Llenos de gracia

Merece la pena ver la película para entretenernos, pero teniendo en cuenta estas premisas, nos acercará, también, a la figura de una persona de las que, por desgracia, cada vez quedan menos.

Miguel Ángel Sastre

La pasada semana se presentaba oficialmente la película “Llenos de gracia”, protagonizada por Carmen Machi. Una comedia española que cuenta la historia, basada en hechos reales, de una monja de la congregación de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús: la hermana Marina. Una religiosa ... que, al llegar a la Casa de Caridad en Aravaca - hogar de niños en riesgo de exclusión social - decidió formar un equipo de fútbol para devolverles la ilusión por vivir.

Uno de esos chicos, acogido allí y que participó en el equipo de fútbol, era Valmiro Lopes Rocha, más conocido como “Valdo”, que acabó jugando muchos años en Primera División en clubes como el Real Madrid, Osasuna, Español o Levante.

Un día Valdo, en 2004, marcó un gol contra el Mallorca y se levantó la camiseta, como hiciera Andrés Iniesta en la final que nos dio el Mundial de Sudáfrica. Había un mensaje escrito en la prenda interior: “Gracias por todo, hermana Marina”. Resulta que la hermana Marina era quien realmente lo había criado y ayudado a cumplir su sueño: ser futbolista. La psicóloga Inma Puig se interesó por la historia, la plasmó en uno de sus libros en 2019 y Roberto Bueso la convirtió en película, estrenándose en este mes. Una película entretenida, bien hecha, emotiva, llena de golpes de humor y que refuerza los valores del deporte. Hasta ahí, un análisis objetivo de una película que todo el mundo que quiera pasar un buen rato en el cine debería ir a ver.

Sin embargo, cosas de la vida, con esta película y, concretamente, con la hermana Marina, tengo un vínculo de alguna manera personal. Por lo que no quisiera dejar por alto un par de reflexiones. Sin entrar en que algunos aspectos impiden que la película sea apta para todos los públicos, toda producción que toca, aunque sea de manera tangencial, la cuestión religiosa y católica, parece avergonzarse de ella y tener que contrarrestarla con lugares comunes habituales: clérigos rígidos, falta de profundidad religiosa de los que encarnan el papel de bueno, irreverencias, etcétera.

La película cuyo título es sugerente, bonito y cargado de intención, quizás pierda una oportunidad de oro. Y es que, parece obviar - cosas de la ficción - los porqués que explican que la hermana Marina haya tenido, en su vida, esa dedicación por los demás y esa bondad. En la película, esta monja, podría ser una asistente social cualquiera, pero muchos sabemos que no es así.

Efectivamente, personas buenas que ayuden a los demás hay muchas, creyentes o no. Sin embargo, se da la circunstancia de que, aunque la Iglesia, como toda organización integrada por humanos, tenga ovejas negras, hay muchas personas que, llenas de fe y gracia, dedican su vida a mejorar la de los demás. Sin pedir nada a cambio y sin medallas en el pecho. Para llevar tantos años consagrada a Dios y hacerlo feliz, como la hermana Marina, tiene que haber algo que se escapa de lo racional.

Por eso, la película era una oportunidad para hacer una oda a todas aquellas personas que, con fe, ofrecen su vida a los demás: misioneros, religiosos y los laicos que, con ejemplo diario, se convierten en santos de carne y hueso.

La hermana Marina, protagonista de esta película, es un ejemplo de eso. Por suerte, con más de 9 décadas sobre sus espaldas, sigue con vida y “llenando de gracia” a todos los que la rodean - familia, allegados y personas que oyen hablar de ella - como, en su momento, hizo con Valdo.

Merece la pena ver la película para entretenernos, pero teniendo en cuenta estas premisas, nos acercará, también, a la figura de una persona de las que, por desgracia, cada vez quedan menos. Un ejemplo vivo de que cuando la fe llena nuestra vida es más sencillo hacer el bien a los demás y entregarnos a ellos.

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