Ernesto Pérez Vera - TRIBUNA

Yo era policía

Sí, me mataron en La Línea de la Concepción, en el Campo de Gibraltar, ¿les suena?

Ernesto Pérez Vera, en San Bernardo, donde sufrió el atentado. A. VÁZQUEZ

ERNESTO PÉREZ VERA

Yo era policía y amaba lo que hacía. Lo hubiera hecho gratis –así fue durante meses, debido a los impagos de muchas nóminas–. Pero ni adiós ni gracias me dijeron el día que, con 43 años de edad, me jubilaron por mor de las secuelas físicas que mi cuerpo padecía como consecuencia de sobrevivir a tiro limpio frente al narcotraficante que me quiso matar durante una aparentemente sencilla identificación policial. Son ya siete las intervenciones quirúrgicas que mi pellejo y mi familia han sufrido; aunque íbamos por la tercera cuando me dieron la patada en el culo y el portazo en la cara. Muchos tornillos y otras tantas piezas de titanio habitan desde entonces en mis carnes y huesos. Del dolor emocional, tan difícil de cuantificar, ni hablo.

Todo ocurrió en la ciudad de moda para los periódicos, los telediarios y los programas de sucesos. Pasó en mi ciudad natal y de crianza, en la de mis entrañas, en la misma ciudad en la que nacieron mis padres y casi todos mis hermanos. Sí, me mataron en La Línea de la Concepción, en el Campo de Gibraltar. ¿Les suena…?

Entregué mi arma reglamentaria y mi pistola particular el día que el Instituto Nacional de la Seguridad Social me comunicó que me acababa de declarar pensionista. Pero los míos, la gente de mi plantilla, mis jefes y los responsables políticos y sindicales del Cuerpo, no me dijeron ni adiós, ni gracias, ni suerte, tras haber realizado más de 500 detenciones y miles de incautaciones de drogas y armas.

Ernesto Pérez, en San Bernardo, donde sufrió el atentado A. V.

Por ahí te pudras sí que me dijeron, sin decírmelo. Penosamente, yo mismo tuve que organizar mi propio almuerzo de despedida, al que ni siquiera acudieron todos aquellos a los que nominé para que me acompañaran sentados a la mesa, compartiendo conmigo bocado y mantel. Total, lo único que yo sabía hacer era trabajar y producir, propiciando más trabajo de la cuenta para el resto. ¡Para demasiados, gran castigo es ir al trabajo y más aún lo es trabajar! Y en fin, con desprecio me despidieron, sin despedirse de mí. La gente me pregunta por las medallas. ¿Medallas…, qué cosas son esas?, respondo yo.

Los que me despellejaban por currar dándolo siempre todo, siguieron haciéndolo cuando me dio por escribir y publicar, porque ignoraban, entre otras muchas cosas, que un servidor ya escribía desde hacía mucho tiempo. Hoy siguen en sus trece, con más fuerza si cabe cuando mi nombre es pronunciado a conciencia por algún halitósico, porque aireo la verdad verdadera de las miserables mentiras que ellos camuflan, omiten, niegan, ocultan y festejan. Mentiras en las que algunos se regocijan y revuelcan como puercos en sus lodazares.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación