LA TRIBU

Bella Raquel

La mano de la madre jardinera que nunca se fue, sigue ahí, en este tiempo, cuidando su íntimo jardín, que es suyo por ser del hijo

Antonio García Barbeito

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TU patio era un almanaque de olores y colores, un almanaque de suelo al que diariamente le quitabas una hoja o le removías la tierra a una maceta; un almanaque que, sin faltar, obedecía a tus previsiones: «A esa alegría de la casa le falta ná para que empiece a florecer… Se va a poner preciosa cuando sus flores rosas la cubran toda y no se vean ni las hojas… Y verás cuando en mayo salgan los claveles de olor…» Tus plantas, tus flores, tenían un escalonado protagonismo en el año, en este tiempo, y las cuidabas para que cada una tuviera su máximo esplendor en determinadas fechas: «Cuando pase la procesión del Corpus, la delantera de la casa, y el zaguán incluido, va a ser una locura de hortensias…»

Entre sus verdes espadas centrales, llevo varios días viendo cómo la clivia —la Bella Raquel— mima una mano de color amariblanco, y me asomo a ella cada dos por tres, incapaz de adivinar su hora, como si la planta supiera que la vigilo y cualquier día, cuando yo no lo espere, al darme la vuelta, fuera a sorprenderme con un ramo de bellísimas flores anaranjadas. Necesitaría que te asomaras a estas plantas que cuido más por ti que por mí, a las que les hablo como tú hacías con las tuyas, a las que, cuando puedo, pongo al sol o a la sombra, las reservo o, como los rosales, los pongo ahí, frente a todo, sol o viento, lluvia o frío, porque sé que con sus punzantes navajas saben defenderse de todo. Miro aspidistras, geranios, orquídeas, hortensias que ya abren sus hojas entre los brazos desnudos, locas por pintarse de flores, pero ¿cuándo sucederá todo? Si vinieras, irías señalando: «Esos geranios tienen poca tierra, y los lirios, que aunque son muy duros, agradecen estar amparados…» Sé que me preguntarías por una de las plantas que destaca por el verdor echado de sus hojas, vegetal gallina clueca, porque nunca tuviste una, aunque su flor se parezca a muchas flores que tuviste, aquellos margaritones de todos los colores: «Niño, y esa planta con hojas verdes como una lechuga y esa flor tan requetepreciosa, ¿qué planta es?» Se llama gerbera y te la voy a regalar, a cambio de que te quedes aquí hasta que yo aprenda qué fiestas coinciden con las plantas y las flores en su esplendor: «Aquellas dos, ponlas donde no les dé el relente; etas de aquí, déjalas que las bañe el sol de la mañana; y esas pilistras, ponlas en sitio reservado, que como sigan estos vientos, les van a arrancas sus hojas…» La mano de la madre jardinera que nunca se fue, sigue ahí, en este tiempo, entre macetas, cuidando su íntimo jardín, que es suyo por ser del hijo. ¿Cuándo me has dicho que florecerá la orquídea…?

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