Opinión

En pantalla grande

Recuerdo un anuncio que proyectaban los cines a finales de los años 70

Recuerdo un anuncio que proyectaban los cines a finales de los años 70. La primera escena representaba a una típica familia de clase media viendo una película en la tele, un pequeño llorando, el abuelo que ronca, suena el teléfono, la hija mayor muestra su vestido antes de salir al paseo. La siguiente escena muestra un gran espacio cinematográfico, trasiego de público guiado por acomodadores; una vez lleno el patio de butacas se apagan las luces, sube el telón, entonces aparece la enorme pantalla llena de luminosa magia; finalizaba con el mensaje: “el cine en el cine”. En 1965 llega la televisión, luego el video, el cine se resiente; las grandes salas se transforman o caen dejando un vacío que da paso a los multicines de centros comerciales. La excelente arquitectura cinematográfica de la primera mitad del siglo XX va a ir desapareciendo o en el mejor de los casos se conserva por razones patrimoniales, pero para otros usos, como los cines Europa (1928) y Barceló (1930) en Madrid, ambos de Gutiérrez Soto, convertidos en centro comercial y discoteca, respectivamente. En Cádiz , el Cine Gades de Sánchez Esteve (1932) representaba un excelente edificio racionalista insertado con acierto en el centro histórico, resultó demolido en 1971. Su última película fue “Vente a Alemania, Pepe” de Pedro Lazaga, con Alfredo Landa y José Sacristán.

El proyecto fotográfico “ Fila 7 ” de Juan Plasencia (Valencia 1975), expuesto en la Academia de Cine de Madrid en 2016, testimonia la resistencia heroica de los cines clásicos frente a las multisalas; un reportaje que incluye 40 salas de las 50 que sobreviven, como el cine “Alhambra” en La Garriga ( Barcelona), cuyas butacas exhiben una plaquita con los nombres de los vecinos del pueblo que colaboraron para su rehabilitación después de cerrar por quiebra; o las arquitecturas centenarias de los cines El Retiro de Sitges y la Sala Mozart en Calella. Se llaman salas de Fila 7 porque desde ese lugar se ve mejor una película, en ellas además se distribuyen muy bien los altavoces para mejorar el sonido. El autor de la exposición las considera “cine de primera clase”, de hecho, hoy mas bien parecen teatros llenos de pequeños detalles: la taquillera que vende la entrada, el suave apagado de las luces, el solemne desplazamiento de las cortinas sobre la pantalla, el acomodador con su linterna.

El empresario salmantino Joaquín Fuentes gestiona, a través de su empresa Proyecfilm 16 salas en pequeños municipios repartidos en casi toda la geografía española, en las que por cinco euros la película y uno la bolsa de palomitas se pueden disfrutar las últimas novedades cinematográficas, gracias a los medios que proporciona la era digital, lejos de aquellos tiempos en los cuales se trasladaban en coche los pesados rollos de celuloide. Joaquín nació en la cabina de proyección del cine de verano La Huerta en Piedralaves (Ávila) en 1958, donde su padre, trabajaba como proyectista acompañado por su mujer embarazada, la cual rompió aguas y dio a luz mientras los espectadores disfrutaban de una sesión doble. El chico creció arrastrando un proyector de 16 mm por los pueblos de Salamanca, donde la pantalla era una sábana y los espectadores debían llevar la silla de su casa, una historia que recuerda a la película italiana “Cinema Paradiso” (1988) de Giuseppe Tornatore, drama que constituye una declaración de amor al cine. Joaquín sigue empeñado con éxito en devolver la vida a los cines clásicos de la España rural.

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