OPINIÓN

El miedo

Los enemigos de la libertad no se esconden y siempre la amenazan. Se trata, por tanto, que tengamos claro quiénes son y que nos unamos contra ellos, sin contribuir a crear entre los que creemos en la convivencia nuevas brechas innecesarias

Miguel Ángel Sastre

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El miedo, esa sensación que todos hemos experimentado alguna vez y que, valga la redundancia, 'tememos' tener. Hay muchos tipos: miedo a equivocarse, a una enfermedad, a la pérdida de un ser querido, a una situación concreta, y una larga lista entre otros muchos ejemplos. Sin embargo, todos ellos tienen en común la sensación de malestar, tristeza y bloqueo. En definitiva, la pérdida de nuestra libertad.

Hay miedos individuales por circunstancias personales, pero, también, existen sociedades que sufren miedo colectivo. Países en guerra, como actualmente Ucrania y algunos de Oriente Medio. Estados Unidos lo sufrió después del 11S y tras algunos episodios trágicos vividos. Francia, también, con la masacre de Bataclán, y otras de impacto internacional. Reino Unido o Alemania también lo han vivido. Pero, por supuesto, en España sabemos perfectamente lo que es el miedo. No hay que irse muy atrás para recordarlo. En nuestra historia reciente, no hace mucho más de 20 años, ya como monarquía parlamentaria consolidada, hemos vivido episodios de miedo, de mucho miedo.

Si a un español de mediana edad le hablas de miedo, muy seguramente, te hable de los años del 'plomo' en los que ETA quitó el aliento a toda España y especialmente al País Vasco. El plomo pasó, pero muchas personas siguen teniendo miedo a expresar sus ideas en público, aunque el resultado ya no sea un tiro en la nunca. No solo en el País Vasco, sino también en Cataluña, Navarra e, incluso, en la universidad. La libertad y la seguridad nunca deben darse por sentadas. El miedo español también tiene forma de trenes volando por los aires en Atocha, de Ramblas desoladas y, recientemente, de católicos apuñalados por su fe.

Las tragedias, dependiendo de donde ocurran, influyen de una manera u otra a nivel personal. Normalmente y salvo que nos empapemos de lo que la prensa cuenta, las vemos de manera lejanas. Sin embargo, cuando ves que te tocan de cerca, suelen tener un impacto mucho mayor en nuestras conciencias. Por eso, para los que somos andaluces y gaditanos, lo ocurrido en Algeciras la semana pasada tiene un impacto particular.

El miedo y el peligro, por desgracia, no siempre se pueden erradicar en su totalidad. La acción política tiene entre sus competencias la de garantizar la seguridad y, por tanto, la de hacer que nos sintamos seguros frente a grandes amenazas. Pero, también, debería garantizar que no surjan otras nuevas. Un político no solo debe defendernos del miedo, sino hacer que no se generen nuevos motivos para que lo tengamos. En ningún caso debe provocar que el 'miedo' –citando a un expresidente del Gobierno– cambie de bando. Lo que debe hacer, por tanto, en la medida que pueda, es que la sociedad para la que gobierna no tenga por qué sentirlo.

Vivimos en una España tensionada y en la que una parte, especialmente, el lado zurdo, necesita que esa tensión exista para que no hablemos de las cosas del día a día, de las que hacen que nuestra calidad de vida mejore. Por eso, cualquier síntoma de discrepancia fuera del argumentario oficial es encasillado en el extremismo. Sin embargo, deberíamos intentar que no sea así. Expresar ideas no debería ser incompatible con garantizar un clima de convivencia, para evitar volver a tiempos pasados.

Los aniversarios de los asesinatos de Gregorio Ordóñez o de Alberto Jiménez Becerril y de Ascensión García, el asesinato por motivos religiosos en Algeciras y otras muchas cosas que sufrimos cada día deberían recordarnos que el miedo no se puede erradicar, pero que debemos contribuir a que la sociedad no genere más enfrentamientos, por tanto, a la larga, más miedo.

Los enemigos de la libertad no se esconden y siempre la amenazan. Se trata, por tanto, que tengamos claro quiénes son y que nos unamos contra ellos, sin contribuir a crear entre los que creemos en la convivencia nuevas brechas innecesarias. Porque si a los miedos que ya existen sumamos otros nuevos, el clima se acabará convirtiendo en algo irrespirable.

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