Opinión

Grandes relatos

Todo está inventado hasta lo de llamar ‘relato’ al discurso político de los que nos gobiernan o nos tienen que gobernar

Por mucho que cueste creerlo, no es nueva la afición y a la adicción a las series televisivas, afición heredada de la producción, primero editorial y luego radiofónica, de las novelas por entrega y los seriales que mantenían en vilo a los lectores y a ... los oyentes, pendientes en cada capítulo de lo que pudiera ocurrirle a los protagonistas. Luego, pasó con la televisión. Hubo un tiempo en el que las series televisivas se emitían una vez por semana, el mismo día y a la misma hora , llegando a niveles de audiencia que hoy consideraríamos escandalosos, en el buen sentido del término. Al principio, series norteamericanas con un doblaje hispano pésimo, y más tarde, pulidas por la escuela de doblaje más importante de Europa, la nuestra, antes de que volvieran con más fuerza que nunca las series hispanoamericanas -los culebrones y su época dorada de Cristal, Topacio y sus amigas-, que se han mantenido con escasa fortuna hasta la actualidad, en versión turca y bizarra. Por capítulos, por entregas, dosificadas y sin otra estrategia que la de sentarse delante del televisor como consumidores pasivos de series.

Nada que ver con las actuales plataformas digitales que permiten e incitan al atracón de capítulos ; a la sobredosis de entregas, una tras otra, como si no hubiese un mañana, porque la serie de hoy formará parte del pasado antes de que se de cuenta. Hay que verlas todas, cuanto antes mejor, para poder decir al día siguiente en la barra del bar, o en la oficina, que la tercera temporada de «Stranger Things» es mucho mejor que la octava de «Juego de Tronos», o que «El Pionero» aburre más que «El caso Alcasser» y «Chernobyl» juntas. No son nuevos modelos de producción, sino nuevas maneras de consumir televisión, de entender la ficción, que distan mucho en la forma, pero no en el fondo, de aquellos «Grandes Relatos» con los que todos nos rendimos a las series televisivas.

Fue en 1979, hace cuarenta años -¿por qué de todo hace ya cuarenta años?- cuando Televisión Española, la primera y la única entonces, comenzó a emitir en horario de máxima audiencia, las series que bajo el título de «Grandes Relatos», conformaron uno de los mayores entretenimientos de aquellos españoles en Transición . Permita que su memoria histórica le refresque el disco duro y recuerde series como «Holocausto», «Raíces», «Hombre rico, hombre pobre», «Yo, Claudio», las versiones de «Ana Karenina» y «Cumbres borrascosas», algunas españolas como «La Barraca» o «Fortunata y Jacinta» y sobre todo aquellas que más daño hicieron en el registro civil: «Poldark» y sus Demelzas y «La fundación» y todas las Davinias que hoy rondarán la cuarentena. Así que lo de las Khalesis y las Daenaris tampoco es tan original.

Y es que todo está inventado, hasta lo de llamar «relato» al discurso político de los que nos gobiernan o nos tienen que gobernar. Confiéselo. L leva toda la semana oyendo hablar de la «narrativa política» y del «relato», de los «escenarios» y de los «actores» , como si toda esta farsa de la fallida investidura de Pedro Sánchez fuese una serie de televisión. Una serie de televisión de las de ahora, claro, de las de atracón y temporadas superpuestas, porque lo que se ha vivido en este país en menos de 72 horas se llevará algún día al cine –si sigue existiendo el cine- o la televisión –si sigue existiendo la televisión- como uno de los capítulos más bochornosos de nuestra historia reciente.

Tengo una amiga que siempre habla del daño que ha hecho «Juego de Tronos» en la política española desde que aquel joven de camisa de Alcampo le regalara a Felipe VI la serie que, en palabras de Pablo Iglesias «de alguna manera y con todas las distancias, puede servir para entender la crisis política que vive nuestro país». En fin. Un daño, casi irreparable, porque desde aquel 2015 vivimos todo lo que acontece políticamente en este país como un capítulo inacabable de cualquier serie televisiva . No hay trama, no hay argumento y tampoco hay planificación. Hay, eso sí, protagonistas malos malísimos, personajes oscuros, actrices atractivas que hacen morisquetas, mucho suspense, diálogos delirantes, giros inesperados, y una sed de venganza y de protagonismo nunca antes vista. Hay, incluso, nombres de ministerios que recuerdan más a «El cuento de la criada» que al organigrama de un país que hasta ahora había presumido de tener la mayor estabilidad política de Europa; ya sabe, el gobierno dentro del gobierno que pedía Unidas Podemos, pretendía asumir las carteras de «Transición energética, medioambiente y derechos de los animales», «Trabajo, Seguridad Social y Lucha contra la Precariedad» o el ministerio de «Justicia Fiscal y Lucha contra el Fraude», que suena algo así como a lucha contra el mal, qué quiere que le diga.

La nueva temporada de «Gobierno de España» terminó como se esperaba, sin terminar, y poniendo el acento en algunas de las claves de lo que será la siguiente entrega. ¿Habrá pacto? ¿Llegarán las tribus de Abascal a asentar su campamento cerca del reino de Rivera? ¿Parirá Irene Montero antes de ser vicepresidenta? ¿Arengará Juan José Cortés a las huestes de Casado para avanzar hasta las líneas rojas? ¿Le pondrá Malú la banda sonora a la serie? ¿Será Carmen Calvo una sibila?

Son cuestiones para pensar en este verano, antes de que esté disponible la nueva temporada. Ya le dije que uno no es nadie si no está al tanto de lo que ocurre en las series de moda. Así que…

Artículo solo para suscriptores

Accede sin límites al mejor periodismo

Ver comentarios