El tsunami no es ciencia ficción

Como demuestra el precedente trágico de 1755, los maremotos pueden darse en esta parte del mundo: tener un plan de alerta y reacción es necesario

Hace 17 años, una agitación telúrica registrada en el Pacífico Sur causó un maremoto como pocos se han conocido en el mundo. De hecho, el balance de muertos y desaparecidos está aún por determinar, tanto tiempo después, pero se cuenta con seguridad por decenas de ... millares. El hecho de que se produjera en plenas vacaciones navideñas (para el mundo occidental) hizo que entre las víctimas se contaran cientos de turistas europeos, norteamericanos o australianos. Esa circunstancia hizo que tuviera más resonancia en nuestros países, con esa hipocresía que parece primar a las víctimas de zonas ricas del mundo frente a las de regiones con menos desarrollo. Es tan triste e inhumano como suena. Aquel tsunami, llevado al cine con una obra magistral del realizador español Juan Antonio García Bayona, retumbó como un eco horas después en varias islas indonesias, en gran parte del sudeste asiático en su fachada al Índico, arrasando varios países y desatando el pánico. Pero también activó el recuerdo de que el maremoto (conocido ahora como tsunami por sus precedentes japoneses) es un riesgo real, tanto como el terremoto. De hecho, forman parte del mismo fenómeno. Se diferencian en que uno tiene su origen en tierra firme y el otro, en los fondos oceánicos. El resultado, en ambos casos y siempre que alcancen un alto grado de intensidad, es una absoluta devastación.

En Cádiz, todavía se guarda memoria de último más severo, y eso que se registró en 1755 y cientos de kilómetros, mar adentro, frente a las costas de Lisboa. Tal fue su energía que se llevó cientos de vidas aquí, de Tarifa hasta Ayamonte. En el caso del terremoto en el mar, del tsunami, existe una ventaja gracias a la tecnología. Determinados dispositivos (balizas, entre otros) pueden advertir del descomunal tamaño de las olas y avisar a la costa, con lo que se ganan entre 20 y 50 minutos que pueden ser decisivos para salvar miles de vidas. Es el tiempo suficiente para permitir el alejamiento de los puntos de mayor peligro. Es lo que algunos expertos –como Gregorio Gómez Pina, entre otros– llevan advirtiendo hace años. Al fin parece que las administraciones les han escuchado como demostró ayer el ministro Fernando Grande-Marlaska con su visita y con la presentación de un dispositivo de alerta y prevención. Más vale tarde que cuando tengamos el agua al cuello.

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