OPINIÓN

Memoria y frenesí

Que cuando veamos salir el sol cada mañana pensemos que lo mejor está por venir

Antonio Ares

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Olvidar es una necesidad imperiosa de nuestra mente. Posiblemente el infierno en la vida terrenal esté en vivir con na memoria tan lúcida que no se preste al olvido. Recordar todo lo vivido nos llevaría a la locura y a la infelicidad más extrema. Dicen que para ser feliz basta con tener una pequeña dosis de optimismo ante la vida y una muy mala memoria. El drama de «Funes el memorión», de Jorge Luis Borges, consistía en recordarlo absolutamente todo. Nada de lo que ocurría a su alrededor le pasaba desapercibido y sin quererlo lo almacenaba en su memoria más reciente. Es posible vivir casi sin recuerdos, e incluso vivir feliz, pero es imposible vivir sin olvidar (Heráclito). En toda esa maraña de hechos vividos que se conectan a través de neurotransmisores cerebrales aparece nuestro lado más animal, ese que nos hace vivir el presente como si no hubiera un ayer ni un mañana. Los vericuetos de nuestra mente son tan selectivos que hurgan entre las desgracias arrinconándolas en la zona más oscura. En cambio eligen entre los sucesos placenteros, y los adornan a su antojo, para ponerlos en la parte más superficial e inmediata, disponibles al instante si son requeridos.

La locura de Erasmo de Rotterdam, lejos de referirse a una enfermedad mental, alentaba a la necedad de entonar las propias alabanzas. Necedad que sirve de farsa y autobombo, y que está presenta cada vez más en todas las facetas de nuestra vida. Sólo basta con adentrarse en las redes sociales y ver como estulticia campa por sus fueros. Con ver cómo vivimos en un frenesí constante que nos lleva a la insatisfacción y asistimos a un cruel desencanto que nos impide ser felices.

La memoria es un vínculo con el pasado, es la visión en la distancia de lo que fue bajo el prisma de nuestros deseos. En cambio el frenesí es presente, es fulgor, y tan inmediato en su sentir que supera las consecuencias de la realidad. Irene Nemirovsky, escritora rusa de origen judío que vivió en Francia, lo describe en su libro «Dos» como una exaltación violenta del ánimo, como una pasión que acaba en cruel desencanto.

Sin apenas haber disfrutado de las mieles de la holgada voluntad popular. Sin ni siquiera haber tenido tiempo de realizar un acto de contrición en toda regla. Sin ni saber por lo menos si tienen por delante un futuro o por el contrario tienen la debacle servida. De nuevo nos encontramos ante el frenesí de decidir ante una urna.

Que la pasión del frenesí no nos haga perder la memoria. Que recordemos los derechos conseguidos, esos que nos igualan. Que no olvidemos a los más vulnerables, a esos que poco tienen y más necesitan. Que alentemos a una sociedad sin inquinas. Que nos acordemos de cómo hemos sorteados las crisis que nos redundan desde muchos frentes. Que con la mano en el corazón proclamemos a los cuatro vientos que hubo tiempos peores. Que cuando veamos salir el sol cada mañana pensemos que lo mejor está por venir.

¡Qué nuestro frenesí nos lleve hacia delante! ¡Qué retroceder sea cosa del pasado!.

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