Rosa Belmonte

La pistola del abuelo

El mundo está lleno de malos, enchufados y pegadores

Rosa Belmonte
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Han detenido a un abuelo en Arizona por dejar a su nieta de cinco años en el desierto con una pistola cargada y la instrucción de disparar a cualquier malo. Yo habría querido ese abuelo. El mío iba en bicicleta y me daba caramelos de café con leche que se me pegaban en las muelas. También me habría gustado tener a esos Charlton Heston y James Stewart que dieron un revólver a Eleanor Parker y Shelley Winters para que se quitaran de en medio. A una por si le atacaban las hormigas en «Cuando ruge la marabunta». A la otra por si se quedaba sola con los indios en «Winchester 73». Nunca se sabe en qué situación vamos a encontrarnos.

Una pistola es mejor que un ramo de perros. Pero no que un jamón. Ayer estuve tirando en una galería que montó la cadena de televisión AXN para lanzar el estreno de «Quantico». Como la figura que hacía de blanco no tenía entrepierna tuve que disparar al corazón. Del malo. Un corazón tiroteable igual que esos que han puesto los de Twitter para sustituir a favoritos. Unos cursis como Corinna Sayn-Wittgenstein, que firma poniendo un corazoncito encima de la i.

La víctima sexual de Roman Polanski, de 52 años (ella), ha dicho que se le deje en paz, que se merece el cierre del caso, que se alegra de que no lo vayan a extraditar. Nadie tiene derecho a opinar por las víctimas, pero con los agresores sexuales pasa como con el cáncer: si nos va a tocar que nos toque uno bueno.

La gente se lleva las manos a la cabeza con el monstruoso y repugnante Jimmy Saville de la BBC aprovechándose de niños y otros. O con Bill Cosby y todas esas señoras, tan impune durante años como un político corrupto. Como el elefante que se balanceaba en la tela de una araña. O con los curitas de «El club», esa película chilena que tanto impresiona y no tengo muy claro por qué. Los depredadores sexuales están por ahí, como los virus y los muchachos que te quieren hacer en la calle de Médicos sin fronteras. Siempre lo han estado. Sorprenderse por eso es como sorprenderse de que en Deloitte (o en cualquier firma de ese nivel o de otro) el enchufe siga siendo la manera más eficaz de conseguir trabajo. ¿Son los hijos de Aznar ejecutivos que se rifen las empresas?

El otro día un policía zarandeó y zurró a una pobre chica negra en un colegio de EE.UU. y se montó una buena. En mi colegio había educadoras con las mismas habilidades. Lo que no había eran vídeos. Ni Twitter. Ni corazones. Los masajes a cuatro manos que se pagaba algún beneficiario de las tarjetas black eran mandobles a cuatro manos, por parejas, de aquellas extraordinarias supermujeres. Tendríamos que haber dicho entonces lo de esos gitanos a los que echaron de su chabola y se quejaron en la tele: ¡Ni que fuéramos negros!

Javier Chicote cuenta en ABC que la Fiscalía de Delitos Económicos de Madrid está investigando al secretario general de Manos Limpias, Miguel Bernard (ese señor que se inició en la política con Blas Piñar y que se reunió más de ocho veces con «el pequeño Nicolás»), y a la abogada Virginia López por blanqueo de capitales y apropiación indebida. Por la retirada de una cuenta del llamado sindicato de 103.500 euros. Lo sorprendente no es que ellos presuntamente saquen dinero sino que otros se lo ingresen. Manos limpias, bragas sucias. Por mucho que la politóloga Infanta Cristina esté imputada gracias a ellos. Por la acusación popular, no por la particular o la Fiscalía.

El mundo está lleno de malos (violadores o no), de enchufados, pegadores y hasta de sindicatos pleiteadores de vida alegre. Con la pistola del abuelo no basta.

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