OPINIÓN

El turista

El turista es metonimia de la indiferencia, su cuerpo pasa junto al tuyo sin sentirte; su mirada se cruza con la tuya pero no te ve

Julio Malo

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Una ciudad insular y portuaria como Cádiz ha sido siempre sitio de paso, nada que ver con el turismo de masas que hoy la colmata. La ciudad misma se ha vendido en su totalidad, como recurso natural y cultural intensivo. El turista es metonimia de la indiferencia, su cuerpo pasa junto al tuyo sin sentirte; su mirada se cruza con la tuya pero no te ve. Es una especie de masa amorfa que se mueve torpemente, a otro ritmo y no es consciente de su molesta presencia. Recorre kilómetros, invierte dinero para conocer nuevos lugares pero permanece ajeno a ellos. Esto mismo ha sucedido ya con anterioridad en Barcelona, Málaga y otras ciudades del litoral español. Desde la perla catalana del Mediterráneo hemos escuchado los primeros gritos de alarma. Hay una Barcelona que se resiste a morir, a convertirse en algo parecido al macabro cadáver veneciano. Mientras la precariedad hace estragos entre sus habitantes, los cuales realquilan sus casas y sus cuartos; los alquileres se disparan; los jóvenes se van; y los inmigrantes limpian, sirven, conducen, trafican y se prostituyen. Un problema que expone muy bien la filósofa Marina Garcés en su ensayo ‘Ciudad Princesa’, editado por Galaxia Gutemberg, Barcelona 2018; esta profesora en la Universidad Central de la capital catalana expone un lúcido análisis de los efectos depredadores del turismo.

Acabo de regresar de una prolongada estancia en Sao Paulo, donde reside y trabaja mi hija, una profesional altamente cualificada pero, como tantas y tantos, en situación de exilio laboral a causa de la precarización del trabajo especializado que debemos a las políticas de austeridad impuestas por la Troika. Me he sentido seguro y dichoso en la metrópolis más populosa de América del Sur, sin atisbo alguno de esa inseguridad ciudadana sobre la cual advierten quienes no la conocen. No me he sentido para nada turista al pasear por la Avenida Paulista peatonalizada, ni en el hermoso parque de Iberapuera, entre las mejores arquitecturas del mundo. Al regresar a Cádiz me robaron la cartera y me hackearon el ordenador. Lo peor, sortear turistas al pasear por la ciudad más antigua y hermosa del occidente europeo; algo terrible desde primeras horas de la mañana hasta el comienzo de la tarde, cuando los cruceros sueltan amarras.

Más preocupante resulta el alquiler estacional para turistas que se extiende por las zonas nobles de la ciudad antigua, reduciendo el parque de viviendas disponibles y expulsando a la población gaditana. Las cuentas resultan muy ventajosas para los arrendadores: pisos que se alquilaban en 400 euros al mes para familias que optan por el arrendamiento contra la hipoteca, se dedican al alojamiento estacional por 100 euros diarios. No es un supuesto, son datos de casos concretos que conozco. Las autoridades municipales debieran intervenir para detener este proceso que puede destruir la ciudad. En Palma de Mallorca se acaban de prohibir las viviendas turísticas en pisos; a partir del mes de julio, la capital balear solo autorizará el alquiler a turistas en casas unifamiliares. En Barcelona, al poco de tomar posesión, la nueva alcaldesa anunció que el Ayuntamiento iba a paralizar la concesión de licencias para alojamientos turísticos, se trataba de un paso previo a la redacción de un plan especial para hoteles, viviendas para turistas y otro tipo de alojamientos estacionales; medida destacada del programa de Ada Colau.

También Cádiz debe adoptar soluciones para hacer compatible la industria turística con la conservación de nuestra ciudad y su calidad de vida.

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