Gutiérrez se despide pero se queda

El inspector se enfrenta a un dilema: o vuelve a su antiguo destino o acepta una ciudad invivible e insustituible

Durante los meses de julio y agosto, a modo de divertimento, retomo la vieja costumbre en prensa de emplear la columna de opinión como solaz literario. Cualquier parecido de los hechos con la realidad es pura coincidencia.

Acabado el periodo en el que Gutiérrez tenía que prestar servicio en aquella ciudad del sur, le llegó la notificación. O volvía a Palencia, su antiguo destino, o se quedaba en aquel paraje en el que no terminaba de encontrar su sitio. «Parezco un coche intentando aparcar, sólo que no hay cartel de ‘Obras’ o ‘Carga y descarga’ cuando uno tiene que tomar una decisión», le dijo a Martín tratando ridículo de ponerse solemne. «Somos policías, siempre estamos en zona azul», le respondió la agente en una de sus acostumbradas cargas de profundidad inesperadas.

«¿Sabes, Martín? Es curioso lo de esta ciudad. Cree ser el centro del mundo pero se esconde en el último rincón del planeta. Se mira tanto al ombligo que ha olvidado dónde tiene la cabeza. Por ser el lugar donde todos sueñan vivir se ha vuelto inhabitable y por temer tanto al maremoto que vendrá no se da cuenta de las grietas de los terremotos presentes. Es una ciudad donde todo, religión, política, fútbol y hasta la familia, es carnaval. Menos el carnaval, que es política. Donde el desempleo es casi un trabajo más y en donde se desconfía de quien no se queja con una sonrisa». Martín, que seguía la música del discurso de Gutiérrez y apenas la letra, hizo un mohín de aceptación más por apremiar a que acabara una retahíla que se notaba ensayada que porque estuviera de acuerdo. «Veo que tienes la decisión tomada, Gutiérrez. De los tres mil años de historia de Cádiz, te ha pasado por encima con sólo tres meses».

El inspector, que nunca titubeaba ni ante la soberbia de los superiores ni ante la arrogancia de la baja estofa, dudó cuando tuvo que mostrar sus sentimientos ante la oficial de policía. «Me fui hace 20 años de Cádiz. Nunca había regresado y, al volver, me he reencontrado con una madre a la que no conozco y que no me conoce. Puedo perdonarle todo mi ciudad, menos que haya cambiado. De los muros de la patria mía sólo quedan las Puertas de Tierra», volvió a impostar el inspector que, apenas sintió que se le quebraba la voz, se levantó y se fue. No tardó Martín mucho en ver al inspector. El lunes, seguía en su mesa. «Cádiz tuvo la mala educación de cambiar durante 20 años... así que ha llegado la hora de que ella me cambie a mí en los próximos 20».

Fin

Artículo solo para suscriptores

Accede sin límites al mejor periodismo

Ver comentarios