Carreras electorales

En función del origen y del destino deseado, se marcan diferentes estrategias: o bien se intenta seguir la inercia, intentando no arriesgar en exceso o, a veces, es necesario jugarse el tipo para conseguir mayor notoriedad. Del «que hablen, aunque sea mal», hasta el «Virgencita, que me quede como estoy».

Lo municipal tiene la ventaja sobre otras elecciones que suele ser mucho más controlable porque, aunque las redes sociales puedan ayudar, donde hay que batirse el cobre es a pie de calle. Ahí el carisma del candidato puede ser determinante. Es decir, puedes haber sido un nefasto gestor que, si caes bien, puedes salvar los muebles como político. Una sonrisa puede equivaler a un voto, mientras el periodo de «luna de miel» dure. Sin embargo, cuando la fase de «enamoramiento» acaba, por mucho que el candidato o candidata en cuestión sonría, puede llegar un punto que no tenga ya ningún efecto.

Es por eso, que más allá de que la política tendría que ser entendida no como una rama más del marketing, sino como una cuestión de eficacia en la generación de oportunidades y la resolución de problemas de las personas para las que se gobierna, por una cuestión, meramente interesada, habría que hacer las cosas con solvencia. De lo contrario, la incapacidad acaba jugando malas pasadas. Lo que ocurra en Cádiz en mayo puede ser un ejemplo de eso.

Es por eso por lo que, si la gestión ha sido buena, hay que conseguir que se hable positivamente de ella. Porque, también, muchas veces no se trata de lo que has hecho, sino de que cale la idea de que eso que has hecho ha sido objetivamente bueno. También que, lo que vas a hacer, a partir de ahora, va a ser aún mejor.

Pasando al plano de lo nacional, nuestro presidente del Gobierno, así como su equipo, son unos auténticos obsesos del control de la «agenda mediática» y de su enfoque. Apoyados en una red de medios generalmente afines, los temas de los que pretenden hablar en campaña no son casualidad. Ahora bien, hay afirmaciones que caen por su propio peso o temas que pueden entrar en la agenda sin que nadie pueda evitarlo. Ni siquiera Pedro Sánchez.

Porque no hay situación más incómoda en una carrera electoral que hablar de algo que no quieres, ni siquiera, mencionar. La «ley del Sí es Sí» es una de esas «patatas calientes» de las que el presidente, como responsable del desastre provocado por la ley, no se ha librado. De ahí la cantidad de cortinas de humo que se intentan lanzar simultáneamente: el debate de la vivienda, Doñana y un largo etcétera.

Sin embargo, hay una prueba de que las cosas no deben ir bien. Cuando una campaña, máxime en una época del año como la actual, en la que el tiempo invita a estar en el exterior, se concentra en lugares de difícil acceso y se huye de la calle es que hay algo que esconder. Quien se siente ganador pisa la calle sin miedo y se abre a que, incluso, el que no piensa del todo como él, pueda acercarse. Fue el ejemplo de la campaña de Madrid en 2021 o de Andalucía en 2022 por parte de los candidatos que acabaron venciendo con autoridad. Sánchez se está escondiendo en esta campaña y está evitando pisar la calle.

Y es que esta campaña, antesala de las generales, deja una reflexión que invita al cambio: ¿debe seguir siendo presidente del Gobierno alguien que huye del contacto con aquellos para los que gobierna? Que cada cual saque sus reflexiones.