OPINIÓN

Estómagos

Nuestro mundo actual es abundantemente escaso, o escasamente abundante

Nuestro principal enemigo está a diario en nuestra mesa. Al parecer el asesino que tiene mayor probabilidad de acabar con nuestras vidas, de aceptar los datos estadísticos del recienten estudio de la revista The Lancet, es la alimentación. Según esta investigación, llevada a cabo por más de 130 científicos en 40 países, una de cada cinco muertes en todo el mundo está causada por los desequilibrios de nuestras dietas.

Por otra parte, está comenzando a desarrollarse en nuestro tiempo una visión alternativa a la de la medicina alopática a la que confiamos nuestra salud. Se trata de la PNIE (que nadie se asuste: PsicoNeuroInmunoEndocrinología), un modelo integrativo de diferentes especialidades médicas que trata de descifrar el mecanismo por el cual enfermamos para resolver nuestros problemas de salud en su origen. La PNIE desconfía del consumo de medicamentos para el alivio de los síntomas, y busca precisamente las soluciones en nuestros hábitos alimenticios.

Tanto el estudio de The Lancet como la PNIE señalan a nuestra mala alimentación como la raíz de las afecciones orgánicas que acaban con nuestras vidas.

No sé bien cómo describir la paradoja en que vivimos, pero se podría decir que nuestro mundo actual es abundantemente escaso, o escasamente abundante. Quiero decir que estamos llegando al punto de desvarío en que los extremos se tocan. Cuanto más evidentes son las pruebas de la carencia de alimentos para el conjunto de la población mundial, mayor es nuestro afán por la superproducción y el despilfarro. Mientras a buena parte de los habitantes del globo la mata la hambruna, a la parte privilegiada, entre la que al parecer nos encontramos, la están minando los excesos de nutrición.

El consumo desaforado es uno de los pilares sobre los que se sostiene el sistema económico mundial. Qué duda cabe que los mecanismos publicitarios son la correa de transmisión de este sistema para convencer a los ciudadanos del Primer Mundo de que la buena alimentación consiste en tratar de devorar todo lo que la industria alimentaria, esquilmando los recursos naturales del planeta, pone hoy en día a nuestro alcance. Las dieta elevadas de carne roja (mayormente procesada), azúcares, ácidos grásos trans y sodio (sal común) nos están empujando hacia ese precipicio de las enfermedades cardiovasculares, cánceres y diabetes por el que, según el estudio, ya se despeñaron en 2017 unos 11 millones de habitantes, convirtiéndose la dieta deficiente en la principal causa de mortandad, por delante de los 10 millones de muertes achacables al tabaco.

La PNIE considera que nuestra buena salud depende de la armoniosa coordinación entre nuestras neuronas, nuestro sistema hormonal y el aparato digestivo (al que no en vano llaman ‘segundo cerebro’). Por la boca muere el pez. De lo que le echemos al estómago dependen nuestras vidas. Los excesos y desequilibrios en la base alimentaria repercuten negativamente en las bacterias encargadas del correcto funcionamiento de nuestro intestino, exigen a órganos tan decisivos como el hígado o el páncreas esfuerzos excesivos para el tratamiento de las sustancias tóxicas, y acaban trastornando los mecanismos neuronales de los que depende la compleja regulación hormonal para sostener nuestro frágil equilibrio orgánico.

Así que cuando vayamos al supermercado o nos sentemos a la mesa, debemos andarnos con pies de plomo. El enemigo que viene a quitarte la vida se esconde tras los llamativos envases que no dejan leer la letra pequeña, te seduce con potentes sabores que son en realidad delicados venenos y espera a que le hinques el diente al delicioso plato que humea delante de tus inadvertidas narices.

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