Julio Malo de Molina

Belleza cotidiana

Excelente paisajista expone durante estos días una colección de bodegones en los cuales vibran la luz y el color

Julio Malo de Molina
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Se me hace cuento que las manos de Pepe Baena, hechas para el pincel, no llegasen a utilizarlo hasta hace tan sólo cinco años, pero este joven virtuoso de la pintura dispone del derecho a narrar su propia biografía. Así resulta que se hizo cámara y comenzó a entender el mundo a través del encuadre de su objetivo, tal como ahora lo hace a través de sus cuadros. Excelente paisajista expone durante estos días una colección de bodegones en los cuales vibran la luz y el color. Dicen que cierto pintor que nunca vio Cádiz, comentó ante un cuadro de Baena que esa luz se le antojaba prodigioso invento del autor. Tal vez Pepe percibe con especial claridad nuestros atardeceres anaranjados o el rosa de la alborada gaditana, pero su mirada se ha hecho a la luminosidad mágica que ya los dioses antiguos regalaron a nuestra Bahía, redonda y salada.

He disfrutado con el propio autor la exhibición de su obra, reproducida en trece grandes lonas que ocupan los intercolumnios de la fachada principal de la Plaza de Abastos, preciosa pieza neoclásica construida por Torcuato Benjumeda hacía 1830, mediante un peristilo rectangular de estilo dórico simplificado, restaurado con acierto por Carlos Riaño en 2010. Coincidimos en el atractivo de exponer la obra al aire libre, y en que resulta tan preciso el lugar como el tiempo, el de los Carnavales en los cuales Pepe Baena también interviene con pasión. Un corto texto de Paco Leal presenta una muestra tan callejera como el modelo de fiesta que a ambos les interesa.

Los bodegones que se reproducen corresponden a una serie de lienzos y tablas que el autor inicia seducido por la sencilla belleza de un papelón de churros. Es la lectura en clave figurativa del mundo cotidiano que se desenvuelve precisamente en el lugar donde ahora se presenta el trabajo: mercaderías y pescados salados entre el alegre dorado de la cerveza. Conversamos sobre figuración frente a la abstracción que fue la aportación estilística del siglo veinte y, si bien produjo emociones nuevas, diluyó el interés por el oficio. Pepe Baena admira a Sorolla y Antonio López, herederos de la maestría de Velázquez y Zurbarán. Cuenta su reciente visita al Museo del Prado y la fascinación por los pintores del XIX como Madrazo y Fortuny. También de sus maestros gaditanos: Cecilio Chaves y Manolo Cano. A sus 36 años él, que ya ha demostrado también ser un pintor de casta, medita acerca de las ventajas de ganarse la vida con otro trabajo, lo cual le concede libertad, pero también de la necesidad vital de dedicar varias horas de cada día al placer de la pintura.

De vuelta a la Plaza lamentamos que el espacio entre la bella fachada de Daura, ahora ornada por la muestra, se encuentre jalonada por inoportunos tinglados de construcción vulgar que destruyen el espacio libre antaño ocupado por los jardines de la Salud. A Pepe le ilusiona la idea de enseñar su trabajo al bullicio carnavalero que va a llenar este lugar de esencia de la vida. Defiende el carnaval callejero, canalla e insolente; en el cual participa con una chirigota desde hace diez años, me adelanta que esta ocasión se llaman ‘La Poderosa’ grupo de una supuesta marquesa y sus desvergonzados mayordomos. Tan recomendable me parece contemplar la obra pictórica de Pepe como las actuaciones de su grupo, en estos días tan alegres para una ciudad que ya huele a Carnaval.

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