Agosto es una patada en la entrepierna

El mes veraniego por antonomasia es «un bombón-helao derretío» y un niño gordito sin camiseta y con churretes de colores

Manuel López Sampalo

No hace falta que jure que no me gusta el verano. ¡Oh, el verano! con sus chocos fritos de plástico, sus turistas de plástico, sus sombrillas de playa de plástico y sus cubatas en vaso de plástico. Y si algo es agosto es la sublimación del estío, el mes veraniego por antonomasia, un bombón-helao derretío y un niño gordito sin camiseta y con churretes de colores.

Agosto, ya digo, es una patada de taekwondo en salva sea la parte. Son los cuerpos pegajosos, el búcaro y el abanico de señora de misa de doce. Agosto es un ventiladorcillo renqueante, el bar de la esquina lleno de madrileños como de atrezo y pagando a precio de gallo del lunar la sardina poría. Agosto es un mes como patrocinado, como uno de esos mecheros de publicidad que te encuentras en el bolsillo trasero de un pantalón que te queda chico.

Agosto es un mes populachero, populista y popular; como la verbena del pueblo de tu prima con su vaquilla del Grand Prix, su cucaña, sus brutos de navajilla y reyerta, sus frescas como de película de Almodóvar o de Vigas Luna, y su banda sonora de casete de Seat Panda del 97: el tiburón mamá y que no me digan en la esquina y por qué han pintao tus ojeras.

Agosto con sus cines de verano de Picapiedra, el pestazo a fritanga, el chiringo hasta la bola y el camarero castizo jurando en su jerga. El niño puñetero que se te cruza descalzo con la bicicleta y el calipo. Agosto con sus vírgenes y sus cosas, ay, como de patronas de saldo. Agosto del abuelo con el transistor de los fichajes, de las estampitas de fútbol como cromos de santos laicos. El griterío, los churros fríos, los cristales y los orines.

Agosto cobrándose sus primeros becarios, como ahogados en una playa de Zahara. Sus caras nuevas, como recién afeitadas, de telediario de Madrid de película de Zombi. Sus serpientes de goma para cubrir la vacación del político convidado por la contribuyencia. Su romancillo como de musa de Pijoaparte, ay, en Sancti Petri. Su bicicleta de alquiler para la guirilada de sangría de sopón y cogorza low cost, como de previa de Europa League.

Los atascos de chancleta, los novelones de gasolinera, los perros de cuneta, la chicharra, el grillo y el mosquito-los-cojones. Su carrerilla nocturna de Rota, su bulla de feria de Málaga o cómo venderles el vinazo Cartojal a los protestantes a precio de palo cortao. Sus pelayos en festivales de albergue de mierda y su rosario de tópicos ensartaos en un espeto. Agosto, en fin, y sus cosillas.

Fíjense, si me gusta poco el verano, que a mi madre le correspondía salir de cuentas un 15 de agosto: día de la Asunción, cumpleaños de mi padre y el colmo estival o la cima veraniega. Pues bien, yo, con mi procastinación de andaluz profesional, no di en pegar la primera llantina en el Ruiz de Alda hasta el 25 de septiembre: bendito otoño con sus rimas.

Luego, la Administración, con su terquedad burocrática y su cosa como de oficina del PSOE de pueblo de Sevilla, se tomó la venganza y de un tiempo a esta parte me nacieron un 21 del 9, verano, o eso reza en mi deneí y demás papeleo oficiata. Mi padre, por su parte, también hizo lo suyo y me colocó un De la Asunción detrás del Manuel: no querías verano, pues toma tres tazas.

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