Ramón Pérez Montero - OPINIÓN

Sanidad

Ya hay mucha gente enferma que no quiere morir en una lista de espera y acude a un hospital privado rascándose el bolsillo

Ramón Pérez Montero
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Acudo a la manifestación convocada por Marea Blanca el pasado domingo en Cádiz. La participación es más bien modesta. No observo en los manifestantes mucho enardecimiento. Las consignas apenas se corean. Detecto una especie de cansancio, un desánimo que podría interpretarse, ojalá no, como una forma de resignación entre quienes se integran en la marcha. Existe otro público. El que observa impávido el paso de la comitiva como si la cosa no fuera con ellos. Como ajenos a lo que se les (nos) puede venir encima.

En la proclama final, la mayoría de los asistentes ni siquiera se acercan a escuchar el diagnóstico autorizado de los facultativos convocadores sobre el estado de salud de nuestro sistema sanitario. El personal debía tener ya en la cabeza el derbi futbolero de esa misma tarde, ese placebo que ilusamente protege contra los zarpazos de la realidad.

La escasa respuesta ciudadana ante un asunto tan grave será, sin duda, utilizada por los gestores de sistema de salud como argumento para continuar en su lenta pero incesante labor de desmantelamiento del último reducto de quienes no tienen nada. Mientras tanto, las empresas médicas privadas se relamen en la espera de que los frutos sigan cayendo maduros.

Una vez desaparezca el sistema público, podrán repartirse entre ellas a los pacientes con recursos económicos para combatir la enfermedad y los que no, bastante tendrán con morirse. Luego los políticos artífices del tránsito acabarán en los consejos de administración de estas empresas en agradecimiento de tan meritoria colaboración.

La gente que observa el paso de la manifestación sin sumarse a ella lo mismo se piensa que esto no puede pasar. Y la cosa es que ya está pasando. Ya hay mucha gente enferma que no quiere morir en una lista de espera y acude a un hospital privado rascándose el bolsillo. Ya hay muchos pacientes que el propio sistema público deriva hacia la medicina privada, porque debe resultar más económico pagar por el servicio que mantener una plantilla propia.

Lo más lastimoso de todo es que esta labor de zapa del sistema la esté llevando a cabo una administración socialista que luego se llena la boca diciendo que se trata de la joya de la corona. La joya de la corona que ellos mismos están malvendiendo a gente que sólo ve en la enfermedad una forma de enriquecerse.

No tenemos bastante con esa industria médica y farmacéutica cuyo principal objetivo es aumentar una población de enfermos crónicos a los que atiborrar de pastillas y someter a las pruebas deshumanizadas de los monstruos mecánicos, que ahora nos vemos asediado por las huestes de quienes andan a la conquista del último bastión de la gente sin recursos. El de su propia dignidad en los momentos más duros de la existencia.

La semana pasada acudí a una consulta médica en el Hospital de Puerto Real. A mi mujer a mí nos atendió una de esas profesionales que dignifican al sistema. Entiendo que exista una enorme distancia entre médico y paciente con respecto al conocimiento científico. Así debe ser. Pero cuando uno se sienta frente al otro, ambos están a un mismo nivel humano.

Esa doctora se comportó como un ser humano, sin más interés que ayudar a un semejante. Colocó su sabiduría médica tras el telón de una humildad y una compresión que la honran. Muy diferente a la soberbia de los políticos que esquilman el sistema. Es eso lo que debemos proteger. Nuestro último reducto.

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