La Voz de Cádiz

Educación y religión

La reacción violenta a cada mínimo desacuerdo alcanza ya hasta a un mundo como el cofrade

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El tema de la calidad en la educación ha sido recurrente durante toda la historia. Ya Sócrates y los sofistas –quizá otros antes– se quejaban de la ‘mala educación’ de los jóvenes: «los jóvenes de hoy aman el lujo, tienen manías y desprecian la autoridad. Responden a sus padres [...] y tiranizan a sus maestros». También en este tema de la educación parece que cualquier tiempo pasado fuera mejor. Pero quizá esto tenga más que ver con nuestra memoria, que es selectiva, y nos hace olvidar los malos recuerdos. Porque puestos a rascar inmediatamente nos sale el sarpullido y hablamos mal de casi todos nuestros maestros pretéritos y de casi todos los actuales alumnos: el de los apuntes amarillos, el que se dormía, el que sólo tenía ocurrencias, el grosero, el agresivo...

Para que esto no ocurra a los pedagogos de los nuevos tiempos tratan de medir la calidad de la educación e inventado sistemas de calidad y evaluación. Pero todos concluyen en que buena parte de la formación radica en el ejemplo, en la contemplación de las actitudes primeras en los seres humanos más cercanos, que suelen ser los familiares. Y ahí, tengan la edad que tengan esos jóvenes a los que se referían los antiguos, sean 15 ó 45 años, aparecen las repeticiones y las justificaciones. De todas ellas, la única intolerable resulta la violencia. Ya sea verbal, gestual o física.

Esa es la realidad de nuestro tiempo. Puede que de todos los tiempos y el pesar consista en que no acaban, en que nada cambia. Potenciada –que no alterada– por la tecnología, la brusquedad y la imposición aparecen en cada orden. En el deporte, hasta en el infantil, en los foros políticos, en la menor discusión diaria, en cualquier competición o concurso de cualquier disciplina, en cada convivencia. El menor desencuentro se interpreta como un complot, como un ejercicio de corrupción y abuso. A partir de ahí, según esa educación que han recibido varias generaciones, de unas a otras, llega la reacción excesiva e intolerante.

Resultaba sorprendente que se contagiara hasta un apartado como el de las tradiciones religiosas, tan asociadas a los mejores valores del ser humano, a su sagrada espiritualidad. El episodio de las pintadas en la sede del Consejo de Hermandades, aunque menor, resulta ilustrativo. Nada se salva de la mala educación, ni lo mejor de nosotros. Es un mal que empieza en cada casa y acaba en cada calle.

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