Luis Enríquez - Tribuna abierta

María

María Vega de Seoane

Cuando Camba llegó a ABC hace un siglo, ojo, no es una expresión, es que llegó hace un siglo, se presentó ante los lectores tímido e imaginándose en chaqué ante aristócratas alemanes. Cuando lo hizo Gistau, hace 9 sólo años, también se sintió cohibido y en su presentación se imaginó ante la puerta de casa de su abuela, en Serrano, dónde si no, repeinado con colonia Álvarez Gómez y advertido del muy poco margen que tenía para desentonar.

Llegar a ABC es intimidante por muchos motivos. El primero es el linaje de quien aquí escribió, que es algo así como la lista de los reyes godos de la literatura periodística. También está el otro linaje, el de la familia fundadora. Cuatro generaciones de editores, marqueses ellos, que llevaron el periodismo a su impensable naturaleza aristocrática. Aquí se viene con modales. Aquí se sabe saludar al Rey. Aquí se viste uno ‘comme il faut’ y se cogen las copas por el tallo. Y, si se pasan todas esas pruebas, entonces se puede empezar a dar cuenta de cualidades profesionales. Con todas estas admoniciones, uno espera encontrarse en la sede de Juan Ignacio Luca de Tena con los personajes de Downton Abbey y a Maggie Smith acercándose, desdeñosa, a preguntar qué es un fin de semana. Y resulta que, aunque efectivamente haya algún que otro esnob con aires de grande de España y apellido de conductor de autobús, lo que uno se encuentra, una vez que deja atrás el arco de detección de metales, son personas deliciosas que adoran el periodismo, que saben usar las pinzas de los caracoles y que fuman en la puerta mientras cuentan chistes verdes. Y en lo más alto de esa pirámide está María Vega de Seoane Luca de Tena.

María es la jefa de la tribu india. Tiene el conocimiento de la historia, la pertenencia a la estirpe (sólo hay que ver el apellido), el respeto de la nomenclatura y el cariño de su equipo. María interpreta los posos del té y sabe leer los augurios. María es como esos pescadores que saben antes de levantarse si habrá buena o mala mar, si va a llover o si es conveniente no alejarse de la costa. Hora y media con María es el curso introductorio que cualquier recién llegado tiene que pasar antes de atreverse a ir solo a la máquina de café.

María es una persona inteligente y, como tal, recibe sin miedo los cambios y, como conoce como la palma de su mano los principios fundacionales, abraza la modernidad y el descaro, siempre dentro del buen gusto cuyo baremo sólo tiene ella. Mujer orquesta, lo mismo organiza las mesas de los Cavia, imparte cursos de buenas maneras, mantiene a raya al equipo de protocolo de la casa del Rey o redacta la memoria no financiera del grupo. Pero, por encima de todo, María tiene un don para calar a las personas al dar la mano. Sabe si eres de fiar sólo con escucharte dar los buenos días. Y, claro, cuando te vas a casa después de tu primer lunes en ABC, ella ya sabe si vas a llegar al viernes.

María es coqueta a su manera, disfruta de la vida, que es lo mismo que decir que bebe, fuma y trasnocha, y desconfía de quien no lo haga. Dice que no baila pero borda el twist. Es tolerante hasta que su paciencia se colma y la diplomacia se acaba y, entonces, como el general Máximo Décimo Meridio, desata el infierno. Es tozuda, como todas las personas que me gustan, y nunca se deja nada sin decir. Defiende, como una leona a sus cachorros, aquello en lo que cree y no hay nada en lo que crea más que en ABC. Su nombre es María y, a diferencia de Camba o Gistau, ya pueden tomársela muy en serio.

Luis Enríquez es consejero delegado de Vocento

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