Excremento, homo

Los hay que se hacen el longui y van dejando que su perro vaya levantando la pata, ora lo líquido, ora lo sólido

Antonio García Barbeito

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La primera visión de la chilena isla de Chiloé me devolvió a la infancia, yerbas en aceras y perros por todas partes, andando, echados, durmiendo, ladrando… Las calles, algunas de ellas con viviendas que aquí serían de un miserable chabolismo, no se privaban de nada: baches, charcos, tramos con aceras destrozadas… Pero la memoria se fija -hago un aparte con la belleza zancuda de los palafitos- en los perros. El «horizonte de perros» de Federico estaba allí, quizá esperando nocturno turno de ladridos. Y con los perros, sus excrementos. Excrementos por todas partes, que había que sortear como quien anda de puntillas por un señalado terreno de minas.

La infancia estaba acostumbrada a los excrementos. La calle era un reguero de alivios animales -y alguna vez, de algún borracho a quien le sobrevino una enteritis y no aguantó más y descargó, de noche, en alguna esquina-, que si las cabras dejaban un reguero de cagarrutas y los caballos, mulos y borricos marcaban los adoquines con una pelotería de cagajones, las vacas y los bueyes de las carretas estrellaban sus restos biológicos con una naturalidad tan pasmosa como maloliente. Y los perros. Los perros tenían en la calle su perrera y todo lo demás. La calle era un escusado animal que aguantaba así hasta que a la mañana siguiente venía Félix con su buena escoba de tamujo y un carrillo de mano y dejaba la calle limpia de excrementos, aunque los restos del asiento -y la peste- no se iban, ni era posible barrerlo todo; por eso, cuando llovía, las cunetas urbanas llevaban cagajones y cagarrutas como cisternas de intemperie. Era impensable entonces que cada dueño de animal recogiera los excrementos que le correspondían. Esto vino más tarde. Y cuando la ciudad se ha hecho tan canina como amiga de las ruedas sin motor, no damos abasto recogiendo mierdas de perros. Hay dueños muy cívicos, sí, pero otros necesitan un «excremento, homo» repetido cien veces, que si los hay con una bolsita de plástico en la mano, los hay que se hacen el longui y van dejando que su perro vaya levantando la pata, ora lo líquido, ora lo sólido, por aceras o jardines donde juegan niños. Sevilla no gana para recoger mierdas de perros, ya ven. «Excremento, homo». O todo latín: «Memento, homo…, que si tienes perro y lo sacas, tienes que recoger sus necesidades, por lo menos las sólidas, que muchos de estos dueños de perros son los que después ladran por todo y, para no perder la costumbre, tiran sobras -colillas, envases, servilletas- por la ventanilla del coche. En fin, que para mierda de perros callejeros, ya está la isla de Chiloé, y esto no es Chile. Todavía.

ANTONIO GARCÍA BARBEITO

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