pujo de vómito que anhela caer, como chorro de gárgola, en el hoyo de tu cara. Hay que ser muy..., prefiero no decir esta palabra, para pasar por encima de los huesos de tus vecinos en nombre de no sé qué Dios. ¿Qué Dios va a acogerte? Me duele hablarte. Y me duele cómo te estoy hablando. Pero me arde la lengua cuando te pienso. He oteado los muertos, tus muertos, y sólo se me ocurre avergonzarme de compartir contigo la especie a la que pertenecemos. Porque, además, tu infamia me ha llevado, ojiplático, hasta el carrusel de miserias que tengo cerca. Gente que graba a los heridos mientras se retuercen de agonía en lugar de prestarles auxilio. Gente que difunde esas imágenes sin recato. Gente que ajusta cuentas políticas por las redes sociales mientras las víctimas ni siquiera se han identificado. Gente que mezcla el independentismo con la humanidad. Gente que me genera náuseas. Gente.

Se supone que si me dedico a escribir tendría que usar palabras escogidas para definir tu barbarie. «Hijo de puta» es algo que puede decirte cualquiera. Pero ante ti todos somos cualquiera. No me pidas nada porque ya te lo he dado todo. Hasta aquí hemos llegado. Malditos sean los demonios que moran en tus entrañas. Yo creo en Dios y por eso te abrí los brazos. ¿Qué clase de dios es ése al que estás atropellando con tus atropellos? Déjame que te diga lo que siento: ninguna pena es tan dura para quien odia que la de ser amado. Ninguna virtud supera a la de amar a quien nos odia. Que el amor de Dios te proteja y te condene. Que el amor de Dios ayude a los desgraciados que ante tu oprobio han actuado como desalmados. Y que Alá te conduzca, en la misma furgoneta que has salpicado de sangre, hasta la sombra de tu espejo. Mírate, animal. Eres todos los muertos que tienes detrás. Nada más. Esa será para siempre tu «yanna». Un jardín de cipreses ajenos rodeando tu epitafio: nuestra muerte fue tu fracaso. Venceremos. A pesar de nuestras propias debilidades, venceremos, vecino. No lo dudes. Porque la razón se desangra por las ramblas de la civilización, pero aguanta más que el terror de Iblis, el satanás del Islam que te guía hacia tus despojos sobre nuestros cadáveres.

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