Mauricio García - Capataz del Caído

75 años de historia. 75 años de familia

Aquella tarde de Martes Santo, Manuel, que ya peinaba canas, caminaba entre hermanos de fila bajo su encierro de tela.

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Aquella tarde de Martes Santo, Manuel, que ya peinaba canas, caminaba entre hermanos de fila bajo su encierro de tela. En la intimidad que ello le proporcionaba caminando por las calles entre tanta gente agolpada en las aceras, Manuel hacía repaso de su año. Su balance personal, los particulares debe y haber de la vida. Y así, casi sin darse cuenta, después de haber sido abordado por un pequeño que le pedía cera, su pensamiento se fue a los orígenes de lo que consideraba su particular familia cristiana, su pequeña comunidad de fe.

La mente de cada persona es un mundo particular, y la de Manuel la llevó, tras ver a la criatura que le pedía cera, a montarse un paralelismo de su Hermandad con las etapas de la vida.

Así fue como se trasladó hasta su niñez y sus primeros recuerdos de la que por entonces era una cofradía nueva, formada por jóvenes cargados de una particular osadía que habían decidido dar culto a uno de los pasajes de la vida de Jesucristo que no había en la ciudad. Jesús en su particular calle de la Amargura abatido por el peso de la cruz. ¡¡¡Cuánto de grande tenía ese gesto!!!!

No pudo evitar esbozar una sonrisa bajo su capirote al recordar cuántas leyendas corren siempre alrededor de cada cofradía. Leyendas que también impregnaban la particular historia su hermandad, como esa que decía que vestían de blanco y negro porque cuando estaban decidiendo el color de las túnicas alguien vio una golondrina y propuso que había que vestir de blanco y negro.

Manuel repasó como la cofradía fue creciendo hasta convertirse en lo que es a día de hoy, como, al igual que las personas, ha alcanzado un grado de experiencia y madurez que solo lo da el paso de los años. Recordó con nostalgia a aquellos jóvenes del Parque que se habían hecho mayores al calor de la hermandad. Se acordó de aquellos que recogían cartones para sacar dinero e invertirlo en la Capilla, en cuando había que ir el mismo Martes Santo por la mañana a por enseres prestados, o en las mujeres, entonces novias y después esposas, madres y abuelas, que dejaron correr por allí horas con puntadas de hilo para una Virgen que vestía con la sencillez de la voluntad.

Y como en la vida misma, los años pasaban y las generaciones, y con ellas los hijos, empujaban. Y venían con nuevos bríos. Y los esfuerzos que los viejos empeñaron en hacer una capilla, ellos lo empeñaron en hacer pasos nuevos, y las puntadas de hilo negro que emplearon ellas, los jóvenes la convertían en dibujos de hojarascas para la saya de la Virgen, y lo que un día fue una idea pionera en Andalucía de formar una cuadrilla entre ellos mismos, ahora era una bandera impregnada de implicación, compromiso y sentimiento.

Manuel, al que no le gustaba ir en la presidencia aunque le correspondiera, seguía teniendo predilección por la que un día había sido su cuadrilla, porque era de los que se definía como cofrade y cargador, ya que siempre defendía que no estaban reñidas ambas acepciones. Y allí, transitando por la calle Santiago, particular para su gente, escuchaba los sones de la banda tras el paso interpretando una marcha que le llegaba al corazón, 'Cuando me alejé de tí'.

No pudo evitar acordarse de los suyos, los de su familia de sangre y los de su familia de hermandad. Y miró el cielo pensando que en alguno de aquellos balcones estaría un señor que buscaba ahí mismo a su hijo preguntando por Juan Pedro; a Emilio, explicándole a algún santo que su gente del Caído no cuenta las cosas sino que las hacen; a Loli, buscando a su marido, hijos y nietos entre capirotes y monaguillos; o a Carmen, que aunque era de Viernes Santo, ya reía con la cara de su nieto vestido de monaguillo o soportaba las batallas de su hijo bajo el paso del Señor.

Y Manuel siguió su camino hasta la Iglesia pensando que habían pasado 75 años pero que seguían siendo una familia, en la que algunos se van y otros llegan. Y eso es lo que le enorgullecía, el sentido de pertenencia a una familia. Y por eso le daban igual los clichés que pusieran desde fuera, porque siempre pensaba: Nosotros somos lo que somos, no lo que te hayan contado.

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