De repente, todos antifranquistas

De pronto, hay un repentino entusiasmo con el 155, cuando ayer era tabú

Edurne Uriarte

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Me lo decían a fines de los noventa algunos de los fundadores más veteranos del Foro de Ermua , pero recuerdo especialmente a uno, a José Luis López de Lacalle , porque, poco después de esa conversación, fue asesinado por ETA . José Luis, que había sido un activista antifranquista, y que lamentaba el insoportable silencio de la mayoría de la sociedad vasca ante los crímenes etarras, pensaba que, tras la derrota de ETA, todos reivindicarían un pasado antietarra; como ocurrió tras el fin del franquismo, me decía, cuando, repentinamente, todo el mundo había sido antifranquista.

Y pasó, por supuesto. No hay más que ver el entusiasmo generalizado por Patria de Fernando Aramburu , y no sólo porque sea un gran libro y él, un gran escritor, sino también porque ha dejado de ser políticamente incorrecto. Y recuerdo a un valiente como José Luis López de Lacalle estos días porque también ahora, repentinamente, todos se han vuelto entusiastas del 155 y de la mano dura con los secesionistas. En el colmo de la transfiguración, hasta acusan a Rajoy de lento y dubitativo en la toma de esa decisión, cuando Rajoy pertenece a esa minoría que siempre ha mantenido la misma posición, la crítica con los abusos nacionalistas y la defensora del patriotismo español, ese patriotismo que hasta ayer era cosa de « fachas », como nos decían a quienes lo reivindicábamos.

Aún recuerdo la que le montó la gran mayoría a su exministro de Educación José Ignacio Wert hasta entonces, también mi pareja, cuando quiso introducir medidas para garantizar el uso del español en la enseñanza en Cataluña y dijo aquello de « españolizar » el sistema educativo catalán. El PSOE en primera línea y una buena parte de la opinión publicada lo pusieron de provocador y de extremista para arriba. Eran otros tiempos, pero resulta que esos otros tiempos eran ayer mismo, cuando la mayor parte de las élites catalanas, no sólo políticas, también intelectuales, mediáticas, sociales y económicas, coqueteaban con los independentistas y despreciaban a quienes defendíamos la unidad de España, la bandera nacional y el españolismo en Cataluña o en el País Vasco. Y lo que es peor, una parte de las élites del resto de España tenía la misma actitud. Cuando yo publiqué España, patriotismo y nación en 2003 me miraban como a un bicho raro y anacrónico. Por desear y promover lo que por fin ha ocurrido, que el patriotismo español emergiera sin complejos y tuviera protagonismo en nuestra vida política.

Cuando ahora nos preguntamos por qué hemos llegado hasta aquí, no echemos la culpa sólo al sistema educativo catalán o a la propaganda nacionalista. Hemos llegado hasta aquí porque una buena parte de las élites no nacionalistas les ha alimentado, en Cataluña y fuera de Cataluña. Hasta ayer, los políticamente correctos eran ellos , los despreciados éramos los defensores de la unidad de España y del patriotismo fuerte y desacomplejado. Y eso explica igualmente por qué hemos llegado hasta aquí. Y por qué era tan difícil aplicar el 155. Por la sencilla razón de que tal medida era tabú para esa mayoría también hasta ayer, propia de « fachas españolistas », como bien sabe el presidente que ha tomado esa decisión.

Por eso el éxito del 155 y del cambio en Cataluña depende sobre todo de lo que hagan quienes hasta ahora coqueteaban con los nacionalistas. Depende de la voluntad y la unidad real entre los defensores no sólo de la ley sino de la españolidad de Cataluña. Depende del fin de sus complejos. Depende de que dure este repentino entusiasmo por el 155.

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